Mario Ghibellini

Esta semana, el presidente del Consejo de Ministros, , hizo lo que muchos se temían: atacó al psiquiatra. Esto es, , quien además de ser secretario general del Acuerdo Nacional y psicoanalista, ostenta la señalada especialidad médica. “Usted está siempre de lado de la ultraderecha”, le dijo, al tiempo de proclamar que el foro que él tan esforzadamente coordina “no va a resolver nada”.

Peor aun, sin embargo, fue la pulla que le dedicó al cardenal . Tras pretender que había olvidado su nombre, recitó: “tan miserable puede ser esta persona”. Un giro con el que, según sostuvo luego, se había hecho eco de un dicho popular que hasta ahora nadie ha podido ubicar en el refranero criollo.

El psiquiatra y el reverendo, como se sabe, habían visitado unos días antes al presidente para hacerle notar que el rumbo desquiciado de su gobierno no podía continuar sin que la convivencia pacífica en el país estuviera en riesgo (algo que él difícilmente podía ignorar) y que una recomposición del Gabinete era indispensable. Y fue al parecer la confianza en la inminencia de los cambios que los dos visitantes expresaron a la salida de la cita lo que les ganó la descarga furiosa en cuestión.


–Llaman a la puerta–

A decir verdad, excepción hecha de los dos distinguidos personajes que tocaron las puertas de Palacio la semana pasada, nadie se tomó muy en serio las presuntas promesas de rehabilitación republicana lanzadas desde la cumbre del poder. Existía más bien la vaga sensación de que los habían hecho entrar como a esos predicadores que van de casa de casa ofreciendo recetas de salvación y, tras haberlos escuchado con más educación que compromiso, los habían acompañado de nuevo hasta la salida, despidiéndolos con frases amables. El presidente Castillo, después de todo, ya había merodeado antes el tópico del propósito de enmienda para luego continuar con la feria de nombramientos de indeseables, incompetentes y allegados en el aparato del Estado.

No tuvieron que pasar muchos días para que las sospechas de que todo iba a seguir igual se viesen confirmadas. El del censurado ministro Hernán Condori al sector Salud (esta vez como asesor), el intento de convertir a la coordinadora de la última campaña electoral de Perú Libre en Suecia, en nuestra y la designación de 40 militantes del partido oficialista de distintos distritos y provincias del país dieron el clarinazo. Pero la señal inequívoca de que los heraldos de la esperanza ciudadana habían sido embromados la dio precisamente la destemplada intervención del presidente del Consejo de Ministros que aquí comentamos. ¿Si el jefe del Gabinete les arroja semejantes bombas incendiarias al secretario general del Acuerdo Nacional y al cardenal, y el mandatario no dice nada y lo mantiene más bien en el cargo, qué debemos suponer? Pues, como es obvio, que le importa muy poco dejar a esos dos buenos samaritanos descolocados ante la opinión pública y le vale menos todavía la palabra empeñada con ellos.

En los días subsiguientes, además, Torres ha continuado repartiendo sentencias reñidas con el buen juicio. Ayer en el Cusco, por ejemplo, habló de un “plan que va a avanzar hasta lograr que algunos se pronuncien” a efectos de “dar un golpe de Estado” y también sobre una hipotética manifestación del defensor del Pueblo en el sentido de que la próxima presidenta debería ser “la señora que perdió las elecciones”. ¿Qué voces le han revelado esos hechos invisibles para el resto de los mortales? Nadie lo sabe. Y si alguien se atreve a preguntárselo, corre el riesgo de recibir el mismo trato que don Max Hernández.

La pregunta que en cambio no debemos dejar de hacernos a nosotros mismos es: ¿por qué el profesor Castillo no se toma el trabajo de siquiera reemplazar a este funcionario ya calcinado en el fuego de sus propias llamaradas por otro igualmente inadecuado, pero que por lo menos le daría unas semanitas de oxígeno político?

Algunos piensan que ello obedece a una minuciosa trama para desatar en el país un caos que desemboque en la instalación de una ilegal asamblea constituyente que le permita al actual gobernante y a sus asociados eternizarse en el poder. Pero en esta pequeña columna tenemos la impresión de que eso es atribuirle dotes de ajedrecista a quien tendría dificultades para coronar con éxito una partida de ludo. La razón para la extensión de esta ya dilatada hora loca tiene que encontrarse en otro lado y aquí tenemos una teoría al respecto.


–Sociedad de gananciales–

Las horas locas, como se sabe, son en ciertos sectores de nuestra sociedad una forma de cerrar las fiestas que siguen a una ceremonia matrimonial. El sello estrafalario del establecimiento de una sociedad de gananciales. Y si uno reflexiona sobre la naturaleza de la sociedad que existe entre el presidente y el mandamás del partido que lo postuló en las últimas elecciones, la verdad es que descubre un asombroso parecido.

Torres, en nuestra opinión, permanece donde está porque es la expresión del, digamos, equilibrio entre los apetitos que cercan en estos momentos el poder. Y solo será removido por las buenas en el caso, harto improbable, de que los mentados socios encuentren a un premier que les garantice una hora más loca todavía.

Mario Ghibellini es periodista