“Si bien ninguno de los personajes aquí mencionados se ha manifestado como un hincha de la interrupción del mandato del actual gobernante, tampoco ha aparecido como un detractor de ella”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Si bien ninguno de los personajes aquí mencionados se ha manifestado como un hincha de la interrupción del mandato del actual gobernante, tampoco ha aparecido como un detractor de ella”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Mario Ghibellini

El título de esta columna parecería anunciar la trama de una novela gótica, pero es apenas una alusión a las menudencias que aderezan por estos días el perpetuo pulseo criollo por el poder. En torno a la sesión para debatir y votar que se celebrará este lunes en el Congreso existen todavía algunas dudas –la más importante de ellas, seguramente, si el jefe de Estado cumplirá con presentarse en el hemiciclo como ha ofrecido–, pero ninguna está asociada a la posibilidad de que el profesor Castillo sea efectivamente despachado de regreso a Chota. Que los 76 parlamentarios que apoyaron la admisión de la referida moción a debate vuelvan a ser presas de un rapto de lucidez parece improbable. Y que a través de un rascado del concolón opositor se consigan los 11 votos adicionales que harían falta para decretar la vacancia, sencillamente imposible. Todo indica, en realidad, que el gobierno que se estrenó el 28 de julio pasado se encamina a convertirse en un mal endémico, gracias a un Congreso que no termina de identificar la corrupción y la incompetencia como defectos. Pero en la umbría periferia del poder, siempre acechan aquellos que sueñan con un insólito giro del destino que los traslade a su mismísimo centro. Y en el trance que actualmente vivimos, con un poco de esfuerzo, se los puede distinguir.


–Nostalgias lagartas–

Una socorrida frase sostiene que todo político abriga el secreto anhelo de convertirse un día en presidente. Según esa tesis, parlamentarios, ministros, gobernadores regionales y alcaldes serían visitados noche a noche por visiones de sí mismos portando la banda embrujada entre los vítores de una muchedumbre congregada a las puertas de Palacio. Y a decir verdad, no es inverosímil que así sea: quien ya probó tantito las mieles del poder, seguramente está más tentado que el común de los mortales a darse un atracón con ellas.

De acuerdo con esa misma lógica, sin embargo, es lícito asumir que la apetencia en cuestión se incrementa de manera proporcional a la cercanía que cada uno de esos políticos ha experimentado con respecto a la suprema posición de mando en el Ejecutivo. Así, nadie salivaría tanto ante la perspectiva de un resbalón del mandatario en funciones como quienes ya ejercieron la presidencia, ocupan una vicepresidencia o se desempeñan como titulares del Congreso.

Pensemos, por ejemplo, en el expresidente . ¿Se lo imagina acaso alguien entregado a un devaneo distinto al de volver a recibir a Richard Swing en el Salón Dorado y colocarse la décima dosis “experimental” de la vacuna contra el ? En esta pequeña columna, sinceramente, no. Pero, por fortuna, en su caso, así hubiera elecciones adelantadas, semejante sueño sería irrealizable.

Para otros políticos que ya le dieron algún sorbito al mentado néctar o pudieron por lo menos olfatearlo, en cambio, el camino no luciría tan empedrado. Digamos –es un decir– que don , la señora o la igualmente digna hubieran sido ya víctimas del insomnio a raíz de los eventos que darían la impresión de haber puesto al presidente Castillo en la cuerda floja. Por distintas razones, como se sabe, cada uno de esos personajes podría toparse con la escondida senda que conduce a la cumbre del poder casi por azar… Pero solo casi. Una ayudadita a la suerte, en todo caso, podría no estar de más y a lo mejor alguno de ellos –si es que no todos– estaría dispuesto a dársela.

Algún suspicaz, por ejemplo, podría preguntarse cómo así de pronto el expresidente Sagasti se ha visto iluminado por la idea de proponer . Los especialistas discuten si él mismo estaría en capacidad de postular en un proceso así; pero, bueno, mientras discuten, nada impide ir recolectando las firmas necesarias, ¿no?

La vicepresidente Boluarte, por su parte, declaró meses atrás que, en la hipótesis de que el actual jefe de Estado fuera vacado por el Congreso, ella se iría con él. Es decir, renunciaría al derecho a sucederlo. En medio de esta coyuntura ya menos hipotética, sin embargo, ha mantenido los labios apretados y no se la ha escuchado ni suspirar.

En lo que concierne a la señora Alva, por último, las fantasías sobre una eventual debacle que afecte la permanencia del profesor Castillo en la presidencia han dejado un reguero de rastros en los medios. Y llegado el caso, todos conocemos la convicción patriótica con la que ella seguramente estaría dispuesta a asumir los retos que la historia le pudiera poner por delante. Su compañero de bancada Darwin Espinoza, por lo pronto, parece tenerlo muy claro.


–El corazón delator–

Llegados a este punto, debemos insistir en nuestra impresión de que este lunes no habrá vacancia. Los cálculos basados sobre conteos rigurosos de lo que la realidad ofrece, no obstante, no desaniman así nomás a quienes aspiran a las cumbres remotas del poder. En ese sentido, si bien ninguno de los personajes aquí mencionados se ha manifestado como un hincha de la interrupción del mandato del actual gobernante, tampoco ha aparecido como un detractor de ella. En honor a la verdad, los tres se han mantenido muy compuestitos y silenciosos observando desde una distancia prudente lo que ocurre. Pero sospechamos que, si alguien les acercara un estetoscopio al pecho poco antes de la votación de pasado mañana, nos llevaríamos una sorpresa.