Redacción EC

MARTÍN ACOSTA GONZÁLEZ / 

Gisella Múñoz Pérez cumplió hace poco su segundo año en diálisis. Desde entonces su vida ha cambiado. Dejó su trabajo en un colegio cerca de su casa y sus actividades giran en torno a su tratamiento. Sufre de insuficiencia renal crónica y tres veces por semana debe acudir a la Clínica San Marcelo para que durante tres horas y media su sangre quede limpia de toxinas.

Aunque no hay dolor no puede hacer su vida con normalidad. Espera con todas las ansias que ese riñón llegue pronto. El tema es complicado: los riñones son los órganos que más se necesitan, se estima que en el Perú hay más de 15 mil personas en diálisis y poco menos de la mitad necesita con urgencia un trasplante.


(Paul Vallejo/El Comercio)

Gisella está en una lista de espera de 800 personas y sabe que su nombre no está entre los primeros. Está segura que hay personas que necesitan ese riñón con más urgencia que ella, por ejemplo su mamá, quien también está en la lista aunque unos escalones más abajo.

La lista es larga y esta crece cada día. Sabe que hay pacientes que llevan años en tratamiento y que aún siguen esperando el trasplante.

Tiene 32 años y su problema empezó poco antes de recibir el mejor regalo de su vida: su hija. “Durante el sexto mes de embarazo el doctor me dice que tengo preeclampsia, una complicación médica del embarazo que se asocia a hipertensión”, dice. 

(Paul Vallejo/El Comercio)

Su hija Betsaí nació por cesárea y cuatro años después le detectaron la insuficiencia renal. “Empecé a bajar de peso, me dolía la cabeza y me cansaba rápido. Estaba cinco minutos parada y quería sentarme, luego estaba sentada y necesitaba pararme”.

El diagnóstico decía que sus riñones funcionaban al 3% y para evitar complicaciones necesitaba hacerse diálisis de por vida.

Gisella no puede tomar mucha agua, retiene líquidos. No puede comer carne y lleva una dieta especial. Además de un riñón, pide paciencia para esperar su momento, el momento de volver a su vida normal y de correr con su hija sin complicaciones.

Ella depende de un acto solidario. De ti de mí, de nosotros, de todos. Llora porque piensa en su hija, llora de emoción cuando se entera que alguien donó sus órganos e hizo posible que otro más pueda vivir una vida normal. 

Pero llora también porque mientras una vida se apaga otra vuelve a parir, a nacer nuevamente y eso la confunde. 

En este momento está apta para recibir el riñón. Sabe que si el órgano no es compatible con los pacientes que están antes que ella en la lista, ese riñón le puede ser trasplantado. Se sienta junto al teléfono y cada vez que suena el timbre se emociona. Entonces el corazón le late más fuerte y levanta el auricular pensando que esa llamada le cambiará la vida.


(Archivo El Comercio)

En esta lista de espera hay pacientes de todo tipo y condición económica. Así como Gisella también hay ancianos y también recién nacidos. Bebes como Thiago que a sus seis meses de vida padece de cirrosis y la única forma de salvarlo es mediante un trasplante de hígado. Sus padres se abrazan a esa esperanza, a ese donante anónimo que con su muerte entregará vida.

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