(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

Como suele ocurrir con las personas a las que se despierta bruscamente, el congresista está de mal humor. Alguien le tomó esta semana una foto mientras pegaba una pestaña en el Congreso y la colgó en las redes, provocando la previsible lluvia de vituperaciones que ese tipo de imágenes desata en el ciberespacio: los tuiteros literalmente agotaron el diccionario de sinónimos para atribuirle la condición de gandul o apoltronado; y a él, como es lógico, la experiencia no le resultó gratificante.

“Algún congresista felón filtró esta fotografía [de] cuando descansaba en la Sala Mariátegui, que justamente es para eso”, escribió indignado en su propia cuenta de Twitter. Y luego, ante la prensa, volvió a catalogar al furtivo ‘paparazzo’ de felón, lo que constituye una forma sofisticada de llamar a alguien traidor. Una condena, dicho sea de paso, que revela que él mismo no está muy convencido de la naturaleza inocente de la actividad en la que fue captado, porque si nada malo hubiese existido en efecto en su peculiar descanso, ¿en qué habría consistido la traición del colega que lo mostró tomándolo?

‘Otorongo no expone a otorongo privado en horas de trabajo’ parece ser la máxima no escrita que Becerril tenía en mente al momento de censurar a su compañero, pero en esta pequeña columna estamos persuadidos de que, al reaccionar así, se equivocó.

De las múltiples imputaciones de las que el controvertido congresista de ha sido objeto a lo largo de los últimos años, la de la ‘papayita’ en el Palacio Legislativo es, en realidad, la más inocua. Y si uno la analiza con auténtico desapasionamiento, descubre que tiene mil atenuantes.

—Homenaje al Amauta—

Consideremos, en primer término, el ambiente específico en el que tuvo lugar el reposo supuestamente prohibido: la Sala Mariátegui, que según el parlamentario bajo observación, “justamente es para eso”. ¿Hay algo de cierto en esa tesis? Nosotros diríamos que sí. José Carlos Mariátegui, como se sabe, era moqueguano y algunas tradiciones orales afirman que cultivaba escrupulosamente esa vieja costumbre de sus paisanos de echarse una siestecita después del desayuno. ¿Qué mejor homenaje al Amauta, entonces, que meterse una ‘moqueguana’ en el salón que lleva su nombre?

Evaluemos a continuación la actividad misma que motiva la reprobación ciudadana: dormir. ¿Es caer en los brazos de Morfeo acaso una ocupación perniciosa? ¡No! Al contrario: bien sabido es que sirve, más bien, para mejorar la capacidad de aprendizaje y la memoria. Y no se puede descartar que, después de un sueño reparador, el congresista Becerril despierte de pronto con, digamos, un recuerdo de sus conversaciones con el prófugo ex magistrado César Hinostroza más minucioso que el que hasta ahora ha compartido con nosotros.

De acuerdo con un estudio de la Universidad de Carolina del Norte, dormir favorecería además el desarrollo de la dimensión ética de las personas, haciéndolas menos proclives a mentir o robar. Pero no nos volvamos locos y mantengámonos mejor dentro del ámbito de lo que razonablemente le podemos pedir a este regalo de la naturaleza.

No conviene olvidar, por otra parte, la actividad onírica. Si, como las imágenes sugieren, el legislador que nos ocupa no solamente pegó los párpados, sino que accedió con denuedo a la denominada fase REM, forzosamente ha de haber soñado. Y aunque no podemos conocer las formas que adquirieron en esa particular oportunidad las fabulaciones de su inconsciente, no podemos negar de plano la posibilidad de que estuviera soñando con un Perú mejor. Uno que tuviese, por ejemplo, todo el piso cubierto de losetas.

Hay que admitir, por último, que no todo lo que rodea al sueño es necesariamente positivo. A veces sucumbir a él genera externalidades negativas; es decir, perjudica al prójimo. Como, por ejemplo, cuando uno ronca. El parlamentario Becerril, sin embargo, está a salvo de cualquier sospecha al respecto, porque todos sabemos que en Fuerza Popular las que roncan son las mujeres.

En el caso de nuestro soporoso legislador, cabría hablar más bien de externalidades positivas.

¿Cómo así podría beneficiarse la comunidad del letargo sin tregua del representante por Lambayeque? Muy fácil. Imagine el lector a qué habría estado dedicado de estar despierto. Recuerde sus intervenciones en la Comisión de Constitución o en la de Fiscalización (para no hablar de las que nos ha obsequiado tantas veces en el pleno) y tendrá seguramente una idea clara de aquello a lo que nos referimos.

Es más: podría pensarse quizás en instalar una rueca embrujada, como la que en el famoso cuento de hadas puso a dormir por 100 años a todos los habitantes del castillo de la Bella Durmiente, en la sala de reuniones de la bancada de Fuerza Popular. E instruir, eso sí, a la gente de seguridad del Congreso para que no deje que príncipe alguno se acerque siquiera a las inmediaciones de la plaza Bolívar.

—Drume, Hectitor—

Con frecuencia se dice de manera figurada que el sueño es una bendición, pero en esta ocasión la frase se nos antoja literal. ¿Por qué hacer tanto escándalo, en consecuencia, por unas imágenes en las que el congresista Becerril solo está dormido y cuando lo que conviene a todas luces es en verdad no hacerle ruido?

Organicémonos. Si alguien abre la boca, que sea en cualquier caso para entonar una canción de cuna, como aquella tan pegajosa que Bola de Nieve le dedicaba a una negrita, y en la que, para que cerrase los ojos, le prometía una nueva cunita “que tendrá ‘capité’ y también ‘cascabé’”.

Y si así y todo el congresista no se ‘drume’, habrá que traerle un ‘babalao’ que le dé pau pau. Porque con los intereses de la patria no se juega.