“Castillo parece decidido a seguir mordiéndose la cola como en una promesa sin palabras de que, en lo que concierne a su forma de ejercer el poder, todo se repetirá o permanecerá inmutable”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Castillo parece decidido a seguir mordiéndose la cola como en una promesa sin palabras de que, en lo que concierne a su forma de ejercer el poder, todo se repetirá o permanecerá inmutable”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Mario Ghibellini

Los líderes políticos que se reunieron con el presidente en los días previos a que se votase en el la admisión a debate de salieron de esa cita como si fueran los heraldos de un tiempo nuevo. “Me ha dicho que va a hacer una conferencia de prensa y va a informarlo a todo el mundo y todo el Perú”, anunció la presidenta de Somos Perú, Patricia Li, con respecto a los encuentros furtivos en la casa de Breña. “El presidente lo que ha mostrado es una vocación a dialogar con todas las fuerzas políticas y sociales, y corregir los errores que se están cometiendo dentro de su gestión”, dijo el secretario general del Partido Morado, Rodolfo Pérez, en alusión a los funcionarios con problemas de corrupción o incapacidad que hace falta remover del Ejecutivo. “Ha manifestado un mea culpa”, proclamó con gravedad el presidente de Acción Popular, Mesías Guevara. Y alguno de los parlamentarios que conoció lo tratado en Palacio de Gobierno por testimonio directo llegó a mencionar incluso una supuesta promesa de cambios ministeriales.

El fantasma de la vacancia, al parecer, había hecho reflexionar al mandatario sobre su reprensible manera de llevar las riendas del Estado, y a partir de ahora iba a ser buenito y se comportaría como un estadista. Pero luego la temida votación se produjo, la moción se envió al archivo y en la cumbre del poder todo volvió a ser negocios como siempre.


–La Chota Nostra–

Varios soles, efectivamente, se han puesto desde que aquellos compromisos de rectificación y enmienda fueron notificados a la ciudadanía, y los reporteros que montan guardia en las afueras de la casa de Pizarro, a la espera de que el jefe del Estado salga a dar las explicaciones ofrecidas, comienzan a ser presas del sueño. Ni siquiera la lista de los clandestinos visitantes del pasaje Sarratea, supuestamente entregada a la Procuraduría General, ha sido hecha pública. Y sobre el inminente licenciamiento de los numerarios de la Chota Nostra que pululan en las dependencias gubernamentales, nadie ha vuelto a tener noticia.

Pasado el susto, pues, nada nuevo asoma bajo el sombrero. El presidente, más bien, ha salido a decir que hoy se lo quiere juzgar por irse “a tomar un café en un domicilio”, con lo que deja meridianamente establecido que no tiene la más mínima intención de modificar la forma de actuar que lo puso en las últimas semanas al borde de la crisis. Pensar que eso va a ocurrir es como andar creyendo que el común de la gente va a tomar precauciones contra el contagio del durante las celebraciones de Año Nuevo.

La cosa es muy sencilla: si a pesar de las advertencias de la contraloría sobre la ilegalidad de las reuniones en la casa de Breña, él siguió celebrándolas, ¿por qué habríamos de asumir que esta vez ha escarmentado?

El profesor Castillo da permanentemente señas de no tener una idea muy clara de cómo llegó a la presidencia. Devoto como es de la Virgen de los Dolores, no sería raro que le atribuyese lo sucedido a una intervención de la providencia. Y si en efecto se siente protegido por fuerzas sobrenaturales, no habrá amenaza de una segunda ola de los afanes vacadores capaz de alarmarlo: él se va a seguir paseando por el despacho presidencial con la mascarilla abajo y sin vacuna hasta que alguien le demuestre que no goza de una inmunidad dictada desde los cielos.

Un delirio, sin lugar a dudas… Pero el problema es que hay algunos datos de la realidad que tienden a reforzárselo. Para empezar, el hecho de que el apocalipsis de la vacancia no tenga entre nosotros cuatro jinetes, sino tres chiflados. Porque, vamos, en las destemplanzas de la congresista Chirinos se deja sentir siempre una nítida evocación de los tortazos de Moe; y a los imitadores criollos de Larry y Curly, cualquiera puede reconocerlos cada vez que aparecen en pantalla. Así, mientras la identificación con los portaestandartes de este empeño le resulte a buena parte de la ciudadanía un trámite imbancable, Castillo podrá respirar relativamente tranquilo, pues las bancadas dudosas sobre qué camino tomar en esta encrucijada jamás cogerán el de la vacancia si no tienen la impresión de que con ello se congraciarán con las multitudes. Pero, claro, la palabra clave en esta última afirmación es “relativamente”.


–Ouroboros–

Si uno ve el rápido crecimiento de la desaprobación al presidente (a menos de cinco meses de haber iniciado su mandato, esta ha llegado a un 59% a nivel nacional, según ), se hace evidente que la situación podría cambiar dramáticamente para él si alguien ajeno al penoso trío se convirtiera de pronto en el adalid de la causa. Y la verdad es que las leyes del mercado político sugieren que eso podría ocurrir en cualquier momento.

Castillo, sin embargo, parece decidido a seguir mordiéndose la cola como en una promesa sin palabras de que, en lo que concierne a su forma de ejercer el poder, todo se repetirá o permanecerá inmutable. Lo que no quiere decir, por supuesto, que no existan posibilidades de que cualquier día nos sorprenda con algún cambio de ministros, pero a los que les tomará juramento, eso sí, en medio de la penumbra que envuelve la casa de Breña.