Diego Elías superó 3-1 al colombiano Miguel Rodríguez en squash individual y ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos 2019
Diego Elías superó 3-1 al colombiano Miguel Rodríguez en squash individual y ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos 2019
Kenyi Peña Andrade

Ver jugar a Diego Elías en vivo y en directo es como sentarse a observar un documental de National Geographic. Es el polideportivo del CAR de la Videna de San Luis, pero es imposible que no se sienta como en la jungla. La gente en las gradas grita, salta, pierde los papeles y todos han dejado de lado una parte de su ser racional, como Aristóteles afirma que son los seres humanos. Todos se dejan llevar por la pasión cuando nuestro compatriota aparece en escena y no es para menos, un peruano está en la final de un torneo de la envergadura de los Juegos Panamericanos


Entonces en la boca del túnel se asoma Diego, pero nadie me podrá convencer de que estamos viendo a un león. Uno hambriento de gloria, con sed de revancha ante el colombiano Miguel Rodríguez por lo que sucedió hace cuatro años en Toronto, cuando se le escapó por nada el oro. Porque es seguro que esa final provocó muchas lágrimas en Diego. No es necesario ser adivino para saber que nada debe doler más que se te escape la oportunidad de tocar el cielo cuando estás tan cerca de hacerlo, y él tuvo que cargar con esa cruz durante 48 meses. Es este el momento de deshacerse de ella.

Mientras Diego se inicia su recorrido hacia la cancha, suena la instrumental de la famosa canción 'Lose Yourself' del rapero Eminem. Aquel tema habla de aprovechar la oportunidad, de que está prohibido que te tiemblen las piernas cuando el tren pasa frente a ti. Eso no va a pasar con Diego, no esta vez. Él camina firme, luce imperturbable y su mirada echa fuego. Es un león. Y ahora bordea la caja de cristal, la jaula en donde lo van a soltar, en donde planea devorar a su próxima presa: el colombiano Rodríguez. Una vez dentro ambos jugadores empiezan a calentar, a golpear la pelota.

Diego y el saludo inicial con el colombiano Miguel Rodríguez. (Foto. Violeta Ayasta)
Diego y el saludo inicial con el colombiano Miguel Rodríguez. (Foto. Violeta Ayasta)

Lo que viene desde el comienzo hasta el último set es para morderse las uñas, sobre todos los últimos minutos. Diego está a un punto de ganar la de oro, va dos sets ganados a uno, y se mantiene con un puntaje de 10 a 8, pero el colombiano no se entrega. Es en estos momentos en los que se ve de todo. Hay fotógrafos evadiendo la seguridad por capturar la foto del punto ganador, al papá y a la vez entrenador de Diego, José Manuel Elías, quien mira el partido con una serenidad que es propia del maestro Yoda o del señor Miyagi. Todo es bulla, miedo y ansiedad a su alrededor, pero su progenitor no ha perdido la compostura como manda el libreto de un sensei. Están también los niños que se mantienen expectantes y que, seguramente, querrán ser algún día como Diego y que el próximo regalo de cumpleaños sea una raqueta de squash.

El peruano y el mexicano están exhaustos pero son dos gladiadores que no desean regalar nada. Cada golpe a la pelota es uno hacia  la humanidad de su oponente. Pero Rodríguez ya no puede más, le empieza a costar el ritmo intenso y parece que se va desvanecer en cada esfuerzo que hace para levantar la raqueta. Si esto fuera box, diríamos que está grogui, que está listo para caer y besar la lona, solo es cuestión de segundos.

Diego recibiendo la medalla de oro. (Foto: Violeta Ayasta)
Diego recibiendo la medalla de oro. (Foto: Violeta Ayasta)

Entonces pasa lo que habíamos venido a ver, la razón por la que estas personas han llenado las cuatro tribunas desde muy temprano -las semifinales fueron a las 10:30 a.m.-. El cafetero se lanza al piso pero no llega a conectar la pelota y se da el punto ganador a favor del peruano. Diego levanta los brazos y se ve a desconocidos abrazándose entre sí. Su papá pierde la compostura como pocas veces y va corriendo a abrazar a su hijo. Diego llora de orgullo, de felicidad y todos los peruanos, debido a la magia que tiene el deporte, sentimos que también somos campeones, que también esa medalla de oro se va a colgar en nuestros cuellos.

El "Contigo Perú" de Zambo Cavero suena a todo volumen  e invade esa sensación que producen situaciones como esta. Esas donde los peruanos inflamos el pecho por el ceviche, por Machu Picchu, por Juan Diego Flórez, por  la Copa Sudamericana que ganó Cienciano, por la Teta Asustada y, de ahora en adelante, al menos para gente que está presente en este recinto, también por Diego Elías.

Porque cuando llega el momento de la premiación y mientras los altoparlantes indican que Elías es el mejor de todos, hace falta un minuto de frialdad para analizar lo que significa este logro para valorarlo en toda su dimensión. Significa que fue mejor que los colombianos, que los mexicanos, que los argentinos y que los chilenos. Esa medalla se traduce en que uno de los nuestros está entre los nueve mejores en algo, en este caso en squash. Quiere decir, como dijo el mexicano César Martínez Salazar (su rival en semis), que tener a Diego como compatriota es ser  como Brasil o Argentina en el ránking FIFA, que somos potencia y hasta monstruos en un deporte dificilísimo que mezcla mente, agilidad, resistencia, velocidad y fuerza.

Por eso Diego se entrega al llanto con la facilidad del jovencito de 22 años que es y, que a veces, olvidamos por madurez con la que juega, por el temple de guerrero espartano con el que se planta en la cancha. Y cómo no va a hacerlo, ha sido uno de los mejores días de su vida. O quizá el mejor, no todos los días uno se levanta y al acostarse lo hace con el oro alumbrando la oscuridad de nuestra habitación. Diego tendrá ese privilegio y, al menos esta noche, no hay nadie en este país que se lo merezca más que él.

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