Reseteando al fujimorismo, por Marco Sifuentes
Reseteando al fujimorismo, por Marco Sifuentes
Marco Sifuentes

Cuando un año ha sido tan largo como este, llegar a la mitad de los 365 días, como ahora, es un buen momento para mirar atrás y pensar en lo que se viene. Y si hay un grupo político que necesita, ahora mismo, una autoevaluación así, severa y serena, es el fujimorismo.

El fujimorismo, a lo largo de ese año, ha tenido muchas más oportunidades de las que ha demostrado merecer. Este mismo columnista, en su primera entrega en este espacio, precisamente a inicios de año, observaba con beneplácito los cambios internos liderados por Keiko Fujimori en Fuerza Popular. Poco antes de la primera vuelta, también, se adelantó en esta columna que la mejor jugada posible de la candidata en el debate de los once candidatos sería ofrecer una rama de olivo a sus antis. Efectivamente, la candidata firmó su “Compromiso de Honor” en el que zanjaba claramente, al menos en el papel, con los pasivos del régimen de su padre.

Algunos tuvimos cierta esperanza de que el partido más organizado del país se integrara plenamente a las reglas de juegos de la democracia. Como ocurrió en las transiciones democráticas de Chile o España, por mencionar las más citadas, podía ocurrir que movimientos populares nacidos de los estertores de un régimen autoritario terminaran reconvirtiéndose en parte de la oferta partidaria democrática.

Menciono la buena fe que algunos tuvimos con el fujimorismo –o, más bien, el keikismo– para que se entienda cuán graves fueron los errores que terminaron de dilapidar todo su crédito. Cuando, a inicios de año, presentaron al ‘cazapishtacos’ Octavio Salazar como experto en seguridad, algunos dudamos entre calificarlo como una patinada aislada o como una tendencia al autosabotaje. Al poco tiempo, presentaron sus listas al Congreso y demostraron que, salvo Vladimiro Huaroc, habían fracasado en convocar figuras fuera del espectro del fujimorismo de siempre. Colocar a la encantadora niña símbolo de la impunidad, Cecilia Chacón, como cabeza de lista en Lima, fue el broche de oro. 

Después todo fue cuesta abajo. Yeni Vilcatoma transformada en Martha Chávez 2.0, los ‘fujitrolls’ en campañas de demolición tipo Faisal, Kenji lanzándose al 2021, el ‘affaire’ DEA-Ramírez-Chlimper… 

El éxito en política suele depender de quién logra construir la historia más convincente. El que tiene la mejor narrativa, gana. Keiko Fujimori fue bastante exitosa vendiendo la fábula de la hija que quiere liberarse de la sombra de su padre y que sueña con un gobierno que borre el estigma de su apellido. Pero en esta campaña, el antifujimorismo tuvo todos los insumos para construir una narrativa que se trepaba sobre la de Keiko y la anulaba: el nuevo fujimorismo es igual al antiguo. No se necesita de la presencia de Alberto. Las caras cambian pero los métodos continúan. Siguen siendo “los malos”. 

Si el fujimorismo pretende sobreponerse a esa narrativa para el 2021, debería empezar a ver lo que pasó en el 2016. Tienen tiempo. De hecho, todavía tienen medio 2016 para empezar a corregir sus errores. Por ejemplo, podrían, de una buena vez, dejarse de pataletas y saludar al presidente electo, como corresponde a las formas democráticas. Sería un buen (re)inicio.