De la risa a la rabia, por Patricia del Río
De la risa a la rabia, por Patricia del Río
Patricia del Río

Imposible no recordar en estos días a Alejandro Toledo postulando a la presidencia allá por el año 2001. En ese entonces, muchos peruanos lo veían con resignación, hasta con cierta desconfianza, diría yo. Sabían que no era perfecto (Melody, Zaraí y su clara vocación por empinar el codo estaban ahí para quien quisiera ver); pero, a pesar de eso, confiaban en que podía recuperar la democracia, acabar con la corrupción. Tras años de luchar contra la dictadura de Fujimori, y ante la posibilidad de que regresara Alan García (su más cercano contendor), a Toledo se le veía como el típico desarregloso, medio borrachín pero que no iba a fallarle a los peruanos en la titánica tarea de reconstruir un país quebrado económica y moralmente.

Fue en virtud de esa esperanza, alimentada por los deseos de muchos peruanos, que Toledo logró convocar a gente intachable dispuesta a colaborar en la difícil misión de gobernar sin instituciones. Pienso en Henry Pease, en los hermanos Álvaro y Jaime Quijandría, en el embajador Allan Wagner, en Roberto Dañino, en Gino Costa, en Beatriz Merino, en Cecilia Blondet, en el general Roberto Chiabra, entre muchos más, y solo puedo recordar a personas honestas y trabajadoras poniendo lo mejor de su parte para empezar de nuevo. No todo fue color de rosas, por supuesto, y los escándalos, desde los más frívolos hasta los más serios, no se hicieron esperar; pero no parecíamos estar ante un presidente que se había instalado en el poder para robar sistemáticamente, para burlarse de los ciudadanos que necesitaban a gritos de líderes decentes.

Hoy las evidencias demuestran que sí lo hizo. Y el ex presidente Toledo, que hasta la última elección daba una mezcla de risa y pena, hoy desata una rabia indescriptible y provoca una decepción para muchos difícil de manejar. Y no porque haya robado, que parece ser un delito bastante tolerado entre los peruanos, sino porque hizo de la lucha anticorrupción una pantalla para robar tranquilo. Porque cada vez que le señalaron una irregularidad se escudó tras su falsa armadura de moralizador perseguido para hacerse la víctima. Porque se atrevió a señalar con el dedo a otros para distraernos de la mano que él tenía metida en el bolsillo ajeno.

Toledo se ha comportado como esa raza de hombres y mujeres que no solo hacen exactamente lo contrario de lo que pregonan, sino que se cuelgan de determinadas causas para distraer la atención de los fiscalizadores. Toledo hoy nos hace pensar en esos curas que gritan desde el púlpito que todos son pecadores, que el sexo es cuestión del demonio; pero que, cuando todos se han ido, abusan de un niño con la sotana levantada, detrás del altar. Así de repugnante.