“Conociendo al jefe de Estado, Pedro Francke sabe que, entre el momento en el que él cree detectar que determinado funcionario se ha convertido en un problema y el momento en el que se decide a licenciarlo, puede pasar una eternidad”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Conociendo al jefe de Estado, Pedro Francke sabe que, entre el momento en el que él cree detectar que determinado funcionario se ha convertido en un problema y el momento en el que se decide a licenciarlo, puede pasar una eternidad”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Mario Ghibellini

La mitología griega, que todo lo anticipó, cuenta una historia que podría sonarnos familiar a los peruanos de hoy. Harto de sus trapacerías, un día Zeus decidió castigar al titán Prometeo: dispuso que fuera encadenado a una roca y que un águila de origen fabuloso le picase el hígado hasta devorarlo. El dolor que esa tortura producía en el hijo de Jápeto y Climene era por supuesto inenarrable y, para colmo de males, infinito. Como Prometeo era inmortal, el hígado volvía a crecerle cada noche y a la mañana siguiente, el águila estaba de regreso para reanudar el suplicio. Según las versiones del mito que han llegado hasta nosotros, al final Hércules liberó al titán de sus cadenas y mató al águila. Pero esa forma de desenlace afortunado daría la impresión, en realidad, de ser un injerto tardío en la perfecta pesadilla que soñaron los griegos de la Edad Oscura. En algún rincón de un infierno semejante al Cáucaso, Prometeo ha de seguir padeciendo el martirio al que alguna vez fue condenado. Y, según parece, pronto tendrá compañía.


–Fobias y envidias–

Hace poco más de un mes, el ministro de Economía, , pronunció una frase tan infeliz como reveladora. Al tratar de justificar sus afanes por aumentarles el impuesto a la renta a las personas que ganaban más de S/300 mil al año, dijo: “yo veo en la calle algunos carros que me pica el ojo y me hinca el hígado”. Se refería, concretamente, a automóviles cuyo valor podía oscilar entre los 150 mil y los 200 mil dólares y cuya existencia, aparentemente obscena a su gusto, se le antojaba razón suficiente para castigar a sus dueños con tasas de impuesto progresivas.

La paliza de críticas que le llovió por tratar de sustentar con alusiones a sus fobias y envidias una medida que debía al menos dar la impresión de ser técnica lo dejó por supuesto cojeando por las siguientes semanas y con pocas ganas de volver sobre el tema. Pero como se acercaba la hora en la que el Congreso tendría que definir si le concedía las que había solicitado (y en las que estaban incluidos sus planes confiscatorios), no pudo evitar que la prensa le preguntara al respecto y sus molestias hepáticas salieron otra vez a relucir: la alta riqueza de algunos, confesó, le “fastidia emocionalmente”… Esto, a pesar de que tal riqueza no es, como se sabe, la causa de la pobreza de otros. La idea de que la riqueza es un ‘stock’ fijo que no puede sino distribuirse de manera que a cada uno le toque una porción igual de ella es tan primitiva que ni siquiera los que todavía la adhieren se atreven a formularla en voz alta. Pero de cuando en cuando se descuidan y la dejan sobreentendida. Como en este caso.

La riqueza se crea e incrementa cotidianamente en cualquier sociedad que no esté regida por quien quiere reprimirla por fetiches morales. Como en este caso. Y los que insisten en tratar de imponerle al prójimo sus supersticiones sobre el particular acaban acosados por la pobreza que han generado. Como sin duda sucederá también en este caso.

El ministro Francke, pues, está de malas y estará pronto de peores; y los mensajes que recibe desde el Legislativo y el Ejecutivo sobre la calidad de sus iniciativas tienden a confirmarlo. El Congreso, por un lado, le negó facultades para subir los impuestos a las empresas mineras y a los contribuyentes que le despiertan ojeriza. Y el presidente Castillo, por otro, recibió hace dos días en Palacio a cuatro extitulares del MEF que, desde que se inició este gobierno, han abundado en críticas –muy merecidas, por cierto– al actual responsable de la cartera. Alonso Segura, Miguel Castilla, Waldo Mendoza y Claudia Cooper fueron, en efecto, invitados el jueves por el mandatario para hacerle conocer sus opiniones sobre el manejo de la economía: un gesto que ya de por sí equivalía a sugerir que alguien en el despacho del Jirón Junín había perdido la brújula o nunca la había encontrado. Pero si además resulta que el seguro protagonista de los comentarios fue excluido de la cita, el asunto adquiere ya ribetes de descalificación con roche.


–Orejas en llamas–

Las orejas, en realidad, tienen que haber estado ardiéndole esa tarde al ministro Francke como las llantas en llamas que bloquean habitualmente las vías de acceso a las minas más importantes del país. Pero el hombre, por lo visto, sabe sufrir en silencio.

Las dolencias óticas, después de todo, son generalmente pasajeras. Y conociendo al jefe de Estado, sabe que, entre el momento en el que él cree detectar que determinado funcionario se ha convertido en un problema y el momento en el que se decide a licenciarlo, puede pasar una eternidad.

Con los hincones en el hígado, sin embargo, la cosa promete ser diferente. Sus impuestos no aprobados harán seguramente que cada jornada la sienta como si le estuvieran devorando el órgano de marras. Y lo peor de todo es que, al día siguiente, el águila estará otra vez ahí para reiniciar el tormento.