(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

Ya se fue el otoño, ya llegó el invierno y, como decía la letra de una vieja canción de la guerra civil española, dentro de muy poco caerá el gobierno. Solo en las , se entiende. Porque lo otro –que se desmorone de verdad y se convoque a nuevas elecciones generales y a una asamblea constituyente– solamente lo desean quienes están determinados a liquidar la poca libertad económica que nos queda y a acortar los plazos que los separan de la oportunidad de tentar una vez más el poder. Nos referimos, por si no hubiese quedado claro, al Frente Amplio, a Nuevo Perú y a sus potenciales aliados xenófobos.

Esto último, felizmente, no parece que vaya a ocurrir en fecha próxima. Pero, mientras tanto, el invierno ha llegado. En el sentido literal y también en aquel que le otorgaban a la expresión en la serie “Juego de tronos”. Lo primero lo proclaman los calendarios y lo segundo, el informe del Instituto Nacional de Estadística (INEI) sobre el crecimiento de la economía del país en abril: 0,02%, la tasa de crecimiento mensual más baja de los últimos diez años. Una forma apenas maquillada de decir que no crecimos nada.

La cifra, además, es tan desalentadora que ha obligado al Ministerio de Economía a “corregir a la baja” su proyección del crecimiento de la economía peruana para el 2019. De 4, 2% a una tasa “cercana al 3,7%”, según ha dicho el titular de esa cartera, Carlos Oliva. Pero espérense nomás a que lleguemos a octubre o noviembre y ya verán cómo de pronto el gobierno descubre que también este nuevo cálculo era optimista y le practica una rebajadita adicional.

El dato es sin duda inquietante, pero en realidad no sorprende, pues si desde que el presidente llegó al poder nada se ha hecho por flexibilizar la rigidez laboral, los proyectos mineros importantes han continuado trabados y las inversiones privada y pública han permanecido prácticamente congeladas, ¿cómo demonios íbamos a crecer?

Por el momento, sin embargo, en el Ejecutivo prefieren no enterarse de las malas nuevas (el premier Del Solar, de hecho, ha propuesto colocarles octógonos a los noticieros que “nos nutren mal”) y daría la impresión de que quieren, más bien, permanecer embelesados todavía por un instante con los números que les trajeron las encuestas tras su última confrontación con el Congreso y sus guiños a la fobia popular contra los migrantes venezolanos.

—Caldo a toda hora—

Eso, por lo pronto, es lo que sugiere el hecho de que, apenas conocida la cifra sobre el casi nulo crecimiento de abril, el presidente decidiera concederle una entrevista a radio Exitosa en la que apuntó que si el Parlamento no aprobase las reformas políticas como el gobierno quiere, él asumiría que la confianza le ha sido negada y actuaría “como está establecido en la Constitución”. Es decir, volvió a agitar el cuco de la disolución del Legislativo, convencido quizás de que eso, al tiempo de alejar la atención pública de la fea noticia económica, le rendiría por enésima vez réditos en materia de aprobación. Una variante de la máxima medicamentosa que declara: si con caldo mejora, caldo a toda hora.

Abona esa tesis, además, la circunstancia de que en realidad el texto constitucional no “establece” que, ante una confianza negada por segunda vez, el Congreso deba ser disuelto. Le ofrece esa posibilidad al Ejecutivo, que es algo distinto. Pero si el presidente quería sonar bronco y amenazador, tenía que presentarlo como un hecho inexorable.

En esta pequeña columna, dicho sea de paso, estamos persuadidos de que ese cuento de que está dispuesto a interpretar la confianza con efecto retardado es solo una bravuconada, pues esas lecturas antojadizas de la Constitución acaban siempre con alguien preso. Y el fundo Barbadillo ya está un poco hacinado.

Sea como fuere, la perspectiva del desempleo suele intimidar a quienes no viven precisamente en la holgura en materia de habilidades y, en consecuencia, alguna victoria política habrá de conseguir todavía en el Parlamento.

Si uno observa, sin embargo, la secuencia de las encuestas realizadas después de la última pechada al Congreso –CPI, Datum, Ipsos– puede comprobar que a la rápida subida de la popularidad presidencial la ha sucedido un igualmente rápido inicio de descenso. Y con todas las objeciones metodológicas que se puede plantear a semejante ejercicio, ese es un dato a tener en cuenta.

En este lado del continente, el invierno se inicia frecuentemente con un paradójico fenómeno que la tradición ha bautizado como “el veranito de San Juan”. Alrededor del 24 de junio (día del santo en cuestión), un sol indeciso calienta efectivamente un poco los días y luego desaparece tan misteriosamente como apareció.

Es probable, por lo tanto, que la próxima semana recibamos su visita, pero solo los intonsos se dejarán engañar por él y creerán que el invierno todavía no ha llegado.

—Alerta pulmonar—

Algo parecido, se diría, es lo que ocurre con el presidente Vizcarra, que se empeña en ignorar el frío que ya lo envuelve y en aferrarse al engañoso brillo solar que brevemente lo alumbra en las encuestas.

Su último ascenso en ellas, en nuestra opinión, se perfila como un episodio efímero. Y tanto la pobre performance económica como la creciente inseguridad en las calles volverán a ocupar pronto sus sitios preferenciales entre las razones por las que la ciudadanía lo aprueba o desaprueba en los sondeos.

El problema es que, con la sensibilidad que ha desarrollado al respecto, las decisiones desesperadas para tratar de recuperar popularidad estarán entonces a la orden del día, y lo mismo podremos terminar con un Urresti en Interior que con un Ghezzi en Economía. Y ahí sí que nos morimos todos de pulmonía.