Mario Ghibellini

Cuando uno ve la forma en que la presunta oposición a esta administración de corrupción e ineptitud se comporta en el mira al cielo. ¿Qué oscuro designio divino, se pregunta, nos puso en manos de esta hueste de paladines reñidos con la motricidad fina? ¿Cómo así pueden los rencores y los miedos de muchos de ellos pesar más que el elemental razonamiento político a la hora de tomar decisiones fundamentales con relación a los afanes del gobierno por hacerse del poder total? Proceden esos opositores de fogueo, efectivamente, a partir de criterios frívolos y deleznables. Sus preocupaciones centrales, se diría, giran en torno a interrogantes como por qué determinada persona ocupa el cargo que ellos creían merecer o qué críticas podrían hacerles los voceros de los sectores que no los llevaron al Parlamento si actuasen de la tal o cual manera. Y llevados por esas fruslerías, acaban haciéndoles el juego a y sus secuaces en asuntos tan sensibles para la preservación de la democracia como el de la conducción de la Mesa Directiva del Legislativo, tal como ocurrió esta semana.


–Lo único que sabe hacer–

Si alguien creía que estos cultores del astracán fiscalizador habían escarmentado tras la torpeza que cometieron al llevar al presidente del Consejo de Ministros al hemiciclo para que se burlara de ellos, tendría que pensar de nuevo. Este lunes, prácticamente los mismos operadores bufos del contrapeso al Ejecutivo , que daba una cierta tranquilidad como titular del Congreso, llevados de las narices por el congresista Bermejo y su comparsa.

Es evidente que lo que César Acuña dijo a sus prosélitos en la reunión registrada era más que reprobable (si constituyó o no delito, lo dirán en su momento la fiscalía y el Poder Judicial); y es evidente también que la señora Camones tendría que haber manifestado su rechazo al intento del líder de su partido por imponerle una agenda que lo favoreciera electoralmente en los comicios en los que competirá el 2 de octubre. No lo hizo y tendrá que cargar con el peso de esa responsabilidad por el resto de su vida política.

Pero, sin ser poco, eso es todo. En su caso, delito definitivamente no hubo. ¿Tenía sentido, entonces, poner en riesgo la presidencia del Congreso en un trance tan delicado como el que supone la actual ofensiva del Gobierno contra todo lo que amenace su capacidad de seguir haciendo lo único que sabe hacer? Porque, vamos, eso es exactamente lo que consiguieron esta semana los parlamentarios de Renovación Popular y Avanza País que votaron a favor de la admisión a debate de la moción de censura o de la censura misma a Camones. Y los que se abstuvieron, por cierto, quedaron peor.

Ahora, como suele suceder cuando hay por ahí una posición de poder pronta a ser rifada, los postulantes al cargo brotan a razón de dos por bancada y la posibilidad de labrar una candidatura única de la oposición no pasa de ser un tópico retórico en boca de legisladores que quieren lucir preocupados. Quizás al final no pase nada. A lo mejor, al llegar a la inevitable segunda vuelta en la votación de este lunes, la realidad obligue a una recomposición de las fuerzas que resisten al Gobierno y la cosa no pase de haber sido un susto. Pero la verdad es que la performance cumplida por esas fuerzas opositoras durante estos últimos días es como para abandonar cualquier esperanza que uno hubiera podido tener en ellas.


–Vicio y fornicio–

Todo esto nos recuerda una lectura reciente sobre cierta hipótesis lanzada por la ciencia acerca del ingrediente de verdad que podría existir tras el relato bíblico de Sodoma y Gomorra. Como se sabe, el Antiguo Testamento cuenta que, irritado con esas dos ciudades por el relajo que imperaba en ellas, Dios decidió exterminarlas. Mucho violador, mucho borracho circulaba, al parecer, por sus callejones y ambientes.

Refieren también las escrituras que hubo un intento de Abraham por evitar la catástrofe, pero al final los “diez justos” que habrían bastado para impedirla nunca aparecieron, y la lluvia de fuego y azufre prometida por la divinidad cayó de todas maneras sobre aquellas comunidades entregadas al vicio y al fornicio.

Pues bien, últimos descubrimientos arqueológicos sugieren que esa leyenda podría ser el eco de lo ocurrido hace cerca de 3.600 años en la ciudad ahora conocida como Tall el-Hammam, en el Medio Oriente. Según los científicos, un meteorito que explotó en la atmósfera antes de impactar con la tierra habría sido el responsable de que el asentamiento que entonces existía en el lugar fuese borrado del mapa con la furia de mil bombas de Hiroshima. Y el pavoroso episodio, por supuesto, no habría sido el primero ni será el último de ese tipo en nuestro planeta.

Todo eso viene a la mente cuando uno levanta la vista al cielo.

Mario Ghibellini es periodista