Reformas bicentenario (1), por Carlos Meléndez
Reformas bicentenario (1), por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

Aunque poco le diga al peruano promedio, las élites políticas concuerdan en la necesidad de una reforma sustantiva de las reglas de juego que norman las elecciones y la oferta partidaria. Este consenso, sin embargo, no incluye cambios más ambiciosos –un “shock institucional”–, capaces de potenciar el alcance de las reformas a la descentralización, los mecanismos de participación ciudadana y el sistema nacional de fiscalización de las autoridades estatales.

¿Es posible elaborar un paquete de reformas que erijan instituciones políticas a la altura de nuestros desafíos en crecimiento económico y cohesión social?

El oficialismo pepekausa –tan adicto a la palabra “revolución”– y el Congreso de mayoría fujimorista –tan urgido de prestigio democrático– deben generar el consenso político que sostenga una suerte de “revolución institucional” para el bicentenario. Esto es, cambiar las premisas desde donde se piensa la reforma política y abandonar los falsos dilemas que entrampan el debate. Ninguna de las iniciativas de las autoridades electorales y de las ONG (Transparencia) incorporan estos objetivos sine qua non en sus propuestas.

El primer paso es cuestionar los axiomas sobre los partidos políticos contemporáneos y su relación con la ciudadanía. Los partidos no volverán a ser jamás estructuras piramidales cohesionadas en torno a grandes dogmas o ideologías, sino “marcas partidarias” más ligeras en cuanto a organización y semblante programático. Los militantes partidarios, también eclipsados, han sido reemplazados –en el mejor de los casos– por simpatizantes eclécticos cuya “lealtad” ha de conquistarse permanentemente. Resulta improcedente formular reformas pensando en ideales que pertenecen al pasado.

El segundo paso es tirar abajo falsos dilemas, correspondientes a una visión anticuada y caduca de las instituciones políticas. ¿Unicameralidad o bicameralidad? ¿Listas abiertas o listas cerradas para la elección de parlamentarios? ¿Financiamiento público o financiamiento privado? ¿Partidos fuertes o partidos débiles? Las propuestas e iniciativas de reforma yerran al decantarse acríticamente por alguna de las opciones anteriormente demarcadas. (En las siguientes semanas discutiré cada uno de estos “falsos dilemas”, presentando alternativas originales: rediseñar los distritos electorales atendiendo a clústeres económicos, la convivencia de listas abiertas y cerradas, un sistema de “partidos por impuestos” y el sinceramiento de partidos ‘light’, respectivamente).

Nuestras instituciones políticas y el debate de los “reformólogos” están anclados en el siglo pasado. Para más inri, las “recetas” importadas para solucionar nuestra aguda crisis de representación terminan siendo inútiles y dañinas, pues corresponden a estadios de crisis menores que anteceden a nuestra situación actual. El “poscolapso partidario” del Perú actual es el futuro hacia donde se proyectan países latinoamericanos con baja institucionalización política.

Tenemos, entonces, la posibilidad de innovar soluciones institucionales y el deber de hacerlo con tecnicismo, mesura y sin prejuicios. Es deseable que las autoridades que dirigen el proceso de reforma política sean receptivas y de mente abierta. El desafío del bicentenario lo amerita. De perpetuarse la dinámica y los términos del debate impuestos por los reformólogos del siglo XX, redundaremos en nuestro desarrollo truncado.