(Ilustración: Mónica Gonzales)
(Ilustración: Mónica Gonzales)
Mario Ghibellini

El congresista Daniel Salaverry está con roche. Por un momento pareció querer vivir esta semana una fantasía de presidente de la República y desde las alturas de un poder que lo excede le hicieron saber, con crueldad escrita con K, que en realidad no preside ni el Parlamento.

En un pronunciamiento con ribetes de mensaje a la nación divulgado el martes en las redes, Salaverry apareció, en efecto, sentado en su escritorio y, con una bandera peruana asomando sobre su hombro derecho, anunció: “He decidido declarar en sesión permanente al Congreso y agendar [sic], como primer tema para el pleno de este jueves, el inicio del debate de la reforma del sistema de administración de justicia”. Le faltó nomás el ‘regístrese, comuníquese y archívese’ para pegarla de soberano sin cortapisas.

Pero el jueves llegó y nada ocurrió en el Legislativo. Y solo entonces, aparentemente, el presunto titular de ese poder del Estado se percató de la luz naranja que lo había fulminado desde el cielo.

—Disminuido regente —

¿Qué había sucedido? Pues que el dictamen de la Comisión de Constitución sobre la materia desafortunadamente no estaba listo y que el de la Comisión de Justicia enfrentaba cuestionamientos sobre la legitimidad del quórum con el que había sido aprobado. Aun así, Salaverry trató de dar batalla y dijo que iba a conversar con la Junta de Portavoces porque esta podía “exonerar los proyectos de ley que hay [con] respecto al Consejo Nacional de la Magistratura y entrar al pleno”.

En la Junta de Portavoces, sin embargo, según ha revelado el congresista César Vásquez de APP, fue precisamente el vocero de Fuerza Popular el que se opuso a que la reforma se debatiese ese día. Y al final, el disminuido regente de los destinos del Parlamento tuvo que salir a explicar entre incómodos carraspeos que luego de “intercambiar alturadamente criterios y conceptos [con] respecto a cómo llevar adelante este proceso”, la junta había tomado la decisión de “respaldar el cronograma aprobado en la Comisión de Constitución [con] respecto a los plazos y fechas en los que se debatirá cada uno de los proyectos de ley” relacionados con la reforma.

Así, el plan alternativo anunciado el mismo día del mensaje original de Salaverry por la congresista Rosa Bartra (quien preside la Comisión de Constitución y, en esa medida, ostenta un poder necesariamente inferior al del presidente del Congreso) había terminado imponiéndose… y una cierta declaración sobre quién manda en realidad en el Legislativo había sido notificada al país.

Según refieren los iniciados en estos misterios, en la cima del poder naranja hace tiempo que pensaban que Salaverry se la estaba buscando. Había empezado su gestión en la Mesa Directiva cancelando la compra de televisores y frigobares, ‘aceptando’ la renuncia del jefe de seguridad Walter Jibaja y pidiéndole al contralor que sugiriese el nombre de la persona que debería cumplir esa labor en el Congreso, entre otros gestos que equivalían a colocarle el cucurucho de los ceporros a su antecesor en el cargo, Luis Galarreta. Y hasta había deslizado que la ‘ley mordaza’ no había traído ningún beneficio a nadie y era perfectible.

Un mensaje a la nación en el que, por añadidura, se hacía eco de los reclamos del nuevo archienemigo de la casa (el presidente Vizcarra) era ya demasiado; y, en consecuencia, alguien debía poner fin a esta fantasía de juego político propio a la que estaba entregado.

La orden, por lo que parece, fue impartida, pues desde el jueves Salaverry ha adoptado frente a la prensa un laconismo que no le conocíamos, y la enigmática sonrisa con la que la señora Bartra enfrenta siempre a las cámaras daría la impresión de estar a punto de revelar su secreto.