Redacción EC

MARTÍN ACOSTA GONZÁLEZ / 

Su nombre era Ángel. Qué nombre más oportuno. 

Pudo llamarse Juan, Nicolás o Alonso. Pudo ser mujer, un anciano o un adulto. De hecho, pudo ser cualquiera de nosotros.

Pero aquella tarde de febrero de 2013 fue un adolescente de 14 años el que sufrió un aneurisma cerebral y falleció en el hospital Rebagliati. Los médicos no pudieron hacer nada. Fue él y la solidaridad de sus padres los que permitieron esa noche salvar al menos 12 vidas

Aquella noche Ángel se había convertido en un héroe. No había usado una capa roja sobre su espalda y ni era el tipo musculoso de la televisión. Todo lo contrario, Angelito era menudo y apenas medía un 1.20 metros. “Le encantaba el fútbol”, dicen sus padres, que han pedido que sus identidades no sean reveladas.

Ángel era en sí mismo un grito de alegría. Bailarín y reilón pero sobre todas las cosas solidario. “En el colegio era de los que prestaba sus cosas. Él podía quedarse sin lapicero pero le gustaba ayudar a sus amigos”, dice su madre.

Una mañana de finales de marzo, la vida de Ángel cambió. Un fuerte dolor de cabeza lo postró en la cama del hospital y pese a sus ganas de vivir el daño en su cerebro era demasiado. “Una de las arterias se había dilatado y produjo una hemorragia. Nunca antes había sentido dolores de cabeza, fue algo que uno nunca espera, menos aún que le puede suceder a tu propio hijo”.

El mal de Angelito era congénito. Nadie sospechó nada hasta que le vinieron esos insoportables dolores. Los médicos no pudieron ayudarlo. Ya era tarde. El cerebro del adolescente estaba muerto.

ACTO DE AMOR
Si bien el corazón de Angel seguía latiendo, clínicamente el adolescente ya estaba muerto. “La muerte de una persona se da de una única forma, con la muerte del cerebro. El corazón podía seguir latiendo, pero ya no se podía hacer nada más”, comenta el doctor Carlos Carvallo, gerente de Procura y Trasplante de Essalud.

Una vez certificada su muerte se debía cumplir con el procedimiento de rutina. En medio del dolor por la pérdida de un hijo, a los padres se les consultó si autorizaban que los órganos de Angelito fueran utilizados en un trasplante.

“Cuando el cerebro muere tenemos un tiempo muy corto para convencer a las personas de donar. No son más de 48 o 72 horas hasta que el corazón definitivamente  deja de bombear sangre. Si ocurre esto ocurre, si el corazón se detiene, ningún órgano servirá. Sin embargo, somos muy cuidadosos de respetar el duelo, el momento crítico por el que pasa una familia luego de una pérdida”, comenta Carvallo.

En esa vorágine de sentimientos, los padres de Ángel aceptaron donar los órganos. “Era la esencia de mi hijo, la solidaridad. Él salvó vidas”, dice con orgullo la madre.

Pocos lo saben pero antes de la intervención para retirar los órganos, la sala de cirugía se vuelve un altar desde donde se le rinde homenaje a esas personas cuyo gesto valioso permite darle esperanza a gente que está esperando un trasplante.

(Video: Rudy Jordán)

“Antes de comenzar la cirugía guardábamos un minuto de silencio y rezamos una oración. Son cosas que se desarrollan en la intimidad de la sala de operaciones, ante 15 o 20 profesionales de la salud”.

Además, una o dos veces al año reúnen a todas esas familias y realizan una misa para honrar a estos seres maravillosos. “Son cosas que no nos gusta publicitar”, comenta Carvallo.

La familia de Ángel no sabe a qué personas salvó su hijo aquella tarde. No conoce los nombres, ni las direcciones. Por protocolo, Procura y Trasplante no permite que las familias del donante y receptor se conozcan. Los padres del adolescente solo saben que aquella tarde de abril Ángel le dio más sentido a su nombre. Le obsequió a cada una de esas 12 personas un poco de su vida, un pedazo de su cuerpo y un trozo aún más grande de su alma.

Ángel, dicen en esa misa, vive en ellos. 

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