El Comercio
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José Carlos Requena

Tras meses de esforzados trabajos, la selección peruana obtuvo un sitio en el Mundial de Rusia 2018. Nombres nuevos, ajenos en gran parte a ‘Los 4 Fantásticos’ de la época de Sergio Markarián, aunque surgidos bajo su tutela, empezaban a hacerse familiares y devolvían la esperanza a una hinchada que tenía décadas de dolorosas derrotas.

Al margen de sus indudables calidades futbolísticas y de ser parte de esta nueva hornada, ¿qué tienen en común Luis Advíncula, Miguel Trauco, Anderson Santamaría, Wilder Cartagena, Christian Cueva y Yordy Reina?

Además de haber despertado el entusiasmo de miles de personas, todos ellos han nacido fuera del Lima. Advíncula y Cartagena vieron la luz en Chincha, en la región Ica, muy cerca de la capital. Trauco y Santamaría tienen su origen en la muchas veces subvalorada selva: Tarapoto, en San Martín; y Tingo María, en Huánuco, respectivamente.

En tanto, Cueva –autor de los dos pases que terminaron en gol el último miércoles– y Reina provienen de las ciudades norteñas Trujillo (La Libertad) y Chiclayo (Lambayeque), respectivamente. La historia de Cueva tiene, además, el componente andino de sus padres: lo recluta la Universidad San Martín cuando jugaba para la selección de Huamachuco, distrito de Sánchez Carrión, en la sierra de La Libertad, de donde son sus progenitores.

Además, debe señalarse el lugar donde tres de estos seis futbolistas hicieron su debut profesional: en clubes no capitalinos. Advíncula, Trauco y Santamaría debutaron en provincias: Juan Aurich de Chiclayo, Unión Comercio de Nueva Cajamarca, en Rioja (San Martín), y Ayacucho FC, respectivamente. Conocen, pues, los sinsabores de un campeonato que replica el centralismo.

Parte del éxito de la selección de fútbol tiene que ver con el hecho de que, al incluir a distintas partes del país, trasciende lo deportivo: honra la etiqueta de ser el equipo de todos (a veces tan manoseado). Como es natural, no es la primera vez que jugadores no limeños son parte de la selección. Pero hace mucho que futbolistas de provincias no despertaban tanto entusiasmo.

Vale recurrir a la descripción de Rubén Oliven y Arlei Damo en su libro “Fútbol y cultura” (Bogotá: Norma, 2006): el fútbol es “una práctica que moviliza la energía y los sentimientos de millones de personas que, al vibrar con él, están no solamente movilizando energía física, sino afectos y pasiones que hablan acerca de grupos que van de lo local a lo nacional”.

El fútbol no reemplaza el rol de la política para hacer las cosas posibles. Pero puede devolver la ilusión de que los objetivos pueden alcanzarse: el Perú se puede unir en un solo aliento.

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