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Mario Ghibellini

En esta pequeña columna estábamos persuadidos hasta hace poco de que esa historia de que el amor no espera retribución no era más que un pretexto empalagoso para vender tarjetas los catorces de febrero. Un cuentazo cuya falsedad se hacía más evidente todavía en los dominios de la política, donde los amores suelen ser tan apasionados como veleidosos. La reciente actitud de la congresista Yeni Vilcatoma hacia el fujimorismo, sin embargo, nos obliga a revisar nuestras convicciones y a considerar si, después de todo, no existen en efecto corazones que, aun en ese ingrato territorio, están dispuestos a olvidar rencores y a entregar cariño sin esperanzas de obtener cosa alguna a cambio.

Omnia vincit Virgilio

La señora Vilcatoma, como se recuerda, llegó el año pasado al Parlamento en las listas de Fuerza Popular, pero no había terminado de acomodarse en su curul, cuando descubrió que no era para la bancada mayoritaria todo lo importante que había pensado ser. Su proyecto para crear la Procuraduría General de la República y la aprobación de la llamada ‘ley antitransfuguismo’ la enfrentaron pronto a representantes del conglomerado naranja tan caracterizados como Héctor Becerril y Úrsula Letona, y el 16 de setiembre acabó por renunciar a la bancada para evitar un proceso disciplinario al que calificó de “linchamiento”. Habló, además, de arrepentimiento por haber creído en Keiko Fujimori y de una careta caída a propósito de la supuesta intención de Fuerza Popular de luchar contra la corrupción. O sea, una declaración de odio jarocho de la que no parecía haber retorno.

Al cabo de un año y algunos meses, no obstante, de pronto ha empezado a lucir dispuesta a acompañar los arrebatos más afiebrados del fujimorismo y hasta a actuar sus fantasías impronunciables. Así, no solo ha sido la única legisladora ajena a la bancada naranja embarcada en la iniciativa de acusar constitucionalmente al Fiscal de la Nación, sino que ha pedido la renuncia del presidente Kuczynski. Y si bien es innegable que el jefe de estado está haciendo méritos para que se lo comience a ver borroso, los argumentos sobre los que la congresista ha basado su ‘invocación’ no impresionan por su solidez. “Tiene demasiados cuestionamientos”, “ya está en caída libre” y “no puede usar el cargo de mandatario para sustraerse de la acción de la justicia” han sido los principales, y la verdad es que parecen sacados de un horóscopo de internet antes que de algún texto de doctrina política.

Con ello, sin embargo, le ha dado nombre a la pulsión que se adivina tras las referencias fujimoristas a “un presidente ausente mentalmente”, a las posibilidades de una vacancia ‘no política’ de PPK o a la necesidad de que este dé un paso al costado “si se le comprueban todas las vinculaciones [con Odebrecht] que hoy están saliendo”. Un gesto que algunos han querido interpretar como un grito desesperado de la señora Vilcatoma para volver a ser acogida en la bancada después de haberse pasado más de un año averiguando por qué el ‘Hall de los Pasos Perdidos’ se llama así.

Tal hipótesis, empero, no es verosímil. ¿O cree alguien realmente posible que la reincorporen a un club tan vindicativo después de haber dicho lo que dijo y haberse enfrentado a quien se enfrentó? Nada de eso. Aquí lo que ha existido, en nuestra opinión, es simplemente un rebrote de la pasión naranja. Un ‘remember’ sin expectativas y ya. ‘Omnia vincit Amor’, escribió hace dos mil años Virgilio y quiénes somos nosotros para contradecirlo.

Esta columna fue publicada el 09 de diciembre del 2017 en la revista Somos.