Quizás ignoren que Perú ya alguna vez clasificó al Mundial y alguien trató de aprovecharlo. (Ilustración: Mónica González)
Quizás ignoren que Perú ya alguna vez clasificó al Mundial y alguien trató de aprovecharlo. (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

No habíamos terminado de celebrar el final del partido que la selección ganó en Quito, cuando las redes empezaron a inundarse de mensajes de políticos de toda laya agasajando a los jugadores y prorrumpiendo en patrióticas proclamas. “¡Felicitaciones, muchachos! Nos llenan de esperanza y alegría a todos los peruanos”, escribió el presidente Kuczynski, mientras que Keiko Fujimori anotó: “¡Arriba Perú! Gracias por su entrega… Gracias selección peruana”. Y el premier Zavala no se quedó atrás. “¡Arriba Perú! –escribió también él (¡al fin una coincidencia con Keiko!)–. Hoy fuimos un solo aliento, una sola pasión y una sola fuerza”. Y como ellos, otros once o más congresistas y ministros ensayaron variantes de la letra de Contigo, Perú en tropel.

Carretillas imposibles

¿Cómo así tanta espontánea algarabía entre los que administran el poder o aspiran a hacerlo? ¿Resultaron todos de pronto futboleros? Difícil. Algunos auténticos aficionados habrá entre los festejantes, pero nos tinca que son la excepción. Porque nadie imagina, por ejemplo, a PPK o a Zavala tirándose una ‘carretilla’ en el parque cuando eran chiquillos. O a Keiko con la cara pintada y el tricornio rojiblanco estremeciéndose sobre su cabeza mientras le grita al árbitro de un partido como si fuese magistrado del Tribunal Constitucional.

Cierto es que no hace falta ser fanático del balompié para participar de la alegría de una victoria como la del martes pasado. Pero alguna pócima milagrosa ha de contener el episodio para que tanto prójimo urgido de aprobación ciudadana haya querido colarse en la foto.

La solución del enigma, en realidad, no es ardua. Resulta sencillamente que el fútbol es entre nosotros más popular que el cebiche –plato nipón, después de todo– y sintonizar con sus héroes cuando acaban de redondear una hazaña les permite a los políticos gorrearles algo de la aclamación que los hinchas les brindan en esa hora de gloria. ¿O cree alguien que ellos habrían saturado igualmente las redes con frases de consuelo para el equipo si el resultado hubiese sido adverso?

El problema, sin embargo, no es tanto que quieran ganarse alguito con los goles ajenos –una tentación finalmente humana–, como que no tengan goles propios que gritar. Ni en el Ejecutivo ni en el Legislativo, efectivamente, ocurre desde hace tiempo cosa alguna que merezca celebración. Y aunque el optimismo pelotero de estos días eclipse por un rato la desazón que eso pueda provocar, la historia enseña que esa embriaguez es pasajera.

Quizás por su poca afición al fútbol, los políticos de los que hablamos no sepan que ya alguna vez Perú clasificó al Mundial. Lo hizo, de hecho, en varias ocasiones… y en todas hubo quien trató de sacar provecho políticamente de la circunstancia. Cómo olvidar, por ejemplo, al general Morales Bermúdez –dictatorial jefe de estado que, allá por 1977, pretendía prolongar indefinidamente su estadía en el poder– cantando el himno nacional con la camiseta puesta y en la cancha, el día que nos clasificamos para Argentina ’78. Y cómo olvidar también el paro general que, cuatro meses más tarde, lo obligó a llamar a la Asamblea Constituyente y a anunciar un cronograma de retorno a la democracia.

Lo que tenemos hoy es, felizmente, un gobierno legítimamente constituido. Pero eso no cambia el hecho de que, sin goles, el favor de las tribunas no dura. Así es el fútbol y sus nuevos hinchas deberían registrarlo.