Transformaciones, por Richard Webb
Transformaciones, por Richard Webb
Richard Webb

Desde hace poco más de un siglo, dos recetas vienen transformando radicalmente al mundo. La primera es el crecimiento económico. La condición generalizada de la vida humana anterior fue resumida por el filósofo Hobbes como “desagradable, brutal y breve”. La esperanza de vida en época de Aristóteles bordeaba los 30 años y gran parte de la población vivía en pobreza extrema. Hoy, ha aumentado a 71 años y solo un quinto de la población vive en pobreza. La segunda receta ha sido la democratización. La combinación de crecimiento productivo y democracia ha significado una gran liberación humana. En términos históricos, en poco más de un siglo el mundo se ha liberado de su condición histórica de esclavitud, efecto de la pobreza económica y la dominación política. Hoy, el crecimiento productivo y la democracia son las bases de casi todo discurso político.

El Perú ha participado de esa doble transformación. Según cálculos del profesor Bruno Seminario, la producción económica creció a una tasa de 4% anual desde fines del siglo XIX, generando una enorme mejoría en las condiciones de vida para la mayoría de la población. Un ejemplo es que la esperanza de vida saltó de 43 años en 1950 a 74 en el 2012. 

Paralelamente, la democracia peruana decretada en 1821 se fue volviendo realidad con la expansión del derecho al voto, la menor frecuencia de los gobiernos de facto, la mayor educación del votante y fiscalización del proceso electoral, y la descentralización fiscal que democratizó el reparto de los recursos. En lo económico y en lo político, la mayoría de los peruanos se benefició de las dos recetas que cambiaron la vida en gran parte del mundo, pasando en pocas décadas a vivir en mejores condiciones en términos materiales y políticos. 

Una de las conclusiones derivadas de la experiencia descrita es que erraron los presagios de un conflicto entre democratización y crecimiento productivo. Esta expectativa negativa fue respaldada por casos de despegue económico como los de Corea del Sur y China, y por el crecimiento logrado durante los gobiernos de facto en Brasil y Chile. No obstante, el tiempo ha venido reforzando el argumento contrario, que existiría más bien un refuerzo mutuo entre la democracia y el crecimiento. Así, se observa que los casos de éxito económico sin democracia se han venido prolongando y consolidando a través de tendencias democratizantes, como la educación y la participación ciudadana. Además, la paz social favorece la negociación de las licencias sociales para los cambios institucionales que requiere el crecimiento.

Recientemente se viene introduciendo una tercera receta que apunta también a una transformación de la sociedad, la bandera de los derechos humanos. Al igual que la democracia, esta bandera también genera suspicacias de ser un estorbo para el crecimiento productivo, opinión que compartía Karl Marx, quien los definió como “libertades burguesas”. Pero a diferencia de la democracia, los derechos humanos no se centran en una colectividad, como es la nación, sino en el individuo o en grupos menores, y en algunos casos pueden entrar en conflicto con la democracia entendida como un valor colectivo. Todo sugiere que la búsqueda de una consistencia entre estas recetas será una de las tareas centrales para los próximos años.