Mario Ghibellini

Contra lo que dice la letra de una vieja canción de ese exótico tocayo ítalo-argentino del presidente conocido como “Piero”, los diarios no publican todos los días porquerías; simplemente, las reportan. Y las reportan porque ocurren. Que el dueño de la casa de Sarratea donde el gobernante despachaba ilegalmente después de que la justicia dictara una orden de detención contra él es, por ejemplo, un síntoma evidente de que algo se pudre en Cajamarca, y los medios, como es obvio, tienen que divulgarlo. Lo mismo cabe decir sobre los testimonios recogidos por el Ministerio Público acerca de celulares con información comprometedora arrojados al mar por colaboradores del mandatario, los intentos oficiales de sabotear el trabajo del equipo especial de la PNP que apoya a la fiscalía en su investigación de la corrupción en el poder, o cualquier otro de los infinitos datos que pudiera figurar en este registro de la descomposición que cerca al jefe del Estado. Él, sin embargo, busca presentar la notificación periodística de tanta pringue como parte de una conspiración para subvertir el orden democrático, y siempre encuentra fulanos dispuestos a actuar como si le creyeran.


–Merienda de social-confusos–

Ya desde la campaña el profesor Castillo desarrolló un discurso hostil hacia aquella prensa que lo confrontaba con sus amenazas a instituciones medulares del Estado de Derecho, como el Tribunal Constitucional o la Defensoría del Pueblo, o ponía de relieve su cercanía a las organizaciones de fachada de Sendero Luminoso. Pero una vez instalado en Palacio, extremó esa retórica, al tiempo que rehuía todo micrófono que no perteneciera a TV Perú. La rara excepción que hizo con CNN a principios de este año lo dejó tan magullado que desde entonces su actitud hacia los reporteros de diarios y canales locales se ha debatido entre hacerlos cercar por la policía y encerrarlos, como sucedió recientemente en la Casa de Pizarro. Y ahora último, los ha acusado con la OEA.

En sobre el pedido que había hecho días antes a la referida institución para que activara la Carta Democrática por la situación política que se vive en el Perú, el presidente, en efecto, habló de una y que, cuando alude a él, usa los condicionales –'habría’, ‘sería’, ‘podría’– para esconder su “verdadero objetivo” de legitimar y normalizar una imagen negativa suya ante el pueblo peruano: una argumentación en la que parece sugerir que preferiría que se utilizara el modo indicativo, dando por hecho lo que la presunción de inocencia recomienda dejar en el terreno de la hipótesis.

Puestos a elaborar sobre lo que le sirve o no le sirve al país, por otra parte, todos tenemos ideas; y en cualquier caso, la discusión debería estar enfocada en aquellos cuyos sueldos se pagan con el dinero que se obtiene de los impuestos de todos los peruanos. Aunque la noción quizás le resulte al mandatario extraña, a los que están dedicados a la actividad privada los sostienen los consumidores, no “el país”.

Sea como fuere, lo que queda claro es que, al igual que en tantos otros casos, la cantaleta presidencial sobre este particular no ha sido muy afinada. Y sin embargo, allá en el Consejo Permanente de la OEA daría la impresión de haber causado furor. Cómo habrá sido el entusiasmo que generó entre los presentes el pedido de Castillo, que se planteó aprobar la resolución en que se lo acogía “por aclamación”: un mecanismo tumultuoso en el que hasta las pifias son interpretadas como votos a favor.

En opinión de esta pequeña columna, no marran aquellos que caracterizan la asamblea donde tal decisión fue adoptada como una merienda de social-confusos. Es decir, de voceros de gobiernos que, por razones ideológicas, están dispuestos a darle la razón al presunto profesor de orígenes humildes antes de siquiera haberle preguntado sus generales de ley. Pero eso no importa. Carece de sentido resistir la visita de una misión que, una vez acá, encontrará muy difícil desentenderse de lo que salta a la vista y omitirlo en su informe final. Lo que hoy luce como una victoria política de la, digamos, diplomacia castillista, bien podría tornarse en el mediano plazo en uno de esos fiascos a los que se le asigna la categoría de “tiro por la culata”. Los embajadores suelen tener reflejos más afilados que los ‘niños’ de nuestro Congreso y, ante el riesgo de ver su sesgo expuesto y asociado a una corrupción flagrante, pueden abandonar en medio de la borrasca al náufrago con trazas de pirata que habían venido a rescatar. No por gusto –que usualmente ve unos centímetros más allá que el jefe del Estado– se ha tomado el trabajo de advertir sobre “el carácter proimperialista del organismo internacional”.


–I read the news…–

Asunto aparte será, por supuesto, lo que deba reportar la misión de la OEA sobre la situación de la prensa peruana tras su visita al país. Por más ganas que puedan tener sus integrantes de corear los mismos estribillos que Piero o su epígono local, difícilmente lograrán evitar cantar allá en Washington aquello de: “I read the news today, oh boy” (la vigencia de los clásicos, como recordábamos la semana pasada, es imbatible), así que tranquilos y todos al aeropuerto a recibir a esa gente linda.

Mario Ghibellini es periodista