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Chuschi
Ricardo León

Las campanas de la iglesia de Chuschi no dejaron de sonar toda la larga noche del 17 de mayo de 1980. Minutos antes, una columna de había perpetrado el primer atentado de su larga trayectoria criminal, robando las ánforas de votación que serían utilizadas al día siguiente en las elecciones. Las robaron y las quemaron. La era del terrorismo senderista se inauguró entre cenizas, llantos y estruendos de bronce.

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La historia oficial cuenta que Florencio Conde, encargado del material electoral, dormía en un pequeño almacén municipal cuando llegó un grupo de desconocidos.

Tumbaron la puerta, encañonaron a Conde y se llevaron todo para quemarlo en unos pastizales cercanos. Es la historia que se contó mil veces, la que narraron los periódicos, incluso la que registró la Comisión de la Verdad. Pero no es la historia real.

Hace diez años, en mayo del 2010, El Comercio visitó Chuschi y conversó con Julio César y Bernardo Conde, hijos de Florencio. Julio César había recién publicado un libro, “El lunar rojo del mundo”, en el que por primera vez contaba los hechos tal como ocurrieron. La noche del 17 de mayo de 1980, un amigo de Florencio lo convenció para tomar unas cervezas y este, ya borracho, pidió a sus hijos que cuidaran las ánforas (se presume que ese amigo era un simpatizante senderista). Y fue a ellos, de 10 y 12 años, a quienes amenazaron y robaron el material.

¿Por qué ocultaron durante tres décadas esta historia? Por seguridad, pero también por temor. Por vergüenza, pero también por temor. Ahora Julio César y Bernardo viven entre Chuschi y Huamanga, trabajando como profesores.

Cuenta Julio César que algunos colegas suyos no le creían, y que algunos incluso ni siquiera quisieron leer el libro. Primero tuvieron miedo a los senderistas, luego a los militares, y ahora tienen miedo a conocer la verdad.

Chuschi en el tiempo

La primera población de Chuschi fue consecuencia de un intercambio político. Aquí hubo asentamientos preíncas (de los cuales ya casi no hay vestigios) que fueron controlados por los mitimaes enviados por el inca para poblar otras zonas del Tahuantinsuyo.

Los primeros mitimaes que llegaron a Chuschi provenían, hasta donde se sabe, de Apurímac.

Chuschi sufrió otro gran intercambio a fines del siglo XX. Fue intercambio de disparos entre las columnas de Sendero y las patrullas de las Fuerzas Armadas.

Cuentan los ancianos chuschinos que, para alertar al pueblo de que venían los terroristas o los militares, un vigía apostado en un cerro encendía hogueras de humo. Cuando llegaban estas visitas no deseadas, solo encontraban a las mujeres y los niños. Los hombres se escondían y solo bajaban en la noche, si no había luna.

La de Chuschi es una historia de constantes intercambios. Lo primero que cambió, por cierto, fue su nombre. Antiguamente se conocía a este pueblo como ‘chuspi wayqu’, que significa ‘la quebrada de las moscas’, porque en algunas zonas afloraban aguas subterráneas mezcladas con minerales que atraían a las moscas.

En algún momento se decidió cambiar el nombre aChuschi, y así se quedó.

Noticia de un recuerdo

Las chacras de Chuschi están lejos del pueblo. En época de siembra y de cosecha, los campesinos se desplazan con su familia a las estancias, unas rústicas construcciones de barro, piedra y paja donde pasan la temporada.

Hasta allá las noticias solo llegan a pie. Fredy Huaycha tenía 10 años y descansaba en su estancia cuando un pariente le avisó: “Se han llevado a tu tío Martín”.

Era marzo de 1991. Una patrulla militar ingresó a Chuschi esa mañana preguntando por las autoridades del pueblo, a quienes acusaban de colaborar con los terroristas. Manuel Pacotaype (alcalde), Martín Cayllahua (secretario municipal), Marcelo Cabana y un menor de edad, Isaías Huamán, fueron llevados a la base de Pampa Cangallo y nunca salieron.

Fredy tiene ahora 34 años. Vivió y recuerda la desaparición de su tío, pero en cambio no había nacido cuando los terroristas quemaron las ánforas y marcaron para siempre a Chuschi.

Esta historia la escuchaba solo entre murmullos, cada mayo, cuando los adultos hablaban en quechua bajito. Nunca hubo una ceremonia en el pueblo para recordar este infame día.

Ahora Fredy piensa que quizá sea tiempo de retomar el control de la memoria. Además tiene cómo hacerlo: es el alcalde.

*Esta crónica fue publicada originalmente el 17 de mayo del 2015.

ACLARACIONESEsta nota se publicó originalmente el 17 de mayo de 2020

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