Enrique Planas

Si ahora nos reímos de los memes que fluyen sin pausa, en tiempos más gratos lo hacíamos con las viñetas publicadas en los periódicos. Y en ese campo, uno de los más potentes y a la vez sutiles era un francés nacido cerca de Burdeos. Descubrí el trabajo de revisando viejos “Paris Match” que recalaban en los saldos de revistas ofrecidas en el largo mercadillo instalado a fines de los ochenta en el Jirón Lino Cornejo, a media cuadra de la plaza San Martín. Años después, su recuerdo se reactiva en una entrevista a Quino en la Feria del Libro de Buenos Aires: a la tópica pregunta sobre sus influencias, me confesaría que, junto a Charles Shultz, siempre admiró a este francés con quien compartía año de nacimiento: 1932.

Partió el 11 de agosto y no alcancé a preparar su debida necrológica. Me sorprendió la noticia en la pantalla del celular, convertido en objeto de dolidas despedidas multiplicadas en Facebook. Tras dejar la escuela a los 14 años, ya silenciados los cañones de la Segunda Guerra Mundial, se inició como dibujante de prensa. Su último dibujo, 64 años después, lo había entregado a la redacción del “Paris Match” una semana antes. En él, un pintor retrata a una mujer sobre la hierba y le dice: “Piensa en no olvidarme”.

El centenar de portadas que realizó para “The New Yorker” contribuyó a su reputación internacional, aunque solo visitara la Gran Manzana media docena de veces a lo largo de cuatro décadas publicando para la influyente revista. “La barrera de la lengua es un serio problema para mí. Si hubiera hablado inglés bien, me hubiera asentado allí probablemente, pero no lo hablo en absoluto. No quería ser visto como un francés arrogante que solo habla su lengua”, confesaría en una entrevista con dicha revista. Quién sabe si su limitación bilingüe no sea solo uno de los síntomas de su obsesión por el silencio, como lo sugieren sus dibujos libres de palabras, discretos, inteligentes y de poético , dedicados a mostrar nuestra pequeñez en el mundo. Diseños aparentemente sencillos, donde lo minimalista no está reñido con la grandiosidad. La suya era una actitud humilde para mostrarnos personajes solos, ridículos y abrumados en la gran ciudad, enferma de ruido, tráfico y sobrepoblación.

Hoy, quien busca despuntar lo consigue gritando más fuerte. Sea en el campo artístico, intelectual, político, sindical o agropecuario, los liderazgos que ganan notoriedad en muy poco tiempo lo consiguen gracias al estruendo y la virulencia. Y es trágico, ciertamente, pues en lugar de primar las ideas, lo que prevalecen son los gestos sin contenido. Qué lejos nos encontramos hoy de ese estilo y de la silenciosa disposición de Sempé. En su ausencia prevalece el garabato del ruido.

Enrique Planas es periodista y escritor