Mario Ghibellini

La situación política del momento tiene algo de montaña rusa. No bien creemos ya estar fuera del bosque en lo que se refiere a la macana del referéndum y la asamblea constituyente, descubrimos que la señora nos vuelve a plantar árboles a todo el rededor. La semana pasada decíamos que le hacía falta a la presidente un baldazo de agua fría que le sacara de encima la “consternación” por la detención de y las ganas de por el golpe que él dio. Y la verdad es que, por un instante, pareció que algún voluntario se había encargado de la tarea. Durante el fin de semana, en efecto, ella empezó a merodear la sensatez en sus presentaciones ante la prensa y llegó a sentenciar: “En estas circunstancias, la asamblea constituyente no es posible”. Pero la despercudida le duró poco y ayer, en una malhadada entrevista, se metió de nuevo en el atolladero al declarar con necedad perfecta que “es el pueblo el que tiene que decidir sobre esta situación a través de un referéndum”... Una constatación de que tenemos que alegrarnos del recorte del que al parecer será objeto su mandato. Pero, lamentablemente, tampoco tanto.


–Instalados en Guatemala–

Como se sabe, si el Congreso no cambia de idea en la siguiente legislatura, tendremos . Y si bien nadie puede celebrar que el penoso trance que vive el país nos lleve a tener pronto al sétimo presidente en menos de una década, se hace difícil pensar en un vuelco de fortuna capaz de colocarnos en un lugar peor que aquel en el que nos hallábamos hace solo tres semanas. Esto es, a merced de un gobernante corrupto, inepto y dispuesto a romper el orden constitucional para hacerse del poder absoluto y librarse de las investigaciones fiscales que lo cercaban.

La verdad, no obstante, es que, como la señora Boluarte acaba de demostrar, se hace difícil también pensar en un giro de eventos que pueda conducirnos a un destino mucho mejor. Salimos de Guatepeor para instalarnos en Guatemala. Y solamente por eso, sería recomendable que la ilusión que despierta lo que debería suceder en un año y algunos meses fuese solo moderada.

“Los peruanos elegimos mal”, dice mucha gente, haciéndose eco de una impresión suscitada por la elevada desaprobación con la que nuestros presidentes culminan sus mandatos (cuando tal cosa es posible, claro). La reflexión de base es sencilla: si cuando postularon eran amados y cuando dejaron Palacio, aborrecidos, esos fulanos tienen que haber defraudado a millones de personas. Ciudadanos persuadidos, en buena cuenta, de que mejor les habría ido en la vida votando originalmente por alguien distinto.

El argumento, sin embargo, es engañoso, porque el set de candidatos que se les presenta en cada proceso electoral a los votantes es un estuche colmado generalmente por individuos que han llegado allí a falta de otra motivación en la vida. Aventureros, ventajistas, charlatanes en busca de una franela narcisista y seguidores de los preceptos económicos de Enver Hoxha: eso es lo que la política atrae en esta tierra del sol (y, para ser honestos, también en otras latitudes).

Pensemos, por ejemplo, en las opciones que se nos ofrecieron la última vez. Desde luego, es improbable que con alguna de ellas nos hubiese podido ir peor que con Castillo. Pero, vamos, tampoco es que la iluminación hecha carne hubiese estado a nuestro alcance y nosotros la dejáramos pasar.

Lo peor de todo, además, es que las elecciones del 2024 no se anuncian muy distintas. Los congresistas decididos a aprobar en segunda votación la modificación constitucional que las hará posibles están empeñados en aprobar también un grupo de reformas que, según ellos, mejorará la calidad de la representación a partir de ahora, pero difícilmente tales reformas supondrán un cambio en los estímulos que operan sobre aquellos compatriotas que sueñan con la banda embrujada. En otras palabras, no habrá reforma que nos evite acabar en el 2024 con muchos de los candidatos del 2021.

Sabemos que, por los compromisos que tiene adquiridos con quienes lo eligieron alcalde de Lima hace unos meses, Rafael López Aliaga no postulará. Y presumimos que algunos otros animadores menores de los comicios anteriores tampoco lo harán, por haber perdido la inscripción que se lo permitió la última vez. Al resto de los participantes en el baile del año pasado, no obstante, lo imaginamos ensayando ya los mismos pasos que en aquella ocasión para dispensarnos pronto la misma danza.


–Querido Santa–

¿Habrá tenido, por ejemplo, suficiente con tres derrotas al hilo? El sentido común haría pensar que sí, pero ya se sabe que ese sentido no abunda entre quienes habitan los suburbios del poder. Y por esa misma razón no es inverosímil que vuelva a olvidar el nombre de la organización que se anime a lanzarlo, que niegue su cercanía a Castillo con la misma vehemencia con la que negó en su momento que la letra que aparecía en cierta libreta de Nadine Heredia era suya y que , en fin, siga siendo Yonhy Lescano.

Por eso, si no le ha escrito usted todavía su carta a Santa, está a tiempo de hacerlo pidiéndole a nombre de todos nosotros que, de acá al 2024, asome algún nuevo candidato en el horizonte. Total, más buenitos no hemos podido ser.

Mario Ghibellini es periodista