Juliane Koepcke (Foto: Nancy Chappell)
Juliane Koepcke (Foto: Nancy Chappell)

Juliane Koepcke de Diller tuvo fobia a los periodistas por muchos años. Recuerda que se sentía como una presa de caza. “Todos querían saber sobre mí y yo no había asimilado las cosas. Solo era una niña”, dice.

Juliane tenía 17 años cuando se convirtió en protagonista de una de las hazañas de supervivencia más increíbles. Ella fue la única de los 92 pasajeros que salió con vida del accidente del vuelo Lansa 508 el 24 de diciembre de 1971. Viajaba de Lima a Pucallpa junto a su madre en la víspera de Navidad para reencontrarse con su padre en la estación biológica Panguana (Huánuco), que habían fundado tres años antes.

El avión quedó atrapado en una tormenta y, a 25 minutos de su destino, cayó desde 3.200 metros en medio de la selva de Ucayali.
Desde entonces, confiesa, hay ciertos olores, colores o sonidos que la regresan al instante en el que tomó conciencia de la tragedia. 

Despertó sola, sujeta al asiento que se desprendió del fuselaje durante la caída. Tenía los ojos inflamados, la clavícula fracturada y una herida profunda en la pantorrilla. En estos 46 años, relata, no ha pasado un solo día en que no haya recordado el accidente, la profunda sensación de soledad y abandono al comprender que no encontraría a su madre, pero también la fortaleza que afloró cuando todo parecía perdido.

“Básicamente, lo que fue importante para mi rescate era que ese bosque era igual al que conocí en Panguana. Había vivido ahí año y medio con mis padres y el sitio donde cayó el avión estaba a unos 50 kilómetros línea recta de ahí, aunque no lo supe en ese momento”, cuenta Juliane. Según explica, la clave de su supervivencia en los siguientes 11 días en que estuvo herida y casi sin alimentos fue lo que aprendió de sus padres, ambos científicos dedicados al estudio de la naturaleza peruana.

Caminó por días, primero siguiendo una delgada línea de agua, que se convirtió en un arroyo y luego en un río. Su padre, zoólogo de profesión, le había enseñado que si se perdía en la selva, debía seguir la corriente de agua porque finalmente la llevaría a la civilización. Por el día solía echarse en el río y dejaba que la corriente la arrastrara. Juliane recuerda que escuchó el sonido de los helicópteros de búsqueda, pero no logró verlos por los árboles. También, narra la sensación de desesperanza cuando no los escuchó más. Comprendió que estaba muerta para el mundo.

“Como los días pasaban, yo perdí muchas veces la esperanza pero al final me decía: ‘Voy a hacerlo, voy a lograr salir de aquí’. Y en las noches completamente oscuras, sintiéndome como en otro universo, como si fuera la única persona en todo el mundo, me juré que cuando saliera haría algo de mi vida que no sea por gusto”, dice serena Juliane, hoy de 63 años.

En el undécimo día en la selva, logró que la encontraran. El día previo había hallado un bote. Sacó gasolina del motor para rociarse un poco en las heridas infectadas por larvas y gusanos que tenía por todo el cuerpo, pero sobre todo en el brazo. Pasó la noche en una cabaña abandonada. Horas después, aparecieron tres hombres, quienes la llevaron al distrito de Tournavista, nuevamente a la vida. A esa misma a la que se aferró.

Portada de El Comercio del 5 de enero de 1972, día en que se reporta la aparición de Juliane Koepcke. (Archivo Histórico de El Comercio).
Portada de El Comercio del 5 de enero de 1972, día en que se reporta la aparición de Juliane Koepcke. (Archivo Histórico de El Comercio).

–“La meta más importante”–
Los padres de Juliane, los científicos alemanes: Hans-Wilhelm Koepcke y María Mikulicz Radecki, zoólogo y ornitóloga, respectivamente, llegaron atraídos por la biodiversidad y la infinita fuente de investigación que ofrece el Perú. Trabajaron durante 25 años en el Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

“Llegaron hasta el lugar donde fundaron Panguana, en la selva de Húanuco, gracias a un alemán que vivía en la zona. Fundaron la estación científica en 1968. Mis padres habían planificado estudios por cinco años porque pensaron que en ese tiempo conocerían el funcionamiento del ecosistema selvático, pero se equivocaron. La biodiversidad del Perú es tan rica que se dieron cuenta de que demorarían al menos muchas generaciones para entenderlo”, continúa Juliane.

“El accidente cambió todo. Mi papá regresó a Alemania en el año 74. A mí me mandó a terminar el colegio allá. Yo no me quería ir. Nací aquí, soy peruana y esta es mi patria. Regresé en el 78 para hacer mi tesis de bachillerato en Biología. Aunque de niña, estudié en el colegio Humboldt y viví en Miraflores, solo me sentía totalmente a gusto en Panguana”, confiesa.

Juliane narra que su padre nunca fue el mismo tras el accidente. Siempre tuvo ganas de regresar al Perú, pero eso no ocurrió. Murió en el 2000 en Alemania. Durante todos estos años, Panguana creció. En el 2003, logró convertirse en área de conservación privada (ACP) y en estos 50 años ha contribuido a formar a estudiantes de todo el mundo y proteger la biodiversidad de la selva peruana.

“Cuando mi papá murió, asumí esa responsabilidad. Ese bosque me salvó la vida en esos tiempos difíciles cuando yo no sabía qué hacer, de alguna forma me guio. Ahora yo lo quiero conservar. Es la meta más importante que tengo en la vida y creo que, después de haber pasado por todo esto, no se puede lograr más”, añade.

Juliane se enorgullece de que hoy Panguana sea un modelo de conservación, investigación científica y proyectos sociales que incluye a la población local y, sobre todo, a la indígena.

En 1998, Juliane Koepcke participó del documental "Wings of Hope" (Alas de Esperanza) del mítico director alemán Werner Herzog, con él regresó a la zona del accidente para contar su historia en primera persona. Según ella misma, esa experiencia sirvió para reconciliarse con su propia historia. En el 2014, Koepcke publicó el libro "Cuando caí del cielo, cómo la selva amazónica me devolvió la vida", el cual ha sido traducido en distintos idiomas.

Panguana (Foto: Archivo El Comercio)
Panguana (Foto: Archivo El Comercio)

–Panguana, un núcleo de biodiversidad–
La estación biológica Panguana fue fundada por los científicos alemanes Hans-Wilhelm y María Koepcke el 30 de agosto de 1968. Ambos llegaron alentados por la gran biodiversidad de la Amazonía peruana. Está situada en la selva baja de la región Huánuco a orillas del río Yuyapichis, afluente del río Pachitea. Su nombre se debe a la denominación nativa de una perdiz típica de la zona.

El terreno original de Panguana era de 187 hectáreas; en el 2013, aumentó a 873 hectáreas. El 22 de diciembre del 2011 fue reconocida como área de conservación privada (ACP) por el Ministerio del Ambiente. Es considerado un ‘hotspot’ de biodiversidad. En sus dos kilómetros iniciales, se registraron 353 especies de aves y 58 de murciélagos, mientras que en toda Alemania solo hay 254 especies de aves y en toda Europa existen solamente 27 especies de murciélagos. Tiene más de 500 especies de árboles, incluida la lupuna, el árbol símbolo de Panguana.

El objetivo de Panguana es la investigación y la conservación de su hábitat natural: animales, plantas u otros organismos vivos.

Para más información sobre el trabajo de la Estación Biológica Panguana pueden visitar la muestra en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo de Historia Natural - UNMSM (anexo a la sala de aves) hasta el próximo 2 de agosto.

Panguana
Panguana

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