(Foto: Archivo El Comercio)
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Marco Sifuentes

1. A los peruanos nos han criado para admirar las gestas independentistas. Nuestra fiesta nacional es el 28 de julio; San Martín y Bolívar son recordados con plazas, calles y estatuas, y hasta epílogos como el Combate del 2 de Mayo tienen un lugar predominante en nuestra narrativa histórica. Por otro lado, cualquier peruano que haya sufrido las desventajas que vienen con el pasaporte guinda (discriminaciones, visas, Trumps) estará de acuerdo con que toda frontera nueva es un retroceso. Estos dos esquemas mentales entran en colisión cuando tienen que abordar algo como el proceso catalán.

2. Es probable que Cataluña termine independizándose de España, con situaciones que tienen algunas similitudes a las que vivió esto que ahora se llama Perú cuando se enfrentó al mismo reino: son las élites quienes están impulsando el proceso, los más pobres prefieren el statu quo actual, la mayoría silenciosa no está necesariamente de acuerdo, se están saltando olímpicamente la Constitución y ninguna de las dos partes está buscando una salida negociada.

3. Pero una cosa es 1821 y otra el 2017. Cataluña no se ha alzado en armas sino que ha montado un referéndum. En lo que va de este siglo solo dos referéndums independentistas han sido exitosos: Montenegro (de Serbia) y Sudán del Sur (de Sudán). El catalán, ocurrido el domingo 1 de octubre (1-O), estuvo plagado de incidentes, tanto por la represión ultraviolenta del Estado central como por la cancha institucional inclinada a favor del Sí a la secesión. El resultado: un apantallador 90% a favor, pero solo un 42% de participación.

4. Aunque desde lejos no lo parezca, se trata de un enfrentamiento entre derechas. El separatista Puigdemont, el presidente de la Generalitat, viene de un partido derechista, apoyado por la extrema derecha nacionalista europea (y la inglesa pro-brexit), que ha conseguido, eso sí, el apoyo incondicional de la ultraizquierda local. Por su lado, Rajoy, en una decisión que recuerda mucho a cómo nuestros conservadores suelen enfrentar las crisis sociales, prefirió el garrote a la política.

5. Catalanes moderados, indiferentes o incluso contrarios al proceso independentista están tomando las calles todos los días, plegándose a la huelga general, movilizados por las imágenes de la Guardia Civil –la policía militarizada– aporreando a sus vecinos indefensos. Hasta hace una semana, la salida más racional para todo habría sido que el gobierno central permitiera un referéndum pactado con la Generalitat y supervisado para garantizar su transparencia. Hasta hace una semana, un proceso así habría terminado en una victoria casi segura del No. Pero ahora no parece haber vuelta atrás. En teoría, este lunes, el Parlament dará la DUI, la Declaración Unilateral de Independencia. Obviamente, no tendrá un efecto inmediato, pero recuerden todo el tiempo que pasó entre la proclama de San Martín y la Batalla de Ayacucho. Para decirlo en catalán, es todo un procés.