Mario Ghibellini

La reacción de Benji Espinoza a la decisión del Parlamento de negarle al el permiso para es muy elocuente. “No puede imponerse , que es lo que está haciendo básicamente el ”, ha dicho el abogado del mandatario. Para luego añadir: “Eso está muy mal, no podemos salir del marco constitucional”.

La verdad, por supuesto, es que aquí nadie se ha salido del marco constitucional. Si la Constitución establece que cada viaje del jefe del Estado debe ser autorizado por el Legislativo a través del voto es porque la posibilidad de que tal autorización le sea negada está abierta. Y eso es sencillamente lo que ha sucedido en esta oportunidad.

En las palabras de Espinoza, sin embargo, asoma la sugerencia de que en la actitud adoptada por una mayoría de la representación nacional ha habido un ingrediente moral: cortarle las alas a quien está por iniciar una excursión festiva tiene siempre algo de castigo. Y parece que el vuelo que le cancelaron esta semana al presidente no es una excepción.


–Embajador de Papelonia–

Entre las razones esgrimidas durante el debate por los congresistas que terminaron desembarcando al gobernante de su expedición a Bogotá destacan dos: el temor de que aprovechara la ocasión para pedir asilo en algún país ‘amigo’ (y huir así de que lo tienen acogotado) y el afán de evitar que se mostrase como el embajador de Papelonia que habitualmente ha sido cuando le ha tocado visitar tierras extrañas. Nadie quiere, por ejemplo, que, mientras nos representa ante el conjunto de las naciones del continente, vuelva a evocar al “hermano Santiago” como uno de los protagonistas de alguna transferencia de gobierno o que comprometa a Croacia en una guerra de la que hasta ahora ha conseguido mantenerse a salvo.

Pero en esta pequeña columna tenemos la impresión de que hay en todo ello una pequeña exageración. Una nueva demostración de que sus hipotéticos alumnos de escuela necesitarían un repasito en Geografía no empeoraría mucho la imagen que él ya se encargó de procurarnos más allá de nuestras fronteras. Y la posibilidad de que abandone de pronto los privilegios de los que goza en la jefatura del Estado y admita todo lo que se le imputa al refugiarse en Jalisco o Caracas se nos antoja remota. Aunque uno nunca sabe: todo es posible en la dimensión descriteriada.

De cualquier forma, aun cuando esos motivos efectivamente hubieran pesado en el ánimo de muchos de los 67 legisladores que le negaron la autorización para el viaje, sospechamos que en sus votos existía un propósito adicional. Un propósito que, apresurémonos a aclarar, consideramos perfectamente legítimo: el hecho de que no se les exija a los parlamentarios justificar el sentido de sus decisiones en circunstancias como estas así lo indica.

El mensaje al que nos referimos, en fin, podría sintetizarse así: “tu gobierno es incompetente y corrupto, y a falta de votos para vacarte, por lo menos te imponemos la sanción moral de retenerte aquí y llamar la atención del mundo sobre lo que estás haciendo”. Estamos ante una muestra de aquello que habitualmente se transmite en la lengua inglesa con la expresión ‘grounded’. Una forma de decirle a alguien que está castigado y deberá permanecer hasta nuevo aviso sobre un determinado suelo. Al profesor Castillo, pues, le acaban de comunicar que no lo tendrán acorralado, pero sí inmovilizado y a la espera de que los vientos en el hemiciclo cambien.

Eso, no obstante, no daría la impresión de estar en las cartas por el momento. Aunque los voceros más optimistas de la oposición aseveran que ya existirían en el Congreso unos 80 representantes dispuestos a bajarle el dedo al actual mandatario, el escrutinio de las más recientes votaciones en el Congreso sugiere que ese número estaría más bien alrededor del 73. Tal fue la cantidad de votos que respaldó a la lista 1 en la segunda vuelta de la elección de la Mesa Directiva la semana pasada y esa es también, aproximadamente, la cifra a la que se llega sumándoles a los 67 votos que bajaron este jueves al presidente del avión las abstenciones que aparecieron en el tablero de votación ese mismo día: legisladores que hasta hace poco militaban en un oficialismo poco embozado y ahora se pasean por las inmediaciones de la plaza Bolívar con uno de esos letreros que dicen: “placas en trámite”. Con o sin ellos, sin embargo, el 87 providencial luce lejano y, si recordamos el dato provisto por Bruno Pacheco sobre los “niños perdidos”, inalcanzable.


–Hechizo del tiempo–

Estamos, pues, atrapados en esta especie de hechizo del tiempo en el que los cambios que trae la llegada de un nuevo día son solo aparentes. Que el gobernante, por ejemplo, reemplace a un presidente del Consejo de Ministros alunado por otro fogueado en la adulación y la fabulación de coartadas (al momento de escribirse estas líneas todavía no se sabe quién ocupará el premierato) no supondrá para la situación que vivimos más mudanza que la que significó que dejara el sombrero chotano en febrero de este año.

Pero que deba quedarse encadenado a la calamidad que cotidianamente nos depara mientras la Providencia decide cuándo compadecerse de nosotros, ofrece algún consuelo.

Mario Ghibellini es periodista