(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

Como en una comedia de tres actos, hemos visto en los últimos días al ministro de Justicia, Enrique Mendoza, sentenciar “yo sí creo en la pena de muerte”, luego al presidente Kuczynski recordar que –salvo en casos de traición a la patria– nuestra Constitución no la acepta (descartando así implícitamente que su administración tenga planes de promover un cambio al respecto) y, a continuación, otra vez a Mendoza precisando que, cuando dijo lo que dijo, habló “como ciudadano”, por lo que su declaración no comprometería al gobierno.

Al final, como corresponde en toda comedia, el pretendido ingenio ha sido saludado en el oficialismo con risas y aplausos, y la habitual demanda de que volteemos la página. Pero quizás el asunto merezca una última reflexión antes de echarlo a ese cajón de los despropósitos que este gobierno tiene casi lleno.

STRIKE 2
Veamos. En buena cuenta, lo que nos han tratado de vender es la teoría de que un ministro puede liderar la política que el Ejecutivo ha diseñado para su sector y, sin embargo, estar íntimamente en contra de ella. ‘Si, como Clark Kent, el señor Mendoza tiene debajo del terno que se pone para cumplir sus obligaciones una personalidad secreta, ese es asunto suyo’, parece ser el mensaje de la nomenklatura ppkausa. Pero, como siempre que hay de por medio políticos tratando de salir de un apuro, la cosa no es tan sencilla.

Si uno se toma el trabajo de escuchar las declaraciones originales del titular de Justicia de forma completa, descubre que, tras describir las dificultades que tendría que enfrentar el empeño de introducir en nuestro sistema legal nuevas causales para la pena de muerte, él anuncia: “Yo lo voy a apoyar”.

¿Y cómo creen ustedes que iba a hacer efectivo ese apoyo? ¿Como ciudadano? ¿En sus horas libres, tras quitarse cada noche el fajín? ¿Dirigiendo mudas plegarias a la brumosa Providencia para que la situación cambie de un día para el otro sin que él haya tenido que mover un dedo? No, pues. El ministro estaba adelantando un cierto talante en su futuro ejercicio del cargo, sin enterarse de que con ello caía en contradicción con el gobierno al que supuestamente representa. Es decir, metió monda y lirondamente la pata, y ahora los que lo llevaron al gabinete nos quieren contar un cuento para evitar la vergüenza propia y ajena.

Uno puede estar a favor o en contra de la pena de muerte, pero lo que no puede es impulsar desde el gobierno una forma de entender la justicia y al mismo tiempo, desde alguna dimensión de sí mismo, luchar contra ella.

Lo peor de todo, además, es que este es ya el segundo desbarre importante de Mendoza, a pesar de que no lleva ni dos meses como ministro (el primero fue la astracanada que montó con los cambios en la comisión de gracias presidenciales). Y mientras tanto, en lo que al marcador de los aciertos concierne, podría afirmarse que es ‘el hombre de a cero’.

Un rumor muy difundido en los días posteriores a la juramentación del último gabinete sostenía que la cartera de Justicia había sido una de las más difíciles de cubrir, pues el cargo se le había ofrecido, sin éxito, a varias personas antes de recaer en quien hoy lo ostenta. A la luz de los hechos (y si el rumor fuese cierto), cabe preguntarse si no habría sido más sensato seguir buscando.

Esta columna fue publicada el 4 de noviembre del 2017 en la revista Somos.