Mario Ghibellini

Hasta hace poco todos estábamos persuadidos de que Nicola di Bari era el último romántico. Recientes acontecimientos políticos registrados en el país, sin embargo, sugieren que estábamos equivocados. El famoso cantante italiano era solo el penúltimo. Un sucesor de polendas le ha brotado ahora en esta hermosa tierra del sol y él tendrá que resignarse.

¿A quién nos referimos? Pues evidentemente a , nuevo titular del Interior de este ya senescente gobierno. Conocido durante su breve paso anterior por el Gabinete como , él ha confirmado esta semana su disposición soñadora al aceptar la referida cartera. Seis años atrás, cuando PPK demostró que había llegado al poder para hacer cosas importantes y dispuso sesiones de gimnasia previas a los Consejos de Ministros, González tuvo que cortar bruscamente la rutina de ejercicios al descubrirse que había colocado a su novia como consejera del despacho de Defensa, entonces a su cargo. Una falta que, en contraste con los enjuagues que hoy conocemos a diario, parece ‘peccata minuta’, pero que lo marcó para siempre. En eso de ser ministro de Guerra y caer por amor hay una ironía difícil de ignorar.


–Aflautado Torres–

Como señalábamos líneas atrás, sin embargo, el hombre ha ratificado la vocación romántica que lo lanzó a la fama al acceder a ceñirse acaso el más envenenado de los fajines que la dupla Castillo-Torres puede ofrecer. No aludimos en este caso, claro, a un romanticismo ligado a la idea de pareja, sino a uno de naturaleza más general, asociado más bien a la circunstancia de ser iluso o sentimental, e ir por la vida con el corazón desbordado.

¿Qué otra explicación puede haber para esa especie de salto sin paracaídas que González acaba de acometer? Si asumir un puesto cualquiera en este gobierno es una temeridad solo explicable a partir de hipótesis maliciosas, echarse sobre la espalda la responsabilidad de la lucha contra el delito es ya sinónimo de haber abandonado toda traza de racionalidad. Lo primero que se espera del flamante titular del Interior es que capture a Bruno Pacheco, Fray Vásquez Castillo y Juan Silva, y eso obviamente está en conflicto con los intereses de quien asoma como el principal beneficiario de los negociados que se les imputan. Las posibilidades de éxito del ministro, entonces, son inexistentes. Al menor síntoma de eficiencia en la procura de ese fin, descubrirá sin duda que sus subalternos comienzan a confundir sus instrucciones, mientras un viento frío sopla desde Palacio.

A esa ardua tarea, además, ha venido a sumársele en estos últimos días la de ubicar y detener a los ronderos que tuvieron secuestrados por cinco horas a los reporteros de “Cuarto poder” en Chadín, Cajamarca: otro empeño que difícilmente contará con los auspicios de sus superiores (que solo son dos). El premier Torres, en particular, se lanzó el jueves con la tesis de que “ya quisiéramos que la policía y las Fuerzas Armadas brindaran la misma seguridad que las rondas campesinas a todo el país”. Uno de sus acostumbrados manotazos a cualquier cosa que se mueva a su alrededor y le sirva de chivo expiatorio frente a las tropelías de los representantes de esta administración o sus aliados. Solo que en esta ocasión el comentario provocó en el Comando Conjunto una carraspera que, antes de que se convirtiera en comunicado, el jefe del Gabinete trató de conjurar con la aflautada anotación: “Ratifico mi respeto a las FF.AA. y a la PNP, instituciones tutelares de la Nación, por su rol histórico al servicio de la patria”.

Sea como fuere, también en este terreno las probabilidades de que González avance con pasos firmes luce remota. Y ya está citado para este lunes a la Comisión de Seguridad Ciudadana del Congreso para abordar la materia; y en los siguientes días, a la de Defensa y Orden Interno con igual propósito. ¿Cuánto puede tardar esa inquietud del Legislativo en transformarse en una invitación a responder ante el pleno, y de una manera más apremiada, sobre esto y sus planes para capturar al entorno prófugo del presidente? Pues, no mucho. El ministro, nos tememos, está próximo a averiguar en carne propia por qué se dice que es tan corto el amor y tan largo el despido… O algo por el estilo.


–Puro bobo–

Este gobierno y quienes lo encabezan no van a cambiar. No se van a volver buenitos de un día para el otro ni, conmovidos por las reacciones adversas a su manera de actuar, van a empezar a poner repentinamente funcionarios competentes y probos, allí donde hasta ahora solo han puesto a antiguos o futuros protagonistas de las páginas policiales. No lo van a hacer, sencillamente, porque eso va en contra de aquello que los impulsó a tentar el poder en primera instancia.

Lo que nos lleva de regreso a la pregunta inicial: ¿qué podría haber llevado al “ministro del amor” a sumarse a esta gavilla impresentable? ¿Lo ha hecho acaso llevado por nobles sentimientos patrios? ¿De puro iluso, de puro corazón? No importa, sea por puro bobo o no, González se aproxima vertiginosamente a la situación en la que le tocará volverse a tropezar con la evidencia de que es un romántico sin remedio. Pero irremediablemente también, el último de ellos.

Mario Ghibellini es periodista