Esta semana los peruanos hemos terminado de despertar a una realidad que ya nos temíamos: la historia que nos vendió el expresidente Vizcarra sobre la llegada de una vacuna que el primer trimestre del próximo año alcanzaría para inmunizar al personal de “primera línea” en la lucha contra el COVID-19 –y hasta a los miembros de mesa de las elecciones de abril– era un embeleco. La verdad es que mientras otros países de Latinoamérica, como Chile o México, empezarán a vacunar a su población este mismo mes, nosotros no estamos ni siquiera oficialmente en una cola que nos permita afirmar que recibiremos un contingente importante del suero protector en el segundo semestre del 2021.
La noticia, por supuesto, ha provocado una mezcla de ira y desesperanza que arruina cualquier asomo de espíritu navideño que pudiera haber estado germinando en los sobrevivientes a la multifacética peste del 2020. Pero eso no puede confundirnos acerca de la identidad del individuo sobre el que esos sentimientos deberían ser volcados.
La cosa es sencilla: el principal responsable de la situación en la que nos encontramos es, sin duda, el ya mencionado ex jefe del Estado. No solo por las funciones que en cualquier caso le habrían concernido en el combate contra una pandemia, sino porque, al inicio de esta en particular, hizo gran alarde sobre el minucioso liderazgo que estaba asumiendo en el frente de batalla. Y si se ocupó de dejar en claro que estaba gestionando lo pequeño, no tiene cómo desentenderse de la gestión de lo mayúsculo.
–Vacuna y vacancia–
Vizcarra era, en efecto, el que hacía todo: desde decirnos cómo debíamos lavarnos las manos hasta anunciar las cifras cotidianas de contagios y muertes. Él era el que decretaba cuándo habíamos llegado a una meseta que nadie distinguía y al mismo tiempo el que amenazaba a las clínicas para que ajustaran sus precios a los niveles que juzgaba convenientes. Se quiso comer el jamón de todo lo que creyó que le reportaría popularidad y ahora le corresponde comerse también el sebo de su inoperancia.
Que nos condujo a un encierro que produjo un récord mundial en las cifras de caída económica y víctimas fatales del virus ya lo sabíamos. Que para los asuntos que no tenían cabida en las encuestas nos dejó en manos de la legendaria dupla Zeballos-Zamora (titular de la proeza de demorar casi dos meses la aceptación del oxígeno donado por Southern mientras en el sur la gente moría por falta de eso mismo), también. Y ahora venimos a enterarnos de que no fue capaz de cerrar trato alguno con los laboratorios que tenían la fabricación de la vacuna en marcha.
Como era previsible, el miércoles, tras la difusión de esta información Vizcarra salió inmediatamente a recitar una serie de fábulas cuya falsedad esencial este Diario ya se encargó de revelar. “Firmamos uno nosotros [un contrato] por más de 11 millones de vacunas, que eso está en orden, y que esas vacunas se entregan el próximo año”, dijo, por ejemplo, el exmandatario. Pero la ministra Mazzetti ha sido muy precisa en aclarar que ese contrato está todavía “en proceso de negociación”.
De las figuras escapistas ensayadas ese día por el expresidente, sin embargo, hubo una con la que ninguna otra puede competir en morro. “Cuando ya estábamos a punto de cerrar, irresponsablemente, el Congreso me vaca”, dijo en una especie de éxtasis embustero. Y alguien tendría que haberle hecho notar en ese momento dos cosas. Primero, que un instante antes había sostenido que para ese entonces ya se había firmado por lo menos un contrato. Y segundo, que, si en efecto la firma de otros convenios era inminente el día que lo vacaron, tendría que habérselo advertido al país antes de salir con sus pilchas de Palacio.
La verdad, por lo tanto, parece ser más bien otra. A saber, que la vacancia lo libró de tener que afrontar en el poder las consecuencias de la sorpresa navideña que nos tenía reservada para coronar la incompetencia de su gestión ante la pandemia.
No es tarde, no obstante, para que la ciudadanía castigue esta enésima hazaña sanitaria suya por lo menos en las urnas, el próximo 11 de abril. Aunque si el presidente Sagasti insiste en poner biombos para tratar de tapar la aparatosa realidad de esta infamia, a lo mejor hasta de eso se libra.
–Pase de pañuelo–
Preguntado esta semana en la conferencia de prensa que ofreció junto a sus ministros sobre el presunto responsable del desaguisado de la vacuna, el actual mandatario sacó efectivamente el pañuelo que ese día parecía haber guardado en un bolsillo y ejecutó algunos pases de mago. “Si nos ponemos nosotros a buscar responsables de quién fue que hizo esto y en qué se equivocó, nos van a pasar los cuatro meses de gobierno en eso”, sentenció. Y luego añadió: “No estamos mirando hacia atrás, no estamos caminando de espaldas viendo lo que sucedió”.
Pero, perdón, ¿acaso no es exactamente eso –mirar hacia atrás y buscar responsables– lo que, con toda justificación, están haciendo a propósito de la represión policial en las manifestaciones de noviembre? ¿Por qué, entonces, lo que resulta pertinente en un caso se vuelve impertinente en el otro? ¿Es que hay en todo este asunto algún elemento de la penosa administración Vizcarra que podría contagiar a la actual y que por eso mueve a tratar de echarle tierra al paquete completo?
‘Cherchez’ la ministra, podríamos decir parafraseando a Alejandro Dumas (padre) y luego quitarnos la mascarilla para probar un pavo que de todas maneras nos sabrá amargo.