Ayer, muchos ciudadanos despertaron a una imagen televisiva que hasta hace poco creían imposible: los miembros del –hasta hace poco también– entorno más cercano del presidente Vizcarra desfilaban hacia la prefectura para cumplir con una detención preliminar solicitada por la fiscalía y concedida por el Poder Judicial. Los detenidos en realidad fueron nueve, pero destacaban entre ellos nítidamente tres: Óscar Vásquez (ex coordinador de prensa y comunicaciones del mandatario), Mirian Morales (ex secretaria general del despacho presidencial) y Karem Roca (ex secretaria del jefe de Estado). No pasó tampoco desapercibido, por cierto, Richard Swing, cuyas intrigantes contrataciones por el Ministerio de Cultura fueron las que desataron esta tormenta de consecuencias todavía imprevisibles.
Como se recuerda, los mencionados personajes son investigados por los presuntos delitos de colusión agravada y negociación incompatible; y, en algunos casos, también por los de obstrucción de la justicia y ocultamiento real. La medida, en ese sentido, se presenta como una precaución ante posibles peligros de fuga y obstaculización del proceso.
—Enojoso juglar —
En razón de todo eso, hemos dicho líneas atrás que los vimos ayer desfilar hacia la prefectura... Pero, pensándolo bien, quizás ese no sea el símil más adecuado: más que un desfile, aquello parecía una procesión. Ya sabemos que, en este octubre trastocado por la pandemia, tales muestras de devoción religiosa están proscritas, pero la verdad es que en su marcha hacia el destino cruel que los aguardaba, los antiguos asistentes del presidente daban la impresión de ser los sufridos cargadores de un anda. Escoltados, eso sí, por un sahumador rumboso.
Desde el inicio de la administración Vizcarra, no lo olvidemos, Richard Cisneros (un alias de Swing) fue contratado nueve veces por el Ministerio de Cultura para brindar servicios tan prescindibles como el de la “organización y ejecución de [un] evento de integración institucional” o el de ciertas “actividades que permitan promover una cultura participativa utilizando los espacios culturales” de la sede del ministerio en cuestión. Todo ello, además, con el toque mágico de su “liderazgo transformador sapiencial”.
Sumadas, las órdenes de servicio emitidas a su favor supusieron un desembolso de S/175.400. Y el, digamos, trabajo, en muchas ocasiones, ni siquiera llegó a ser realizado. La suerte del presunto artista, por otra parte, permaneció inalterable bajo la gestión de cinco titulares del sector, lo que, meses atrás, nos llevó a formular la siguiente conclusión: “Si Swing mantenía su enganche con el gobierno a pesar de los cambios de ministro de Cultura, es obvio que el enganche estaba en otro lado”.
Las sospechas, claro, se orientaron desde ese momento hacia el jefe del Estado, que conocía al concernido desde la campaña del 2016 y que, según diversos testimonios, había promovido su participación en los mítines de cierre de Peruanos por el Kambio en Arequipa, Cusco y Lima. Pero Vizcarra se desmarcó del asunto, negando cualquier relación con sus contratos.
Lo que escuchamos en uno de los audios que lo pusieron recientemente en aprietos, sin embargo, mostró su pretendida distancia frente a Richard Cisneros bajo una luz distinta. El presidente, según parece, recordaba perfectamente más de una de las visitas del enojoso juglar a Palacio y estaba muy preocupado por acomodar las versiones que sus subordinados darían al respecto a quienes ya conducían desde el Congreso una investigación sobre la materia. “Estamos todos involucrados y salimos todos en conjunto”, se lo escucha decirles en esa grabación a varios de aquellos excolaboradores que ahora, lejos de salir, han iniciado un período de encierro.
El Ministerio Público, desde luego, se abocó también a investigar el asunto y, a juzgar por los allanamientos producidos tiempo atrás y las detenciones que finalmente consiguió ayer, todos los hilos lo condujeron al despacho presidencial como el punto de origen de la instrucción para que se beneficiase a Cisneros con los contratos de marras. Una instrucción que, en una escala de jerarquías, habría pasado de uno de los ocupantes de ese despacho a otro hasta llegar al Ministerio de Cultura. Parafraseando una canción que solía interpretar Celia Cruz, Songo le dijo a Borondongo y Borondongo le dijo a Bernabé; Bernabé le ordenó a Fuchilanga, y así hasta formar una serie en cuyo extremo final baila Swing con un cheque en la mano.
Como en ciertas pruebas de habilidad matemática, no obstante, adivinar aquí el término inicial de la serie no puede ser tan difícil. Borondongo, Bernabé y Fuchilanga están detenidos, así que lo que hace falta es establecer la identidad de Songo. Esto es, la identidad de la única persona cuyo poder podría explicar todo el desenvolvimiento posterior. ¿Alguna idea?
—Detención de fondo —
El presidente Vizcarra, que difícilmente se ahorra opiniones sobre las decisiones de los otros poderes del Estado o los organismos constitucionales autónomos, no ha hecho en esta oportunidad una excepción. “Creemos que en el caso de esta investigación no encontramos la proporcionalidad para la decisión que se ha tomado”, ha dicho. Para luego añadir: “pero igual la respetamos”. Como si pudiera no hacerlo...
En cualquier caso, las protecciones constitucionales, como se sabe, lo ponen a buen recaudo de estos incordios hasta que deje el poder, el 28 de julio del próximo año. Y está bien que así sea.
Pero no podemos terminar esta pequeña columna sin observar la curiosa circunstancia de que la expresión “detención preliminar” haga pensar que luego, en un futuro no muy lejano, tendría que venir otra “de fondo”.