(Foto: Omar Lucas)
(Foto: Omar Lucas)
Fernando Vivas

Lo dije en enero del 2018 y me llovieron insultos. Sostuve que en el Perú se hacía algo insólito: incentivar por razones ajenas a las humanitarias (ya les diré cuáles) una migración que de todos modos iba a llegar. Lo prudente era prepararse para recibirla ordenadamente, planteando un límite a partir del cual se pediría visa, orientando al migrante hacia rubros y regiones que pudieran acogerlo con mayor beneficio mutuo.

Hoy somos, tras Colombia con 1 millón 300 mil, el país de la región con más . Cerca de 800 mil ponen a prueba nuestra economía y sociedad. La tiene una gran capacidad de absorción y el Ministerio de Trabajo (Mintra) calcula, en reciente publicación, que el 90% de la mano de obra venezolana (84% de los migrantes tiene 18 años o más) ha recalado en la informalidad y el 60% en el sector servicios. De los pocos formalizados, la tasa de rotación de un empleo a otro es de 33%, mientras que el promedio general es de 16%. Ello puede dar una idea, si se proyecta a la mayoría informal, de la precariedad de su empleo.

Mi punto es que el impacto social y la reacción xenofóbica serían menores si nos hubiéramos ahorrado esa etapa en la que el gobierno de PPK, con anuencia de la mayoría congresal, invitó a los venezolanos a una tierra prometida que ahora ven que no era tal. A las razones humanitarias que de hecho existieron, se sumó el propósito de desacreditar al chavismo como una basura que espantaba gente. Irónicamente, a Maduro se le alivió su presión social y ahora él mismo incentiva el paso de sus víctimas a Colombia.

Pero hay otra alerta que hice en aquella primera fase de acogida alegre y desprevenida: la disponibilidad de una mano de obra dispuesta a trabajar más horas por menos ingresos y que además, en la mirada racista nacional, es percibida con mayor atractivo físico, puede haber incrementado la discriminación laboral. No hay cifras al respecto, pero si se desagregan y estudian las intervenciones de Sunafil, podríamos medir cuánto se ha violado la norma que impide contratar más del 20% de extranjeros en la planilla y si en ello incide ese combo de explotación y discriminación de dos vías.

Esa idea deplorable de ‘mejorar la raza’ (frase que me espantaba de pequeño) rondó la mente de algunos peruanos racistas en la primera fase de la inmigración. Por supuesto, los venezolanos o cualquier otro migrante es inocente del prejuicio que pueda despertar. Y, hoy, la preocupación es otra: prevenir las circunstancias en que la podría dispararse. Por eso, lamento que el Ejecutivo asocie deliberadamente a los venezolanos con la inseguridad que nos pasma.