Jorge Rodríguez (izquierda), ministro de Comunicación de Venezuela, informó que se destituyó a los agentes del Sebin que detuvieron a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela. (EFE).
Jorge Rodríguez (izquierda), ministro de Comunicación de Venezuela, informó que se destituyó a los agentes del Sebin que detuvieron a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela. (EFE).
Patricia del Río

Cierto sector de la izquierda se reunió el fin de semana en Huancayo para formar un frente político con miras al 2021. En el encuentro, Voces del Cambio, la señora Verónika Mendoza, de Nuevo Perú, y los señores Gregorio Santos, ex gobernador regional de Cajamarca, Vladimir Cerrón, gobernador regional de Junín, y Zenón Cueva, de Moquegua, plantearon una agenda común rumbo al bicentenario que busca principalmente implantar una nueva Constitución, cambiar el modelo económico y apostar por la descentralización.

La preocupación que ha saltado entre la derecha es si tienen chance de ganar y si impondrán un modelo económico centrado en el rol del Estado. Si bien esa inquietud es comprensible para aquellos que creen a ciegas en el modelo actual, lo que debiera ponernos en alerta a todos es cuál es la idea de democracia que está detrás de esta propuesta. ¿Hasta qué punto, la lucha contra el capitalismo y la necesidad de imponer un orden con más justicia social se puede convertir en un arma para aplastar las libertades de los individuos? Verónika Mendoza y amigos están hartos de que les pregunten por la realidad de Venezuela. Consideran que sus enemigos usan el cuco de Maduro para desacreditarlos. Y si bien puede haber algo de eso en la insistencia por entender de qué lado están, lo que mueve esas inquietudes es: ¿y si ustedes llegan al poder, qué? ¿Van a echar mano del fantasma del imperialismo para justificar cualquier barbaridad contra su propio pueblo? ¿Van a cambiar las reglas de juego, como lo hicieron Correa, Evo, Chávez, Maduro, para usurpar el poder?

Particularmente creo que las opciones de izquierda son necesarias en toda oferta electoral. Significan siempre un balance para aquellas propuestas que santifican el modelo económico como la solución a todos los problemas. Pero hoy en Venezuela no se libra una batalla entre la izquierda y la derecha. Hoy un país entero sale a defenderse de la prepotencia de sus gobernantes, sale a rechazar a los que usan la extorsión como bandera, la corrupción como escudo, y a los militares como pólvora para disparar contra los jóvenes.

Y no pues, este no es un problema que los venezolanos deban arreglar solos. Porque si pudieran, no habría más de medio millón de ellos tratando de vivir en nuestras calles. Porque si los respetaran, no morirían heridos por las balas que Maduro les lanza para hacerlos callar. Porque si no necesitaran apoyo y solidaridad, hace rato que hubieran dejado de pedirlos a gritos.

Pero acá, nuestra izquierda, prefiere no pronunciarse. O hacerlo a medias. O darle descaradamente la razón al dictador. Porque lo de “Vamos pueblo, carajo, el pueblo no se rinde, carajo” solo tiene sentido para la señora Verónika Mendoza y sus amigos, cuando el pueblo está de lado de sus intereses. De lo contrario el grito en la calle y la defensa de los derechos debe ser ahogada, reprimida, asfixiada. Como en las peores dictaduras de la derecha que, con justicia, tanto han criticado.