El cuento de Julio. Los relatos del poder 5
El cuento de Julio. Los relatos del poder 5
Fernando Vivas

Es la historia de un hombre ordinario que aspira a lo extraordinario; a una espectacularidad invocada desde la medianía. Antes de describir el plot y la acción, sigamos observando el carácter: Julio Guzmán tiene una personalidad poco llamativa, un mestizaje indescifrable, un discurso monocorde aún cuando grite y subraye frases hechas.

Otros políticos trasmitirían mucho más blandiendo un solo dedo hacia las cámaras, pero Julio necesita levantar los dos brazos y apretar los puños. No solo porque es chato con voz baja, sino porque hay algo en sus facciones uniformes y desangeladas, que le resta énfasis en el escenario en el que otros políticos brillan.  Julio tiene que empinarse para captar la atención.

Nos acercamos al plot o trama: el cuento de Julio Guzmán es el de un hombre corriente, de un humilde chancón con pinta de lorna que a punta de esfuerzo escaló de a pocos, se tituló y se doctoró en el extranjero; y cuando llega al que aparentemente es su techo –tecnócrata eficiente de segunda línea de mando- se le ocurre dar el salto de garrocha hacia el poder máximo.

Por todo este esfuerzo dentro del status quo, no es un cuento antisistema. Es, si quieren, un cuento antiestablisment porque cuestiona ciertos privilegios y elencos empoderados. O sea, es un cuento que, en última instancia, sirve para fortalecer la confianza en el sistema. Disculpen la redundancia pero es absolutamente necesaria: Julio fue salvado, engullido, salvado y vuelto a engullir por el sistema, encarnado en el legalismo y la tramitología de los entes electorales aceitados, presumiblemente, por los partidos del establishment.

Y anoten que JG predica contra la tramitología al igual que PPK, Nano, Alan García o Ántero; para citar a sus rivales más enconados. De modo, que hay mucha ingenuidad política y mucha hipocresía en este cuento. La política peruana por fin tiene a su ‘Meet John Doe’, el clásico de Frank Capra  sobre un don nadie convertido en líder de opinión por los medios y por el mandato del azar en democracia, y que sucumbe a las trampas del sistema luego de demostrar que también pudo brillar en él.

El cuento no había prendido hasta que se instaló en las redes y se enlazó con reivindicaciones reformistas, como las de la ley universitaria combatida por fujimoristas y apristas. Entonces empezó a subir su intención de voto y, ¡zas!, vino un espectacular plot point: nos enteramos que su candidatura pendía de un hilo por irregularidades en su inscripción.

Entonces, Julio tuvo lo que necesita todo cuento político electoral para pasar a otra dimensión: una pequeña épica. Su vigilia ante la fachada del JNE, enlazada en todos los noticieros, catapultó su fama. Le dio el aura de luchador contra la corriente, de víctima de las complicaciones del Estado, de perseguido por sus rivales que le espetaban ‘la ley es la ley’.

Keiko carece de pequeñas épicas, salvo que un peculiar sector fujimorista considere épica su toma de distancia ante Montesinos. De García muy pocos rememoran su escape por los tejados el 5 de abril de 1992. PPK y Barnechea tienen carreras ilustres y buen roce mundano, pero nada épico en sus trayectorias. Verónika tampoco la tiene. Julio, en cambio, al hacer vigilia y dormir en carpa junto a los jóvenes morados –de ahí que se apurara en desmentir el rumor de que había pasado la noche en el Hotel Bolívar- bajó al llano de la resistencia callejera.

La exclusión de la contienda fue devastadora para él. Apagó la intensidad del cuento y provocó berrinches que han dificultado que se posicione como factor de endose, y que renegocie su futuro con el partido que lo acogió, Todos Por el Perú. La pequeña épica no sirvió para que el cuento siga posicionado en el ránking electoral, pero sí le puede servir en el futuro, cuando madure políticamente y vuelva a intentarlo.

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