Mario Ghibellini

Hoy se llevará a cabo la marcha nacional contra el gobierno denominada . La idea es que, presionados por el clamor popular, y renuncien, o que una cantidad suficiente de congresistas se decida a sacar adelante la suspensión o . De cualquier forma, el propósito final del acto de protesta, según anuncian sus organizadores, es que se vaya también la actual representación nacional y se convoque a nuevas elecciones generales. El punto de reunión será el Paseo de los Héroes Navales; la hora, las 2 pm; y la concurrencia, surtida (han comprometido su asistencia gremios de todo tipo, exmiembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, diversos partidos políticos y hasta autoridades de la iglesia), por lo que la jornada podría ser exitosa… El problema, sin embargo, es que también podría resultar un fiasco. Y en ese caso, los que al final del día debían encontrarse contra las cuerdas, terminarán saliendo fortalecidos y riéndose para sus adentros del eventual traspié de los objetores de su permanencia en el poder.


–Mente corta, uña larga–

No se nos malinterprete: en esta pequeña columna estamos convencidos de la absoluta necesidad de que la costra corrupta e inepta que nos gobierna se largue. En esa medida, deseamos por supuesto que la marcha de hoy sea multitudinaria y alcance todo lo que persigue. Pero eso no puede hacernos cerrar los ojos frente a cierta evidencia del pasado reciente que obliga a preguntarse si no se ha echado mano de este recurso ya demasiadas veces durante el tiempo transcurrido desde que Pedro Castillo ganó las elecciones, y si este es el mejor momento para tratar de forzar una vez más la salida a las calles de todos aquellos que reprueban esta administración de mente corta y uña larga. Dosis y oportunidad son criterios elementales cuando de recursos para ajustar a un gobierno de las características ya señaladas se trata.

¿Cuántas ‘movilizaciones’ de este tipo se han ensayado ya en la capital? Difícil hacer la cuenta. Pero la verdad es que ninguna ha sido auténticamente representativa del rechazo que el mandatario y su banda de aficionados a la rapiña inspiran en Lima. La que mejor fortuna tuvo fue la que se produjo, de manera más bien espontánea, para resistir el encierro al que se nos intentó someter en esa ocasión. Pero desactivado el atropello, se desactivó también el ánimo levantisco de la mayoría de los ciudadanos.

No pocos de esos actos de protesta, además, fueron anunciados como la marcha del fin del mundo y luego resultaron un desfile de piquetes más ruidosos que nutridos. Y como la gente registró el contraste, a la siguiente vez se la pensó dos veces antes de hacer el esfuerzo y acabó quedándose en su casa. El recurso, pues, se gasta y, como es obvio, un gesto que se promociona como épico y se despinta el día de su estreno favorece a quienes presuntamente iban a verse afectados por él.

Algo parecido sucede con las mociones de vacancia. Es decir, no se las puede echar a andar si no se tiene un objetivo claro de lo que se va a conseguir con ellas, porque el recurso se aja: una lección que solo a fuerza de chascos parece haber aprendido la oposición en el Congreso. A estas alturas, en efecto, es evidente que la intentona impulsada por la legisladora Patricia Chirinos en noviembre del año pasado fue un desatino. Como se recuerda, ni siquiera consiguió los votos necesarios para ser admitida a debate. La intentona de marzo de este año, por otro lado, llegó un poco más lejos, pero se quedó también a 30 votos de la meta.

Con eso no queremos decir que una moción de ese tipo solo deba presentarse si se tiene la seguridad de que contará con el respaldo suficiente para ser aprobada. Una que, por ejemplo, fuese presentada por primera vez y reuniese unos 80 votos podría ser útil en determinado momento para llamar la atención sobre lo extendida que está en el Parlamento la impresión de que la corrupción ha infectado Palacio. Pero si es la tercera y cosecha 65 votos –como seguramente ocurriría si la que circula hoy por el Hall de los Pasos Perdidos fuese sometida a consideración del pleno– solo serviría para que el jefe del Estado se victimice con la llantina habitual.


–Cáfila infame–

Que en Lima existen unas ganas feroces de hacerle conocer al presidente el repudio que genera es algo que acaba de ser confirmado recientemente . Por alguna razón, sin embargo, quienes cultivan ese sentimiento no han visto hasta ahora las ‘movilizaciones’ promovidas por la oposición como un vehículo adecuado para expresarlo. Y mientras ese enigma no sea resuelto, no parece tener sentido insistir en el empeño ciego de llamar a los ciudadanos a marchar y marchar, porque el mundo se va a acabar.

Deseamos fervientemente que la protesta de hoy sea la excepción y marque un hito en la liquidación de la pesadilla política que vivimos. Ojalá así sea. Pero si eso no ocurre, habrá que hacer un esfuerzo de imaginación un tanto más sofisticado para captar toda esa repulsa a Castillo y su cáfila infame que hasta ahora se ha mostrado renuente a mostrarse en manifestaciones como la que tendrá lugar esta tarde.

Mario Ghibellini es periodista