(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Mario Ghibellini

El reloj del congresista es, como se sabe, un objeto doble. Por un lado, marca las horas y por otro, registra subrepticiamente escenas para el recuerdo. En lo que concierne a , y , sin embargo, se diría que las dos funciones se fundieron en una sola. Filmarlos en el presunto intento de canjear promesas de obras por votos para salvar a Kuczynski de la vacancia fue, después de todo, empezar también la cuenta regresiva del tiempo que les quedaba de vida como parlamentarios.

Dos lentos meses han pasado desde entonces y, aunque algunos barajaron teorías sobre un gesto final de  que salvaría al hermano derrotado del desafuero, la verdad –ahora lo sabemos– es que el tictac de ese reloj continuó sonando inexorable detrás del bullicio del trajín político cotidiano.

—Tarda pero llega—

Y decimos que ahora lo sabemos porque lo ocurrido días atrás en la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales no deja margen para la duda: en están dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias con la destitución de los tres insurrectos que desafiaron la autoridad de la jefa del partido. Lo sugieren el tenor del informe que presentó el congresista César Segura a ese grupo de trabajo y la forma en que votaron al respecto los otros parlamentarios naranja allí presentes. Pero también –y sobre todo– el regodeo con el que algunos de ellos argumentaron por qué las cabezas de sus antiguos compañeros de bancada debían rodar hasta las puertas del Palacio Legislativo y, desde ahí, seguir camino hasta el local del . Nos referimos, desde luego, a los miembros de la guardia ‘mototaxi’ que tomaron la palabra en la sesión y fustigaron tanto a los ‘avengers’ en desgracia como al idioma.

El mensaje del ‘keikismo’ es simple: el ajusticiamiento tarda pero llega. Y los potenciales insumisos que todavía pudieran subsistir por ahí, escondidos detrás de algún certificado de estudios trucho, han de haber tomado nota sobre el particular.

En realidad, faltan todavía dos votaciones más –la de la Comisión Permanente y la del pleno– para que el desafuero quede consumado, y hay que considerar además que los votantes de la primera no podrán participar de la segunda.

Pero la orientación del voto de los representantes de bancadas como la del o la de en este primer round hace presagiar que también en las otras instancias estas podrían acompañar a Fuerza Popular en su empeño. Y a ello habría que sumarle los habituales mozos y mozuelas de estoques con los que el fujimorismo cuenta en el hemiciclo, los antiguos oficialistas que quieren lucir hoy lo más lejanos posible de PPK y sus compinches y todos los extras de otros partidos que quieren salir siempre en la foto de los campeones de la moralización.

Así y todo, no hay que perder de vista que, para aprobar una destitución, se necesita del voto de dos tercios de la representación nacional. Es decir, 67 de 100 (si descontamos los 30 que tiene la Comisión Permanente que, como aclaramos antes, no podrían participar de la votación final en el pleno). Así, resulta que Kenji y sus compañeros de aventuras solo tendrían que conseguir 34 votos (incluidos los suyos) para salvarse: una cifra que en cualquier otra circunstancia parecería fácil de alcanzar.

En esta, sin embargo, no lo es, por el particular descrédito en el que están envueltos los candidatos al desafuero. Aunque, quién sabe, en una de esas se les ocurre ofrecerles de nuevo a algunos de sus colegas alguito a cambio de su voto, y esta vez sí les liga.