(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

La herestética fujimorista pierde espacio frente a la retórica palaciega; en simple, el uso de la agenda política por parte del fujimorismo es cada vez menos efectivo ante la persuasión, populista o no, del mandatario. Con ello, el Ejecutivo nivela la cancha política frente a Fuerza Popular. En política, sin embargo, toda acción genera una reacción. De ahí que la señora Fujimori revelase, hace pocas semanas, las reuniones tantas veces negadas con el actual mandatario, bajo la esperanza de que, al descubrir dicha serie de hechos, se desacreditase el inquilino de Palacio (menuda manera de ‘desnivelar’ la cancha de nuevo, por cierto).

Si de escenarios se trata, no es muy difícil imaginar lo que el peso de las cosas traerá para el binomio Vizcarra-Fujimori. Pero, ¿y el país? ¿Será, como adelantamos hace pocos días, ‘otro quinquenio perdido’?

Siempre queda espacio para que la razón prevalezca sobre la pasión, eso es claro. Pero vistas las cosas, y analizadas las probabilidades, todo apunta a que en efecto estos cinco años serán ‘perdidos’ en términos de reformas e inversiones, lo que a la larga se traduce en mejoras mínimas, si no imperceptibles, en la calidad de vida de los peruanos.

El problema es mayor si miramos el largo plazo. En efecto, hoy nuestro crecimiento potencial se sitúa entre el 3% y 4%. Para estándares internacionales, no estamos mal; pero en términos de potencial, y por ende de calidad de vida perdida, cada punto anual significa miles de puestos de trabajo, mejores servicios y mayores sostenes sociales.

Para la ciudadanía, cada vez más informada y sofisticada, este hecho no pasa inadvertido. Las rencillas políticas, demostración palmaria de que la menudencia prima sobre los grandes intereses, vienen carcomiendo las esperanzas, pero también alimentando las fantasías del advenimiento de un caudillo que, en simple, ponga las cosas en orden. Esto no es charlatanería. Miremos, si no, los resultados anuales del Test de Nolan, realizado por Datum desde el 2014. El centro político se ha reducido del 58% al 34% actual, mientras que el autoritarismo ha ganado un importante espacio, pasando del 31% al 44%. Los liberales y progresistas ganaron también espacio, pero uno muy reducido en comparación con el del autoritarismo.

Las rencillas políticas no explican, desde luego, todo el desencanto y las frustraciones que dichas cifras revelan. Pero sumadas a la sensación de parálisis, de evidente corrupción generalizada, y al descrédito (también generalizado) de la clase política y las élites en general, abonan sin duda dichos sentimientos.

En otras palabras, tal vez no estamos ya ante otro quinquenio perdido, sino ante el desarrollo de un proceso de decadencia mayor. El fujimorismo capitalizó en el 2016 ese 58% de ‘centristas’; en el 2021, sin embargo, difícilmente será percibido como una alternativa al haber perdido su respaldo popular. Las probabilidades de que un aventurero político radical ocupe ese espacio perdido son, entonces, mucho mayores que hace cinco años. Que ello ocurra finalmente dependerá, por supuesto, de múltiples factores (que aparezca un líder capaz de enarbolar las banderas de lucha idóneas para ese fin, que cuente con cierto grado de empatía y astucia, recursos financieros y estratégicos, etc.); pero de que las condiciones están dadas, no cabe duda.

No minimicemos los riesgos y las probabilidades que manifiesta el descontento generalizado que vivimos. La historia está llena de ejemplos.