(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

Aturdidos por los fogonazos del reinicio de las hostilidades entre y el gobierno no lo notamos, pero la semana pasada el ministro de Educación, , encendió la mecha de una auténtica revolución. Durante una reunión con la prensa para tratar el delicado asunto de la lucha contra la violencia, presentó una letra modificada de la conocida canción infantil “Arroz con leche” que reta los patrones machistas de la versión original. “Arroz con leche/ yo quiero encontrar/ a una compañera que sepa luchar/ que sea fuerte y muy audaz/ que sea muy valiente y pueda soñar” hizo corear a los periodistas allí presentes. Y no contento con lo que había producido hasta ese momento, continuó: “Valiente sí, con miedo no / que sepa sus derechos y los míos”.

Hay que decir que hizo flecos la métrica y la rima de la clásica cantilena, pero quién sabe: a lo mejor era un efecto ‘brechtiano’ para romper el encantamiento estético y contribuir así a la toma de conciencia.

—Pisa y pasa—

¡Atrás, entonces, señoritas de Portugal! Si en efecto saben abrir la puerta, que sea para fugar. ¡Váyanse con sus bordados a otras comarcas donde los estereotipos de género no hayan sido todavía heridos de muerte como aquí!

Encendida la primera brizna, sin embargo, nos parece inevitable incendiar la pradera. Y por eso, desde esta pequeña columna, le proponemos al ministro Alfaro meterle mano a todo el cancionero del kindergarten.

En “Los pollitos dicen”, por ejemplo, todos hemos salmodiado siempre de manera acrítica que, cuando los animalitos en cuestión tienen hambre y frío, “la gallina busca/ el maíz y el trigo/ les da la comida/ y les presta abrigo”. Pero pensemos un poco: ¿por qué tiene que ser la gallina?, ¿por qué no el gallo, ese execrable paradigma del macho que pisa y pasa sin detenerse siquiera a firmar los huevos que fertiliza? La hembra de esa especie aviar tiene derecho a decir no. ¿No podría tener acaso ocupaciones que atender o sencillamente apetencias de holgar una tarde como su ocasional consorte? A partir de ahora, entonces, a entonar: “el gallo se turna/ con mamá gallina/ para alimentarlos/ y darles chalinas”.

En lo que concierne a “Tengo una muñeca”, por otra parte, ya va siendo hora de que cambiemos el vestidito azul por un buen pantalón de cuero negro; y los zapatos blancos, por unos ‘chancabuques’ que impongan autoridad.

Llegados a este punto, por lo demás, no habría razón para detenerse en los asuntos de género. En aras de la alimentación saludable, podríamos modificar también la letra de “Tengo una vaca lechera” y –después de reconocer el derecho de los hijos de parejas veganas a ser exonerados de cantarla en el nido– sustituir lo de la “leche condensada” (deplorable maridaje del azúcar con las grasas saturadas) por “me da leche etiquetada/ con su octógono marcada”. Pero rematar siempre con aquello de “tolón, tolón/ tolón, tolón”, porque tampoco se trata de acabar con toda la diversión.

Ya que estamos en esto, valdría la pena alterar también la solemne estrofa con ‘o’ de “La mar estaba serena” –“lo mor ostobo sorono/ sorono ostobo lo mor”–, pues puede parecer un ardid para despertar simpatías hacia la corrupción toledista. La inmortal “En un bosque de la China”, en cambio, proponemos dejarla intacta, con tal de que la cante el juez Hinostroza.

En fin, estos son solo unos rápidos apuntes de lo que se podría hacer en materia de estimulación temprana con un poco de imaginación. Pero déjenos decir, mientras tanto, que si el año pasado descubrimos alborozados que pagamos impuestos para que el Ministerio de Cultura nos diga de qué chistes es adecuado reírnos, ahora es una dicha saber que lo hacemos también para que el Ministerio de Educación revolucione el repertorio del jardín de infantes.