(Ilustración: Mónica González).
(Ilustración: Mónica González).
Mario Ghibellini

El presidente regresó ayer de su viaje por España y Portugal dos días antes de lo planeado y con la respiración agitada. Las explicaciones oficiales sobre los motivos del retorno a paso de polca podrán decir lo que quieran, pero es evidente que ha sido la combinación de un descenso en las encuestas con un fuego graneado de críticas de sus opositores lo que empujó al mandatario a cortar abruptamente su paseíllo por la península ibérica y empacar algunos atuendos sin estrenar camino al aeropuerto.

Tanto Ipsos como el IEP habían ya registrado, efectivamente, en sus últimos sondeos un leve declive en la popularidad del jefe de Estado, vagamente atribuible a la bruma en que envolvió sus respuestas sobre el pasado vínculo de una empresa suya con y a la insatisfacción de los afectados por las recientes lluvias y desbordes con la reacción del gobierno ante la emergencia.

Aun así, el presidente decidió emprender la gira largamente planificada sin hacerle recortes a la agenda e invitando a un ramillete de congresistas de distintas bancadas –la del fujimorismo incluida– a acompañarlo. La idea luminosa que probablemente existía detrás del gesto era que, al participar de alguna forma de los fastos lusitanos e hispánicos, tales fuerzas políticas se abstendrían de fustigarlo por el hecho de no estar aquí removiendo escombros.

Pero ya se sabe que los únicos que agradecen estas excursiones mágicas y misteriosas suelen ser los directamente involucrados, por lo que la barra brava empezó a pifiar en Lima casi desde que el avión despegó.

—Touché—

El abucheo fue ecuménico e incluyó murmullos reprobatorios hasta de supuestos parlamentarios oficialistas que hoy tienen sus placas en trámite. Como era de esperar, sin embargo, las condenas más altisonantes provinieron de la oposición jarocha, que, coincidentemente, es la que más apremiada vive en estos días por la información que llega desde el Brasil y por la performance infamante de algunos de sus congresistas.

“¿El Perú Primero? No, primero CASA, Conirsa y Obrainsa… Después a una feria de arte en España mientras el país se inunda y la anemia crece”, escribió por ejemplo en su cuenta de Twitter el 27 de febrero. En tanto que la legisladora de Fuerza Popular Karina Beteta hizo alarde de su sofisticación en materia de selección léxica al anotar: “Mientras el pueblo sufre por los embates de la naturaleza, el Pdte. Vizcarra en una parafernalia palaciega europea”.

Y para felicidad de los censores, el gobierno mostró inmediatamente síntomas de haber encajado el golpe. El propio mandatario, para empezar, se apresuró a precisar que desde España estaba “absolutamente al tanto y coordinando estrechamente todos los temas, en función de las necesidades que genera el incremento de las lluvias”. Y casi de manera simultánea, el presidente del Consejo de Ministros señaló desde Piura: “El presidente Vizcarra está acá con nosotros”. Un anuncio de ecos cristianos (Mateo 18:20: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”), que a la larga causó casi tanta gracia como ese otro que pronunció unos días antes: “El presidente no gobierna viendo las encuestas”.

Al final, el adelanto del retorno habló por sí mismo y el canciller Néstor Popolizio redondeó la faena al subrayar que, “como ya se terminó toda la agenda sustantiva”, el jefe de Estado estaría de regreso dos días antes de lo planeado. Es decir, que las actividades a las que se iba a dedicar durante las últimas 48 horas eran ‘adjetivas’. O, como habían sugerido sus críticos, frívolas y prescindibles.

En tributo a la afrancesada tradición que domina la diplomacia mundial, en realidad tendría que haber mascullado: “Touché”.

Por supuesto, el regreso del presidente al territorio nacional no desencadenó proceso alguno que saneara de pronto la difícil situación de los damnificados por los desastres naturales. Lo que él hizo al bajar del avión fue simplemente ‘supervisar’ los trabajos que se han venido ejecutando en las zonas más perjudicadas por las lluvias. Una operación que consiste esencialmente en pasearse por el lugar con cara de entendido y escuchar las explicaciones de algún funcionario a cargo de las obras, para luego extender el índice y generar la impresión de que está dando instrucciones visionarias para el Perú del bicentenario.

—Agenda ajena—

Pero eso a los que lo llamaron desde el lodo (en el que, por razones distintas a los huaicos, ya estaban sumergidos) no les importa. Ellos querían cobrarle algunas viejas cuentas y al ocasionar que acortara el viaje lo han conseguido. Por primera vez desde el discurso de fiestas patrias en el que anunció el referéndum y la reforma del sistema de justicia, la agenda no la puso el mandatario: se la impusieron ellos. Y eso supone un cambio en el tablero.

Esta vez esa misma adicción a las encuestas que lo llevó, por ejemplo, a abandonar su apoyo a la bicameralidad algunos meses atrás, le jugó en contra. Abrumado por el horror a caer unos puntos más en los próximos sondeos –algo que, por lo demás, ocurrirá inexorablemente– sucumbió al ‘bullying’ de sus enemigos más taimados y se vino corriendo para lanzarse en paracaídas sobre el fango que primorosamente habían dispuesto a sus pies para recibirlo.

Cambió con su atolondrada actitud, además, los titulares de los medios y les dio un respiro a los que creen que investigar la corrupción de los gobiernos pasados incrementa la anemia.
Aunque a última hora, claro, las noticias sobre el acosador del Congreso y el terremoto de Puno –que, de alguna forma, podrían ser consideradas una sola– llegaron para salvarlo.