Que alguien le pregunte directamente a la señora qué es lo que la incordia de forma tan aguda para ver si algo puede hacerse al respecto. (Ilustración: Mónica González)
Que alguien le pregunte directamente a la señora qué es lo que la incordia de forma tan aguda para ver si algo puede hacerse al respecto. (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

Preguntarle a una dama poderosa por qué anda de mal humor suele ser, ya se sabe, una mala idea. “¡¿Quién está de mal humor, idiota?!” o “¡Todo estaba bien hasta que viniste tú con tus preguntitas necias?” son el tipo de respuesta al que se arriesga el temerario que lance la demanda. Y sin embargo, en el caso de , alguien tiene que hacerlo, porque la señora está evidentemente irritada y los intentos de aplacarla por adivinación están ocasionando, tanto en la tienda naranja como en el oficialismo, un regadero de torpezas. Uno mayor que el de costumbre, se entiende.

El destrabe supremo
Que la señora Fujimori está contrariadita es, en efecto, algo que se ve a la legua. Tras la tímida tregua que le concedió semanas atrás al gobierno a raíz de una reunión con el presidente , reapareció ella de pronto hace algunos días con un video en las redes en el que, mientras su gesto se iba agriando, pedía en buena cuenta la cabeza de cinco ministros y atribuía al jefe de estado haberse puesto de costado frente a los problemas del país.

La reacción de los antiguos integrantes de la ‘guardia mototaxi’ fue inmediata. Cecilia Chacón y Lourdes Alcorta se atropellaron con las palabras por tratar de apretar en pocos segundos de pantalla todas las descalificaciones a la actual administración que últimamente habían tenido que reprimir. Héctor Becerril volvió a desafiar a Aristóteles sin complejos. Y a Luis Galarreta se lo notó melancólico por no poder participar del nuevo festín. Si alguien les hubiese peguntado por los motivos del cambio en la dirección del viento, es muy probable que hubiesen adoptado el gesto remoto de aquellos mortales que se topan con los misterios insondables del universo. Pero su instinto les dictaba que el tiempo del desuello había vuelto. Y en eso están hasta ahora.

En el gobierno, mientras tanto, la corajina de la líder de Fuerza Popular no pasó tampoco desapercibida. Y así, tras sus críticas al mensaje en el que el presidente advirtió a los maestros que no pensaba aceptar que ideas violentistas tuviesen un papel en su huelga, los representantes gremiales a los que el propio ministro del Interior había asociado con esas ideas fueron recibidos en el Ministerio de Educación; y días más tarde, después de decir que las evaluaciones a los docentes son “algo que no se puede eliminar”, el mandatario terminó anotando que “quizá algunos cambios se pueden hacer”. Como tratando de limar las asperezas que pudieran ocasionar algún disgusto.

Pero, parafraseando al gran Rubén Darío, nada consigue devolverle la sonrisa a la princesa. Ni los bufones escarlata que piruetean sin descanso, ni el dueño parlanchín que dice cosas banales. Y no hay tiempo para especular sobre si acaso tendrá la culpa de tanto rencor rebrotado el rey de las islas de las rosas fragantes o la vieja herida de la derrota humillante. Que alguien le pregunte directamente a la señora qué es lo que la incordia de forma tan aguda para ver si algo puede hacerse al respecto. Porque la verdad es que el único destrabe que importa es el que habría que aplicarle a ella para que se resuelva a meter el hombro de una vez por todas en el desarrollo del reino.

Esta columna fue publicada el 26 de agosto del 2017 en la revista Somos.