Mario Ghibellini

Las personas que guardan silencio suelen estar rodeadas de un aura de misterio. La gente las imagina dueñas de una sabiduría que no se quiere rebajar a dar explicaciones o depositarias de un secreto que solo merece ser revelado a ciertos iniciados. Ese, sin embargo, no es el caso del presidente .

Como se ha hecho notar esta semana, son ya los que el mandatario lleva sin prestar declaraciones a la prensa, a pesar de que las materias sobre las que esta quisiera interrogarlo abundan. Con paciencia han aguardado durante casi cuatro meses los reporteros de los distintos medios la ocasión de abordarlo a la salida de alguna de sus actividades y lo único que han obtenido son empujones o el estrechamiento del cerco policial que permanentemente perciben a su alrededor. La última vez que el jefe del Estado articuló palabra frente al micrófono de alguno de ellos fue para indignarse por una pregunta, por demás pertinente, sobre sus contradicciones acerca de sus vínculos con Karelim López. , clamó al cielo en aquella oportunidad. Y desde entonces ha apretado los labios con energía cada vez que un colega empeñado en cumplir con su deber lo ronda.


–'Omertà' chotana–

El obstinado silencio presidencial, no obstante, no tiene nada de misterioso. No existe en torno a él más enigma que el que plantea la multiplicidad de razones postulables para explicarlo. Por un lado, está el hecho de que el profesor se expresa generalmente en una corrupción del latín que sugiere solo un lejano parentesco con el castellano. Por otro, el escarmiento político que le dejaron sus entrevistas anteriores. Y por último, la probable adaptación de la ‘omertà’ que ha de regir en los predios de la Chota Nostra.

¿Cuál de esos estímulos es el que lo mueve a mantenerse callado? Difícil saberlo. A lo mejor, una sabia combinación de los tres. Pero en el fondo no importa, porque todos son deleznables.

No es verosímil que el jefe del Estado conozca la llamada “Ley Miranda”, pero daría la impresión de que es consciente (brumosamente consciente: tampoco hay que exagerar) de que cualquier cosa que dijese ante la prensa no solo podría ser utilizada en su contra, sino que inevitablemente se convertiría en una forma de suicidio. El único escenario en el que el mandatario recupera el habla es en esos ‘happenings’ descentralizados que el Gobierno insiste en denominar “Consejos de Ministros”. Allí, en medio de la puesta en escena de un rangalido fervor popular y solamente rodeado de conocidos, suelta la llantina habitual sobre la “persecución política irracional” de la que supuestamente es víctima. A los extraños, en cambio, no les quiere dar ni la hora.

Aún así, sin embargo, el mandatario se las arregla para meter la pata. Este lunes en Loreto, por ejemplo, al comentar una nueva diligencia del Ministerio Público en Palacio de Gobierno que estaba ocurriendo en esos momentos, se quejó: “¿Y los demás presidentes de la República? ¿Y los demás ministros? ¿Fueron santos?”. Lo que adecuadamente leído es una confesión, pues equivale a decir que, a pesar de que estuvieron tan alejados de la santidad como él mismo, no fueron perseguidos. Qué lisura…

¿Cuáles son los tópicos de los que el presidente quiere huir como del diablo? Pues los más importantes, sin duda, deben ser las designaciones ministeriales astrosas, la tesis plagiada y las visitas que recibió de parte de personajes asociados a las licitaciones del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) y Petro-Perú que luego fueron anuladas. Lo que los registros de ciertos ingresos furtivos a la de la casa de gobierno recientemente revelados han demostrado es que si Mahoma ya no podía ir a Sarratea, Sarratea iba donde Mahoma.

El problema para el mandatario es que ahora las demandas por obtener declaraciones suyas con respecto a esas materias ya no solo provienen de la prensa. Como se sabe, el fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, en una investigación preliminar sobre los asuntos antes mencionados y los afanes de su abogado por conseguir la nulidad del proceso iniciado no parecen destinados al éxito. Después de todo, el argumento de que tenerlo preocupado por su defensa lo distraería de las tareas de gobierno no tiene cómo sostenerse, porque si hay algo que el profesor Castillo no hace es precisamente gobernar.


–Señal fosforescente–

La transcripción del entre Zamir Villaverde y el extitular del MTC Juan Silva, difundida esta semana por distintos medios, ha venido además a complicar las cosas. En él, Villaverde menciona que le está entregando al entonces ministro “una señal” de “cien grandes” que le envían “los amigos de Tapusa” por lo que más adelante esperan cobrar: una figura que calza perfectamente con lo relatado por la colaboradora eficaz Karelim López sobre la presunta mafia que habría existido en ese sector durante la gestión de Silva y en cuya cúspide estaría el mismísimo jefe del Estado. Podemos estar seguros, sin embargo, de que ni así le van a sacar palabra al presidente.

Pero no debemos perder de vista que, al negarse a declarar, está haciendo lo mismo que su sobrino Fray Vásquez Castillo o el exsecretario de la Presidencia Bruno Pacheco: ellos se refugian en algún confortable escondrijo; él, en su angustiado silencio. A ver si el Congreso se entera.

Mario Ghibellini es periodista