Uno y el universo, por Patricia del Río
Uno y el universo, por Patricia del Río
Patricia del Río

En el Callao trecientos motaxistas salieron a protestar con pancartas para que los dejaran circular por la avenida . Defendían a gritos su derecho a trabajar. Su derecho a ganarse la vida llevando pasajeros en vehículos ligeros e inseguros, por una vía donde circulan camiones de más de veinte toneladas. Nadie parecía recordar la muerte de nueve peruanos cuando hace una semana se estrelló un camión frigorífico contra los autos y motos estacionadas. Nadie parece recordar siquiera sus nombres.

En Chala, Arequipa, miles de mineros bloquearon la carretera para demandarle al gobierno que se ampliara el plazo que se les ha otorgado para su formalización. Con arengas y medidas de presión grupos relacionados a la minería informal e ilegal demandaron su derecho a seguir ganándose la vida contaminando el ambiente y sin pagar impuestos. María Magdalena Alarcón Huamaní viajaba en un bus interprovincial de Tacna a Lima. Se quedó varada en la carretera sin agua, sin comida, sin abrigo, sin servicios higiénicos. Esperó más de veinte horas sin que nadie la auxiliara. Murió de un paro cardíaco. Ningún dirigente minero se condolió por su muerte. No hubo disculpas. Ni flores.

La diputada venezolana visitó nuestro país como parte de un evento en el que distintas personalidades discutían sobre la libertad del ser humano. Justo antes de su llegada a Lima, el presidente de la Asamblea Nacional destituyó a la diputada de su cargo, anunció que se le levantaba la inmunidad parlamentaria y declaró que sería apresada por traición a la patria, por haber intentado denunciar lo que pasa en Venezuela ante la . Machado ha vuelto a su país. Sabe que su posición es frágil. En el Perú recibió el apoyo de independientes y de miembros de la oposición, pero el gobierno no le tendió una mano. No mostró su solidaridad. El presidente del Congreso ni siquiera se acercó a saludarla.

En cualquier cruce de la ciudad de Lima siempre hay quien quiere pasar a toda costa. No importa si se queda trabando la vía transversal, si impide el paso de las bicicletas o si deja a una mujer embarazada sin posibilidad de llegar a la vereda opuesta. El necio empujará el carro y se armará un desmadre de bocinazos y conductores histéricos. A nadie le importará el otro. Nadie volteará a mirar al de al lado.

Han pasado demasiados años de crecimiento económico y paz social, pero seguimos comportándonos con el egoísmo propio de los estados de guerra. Los peruanos estamos empeñados en exigir derechos sin importar si estos colisionan con los de los demás. Mi derecho a trabajar, mi derecho a llegar rápido a mi casa, mi derecho a ningunear tus reclamos, mi derecho a reclamar de cualquier forma, mi derecho a zurrarme en tu vida y en tu muerte, nos está volviendo una sociedad escalofriantemente egoísta, que huye de los espacios públicos, que enreja sus casas, que cierra sus playas para no ver al otro. Para no tener que soportarlo, que entenderlo, ni considerarlo.

Decía : “Toco una mano y toco todas las manos de la tierra”. Tal vez es hora de ir recordando lo que el poeta tenía tan claro; que cada uno de nosotros es parte de algo más grande, que cada uno de nosotros es “una multitud sobre la tierra”.

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