Francia: la batalla por Occidente, por Ignazio De Ferrari
Francia: la batalla por Occidente, por Ignazio De Ferrari
Ignazio De Ferrari

El primer asalto fue el ‘brexit’. El segundo, la elección de a la Presidencia de Estados Unidos. Luego vinieron las elecciones generales en Holanda, que significaron un respiro para el ‘establishment’ europeo. Por estos días se lleva a cabo en suelo francés el cuarto asalto al sistema político y económico liberal. Como los bárbaros tocando las puertas del Imperio Romano, hoy son los populistas como Marine Le Pen los que amenazan desmembrar el proyecto europeo.

La lucha entre los populistas y los liberales gira en torno a dos grandes narrativas sintetizadas en la idea de las sociedades abiertas versus las sociedades cerradas. La primera es que, ante los desafíos de la globalización económica –la deslocalización del empleo industrial, el advenimiento de una sociedad basada en el conocimiento y el crecimiento de la desigualdad– la clase política gobernante ha fracasado. 

En contra del mito de la igualdad francesa, la investigación más reciente de Thomas Piketty muestra que la desigualdad ha aumentado claramente en las últimas tres décadas, pese a que Francia destina alrededor del 32% del PBI al gasto social, el más alto de la OCDE. A su vez, Francia no se ha atrevido a hacer las grandes reformas que le devolvieran más dinamismo a la economía –el desempleo se mantiene por encima del 10% y la economía presenta déficit fiscal desde 1975–. En resumen, una economía cada vez más desigual, atrapada en una espiral de estancamiento, explica en gran medida por qué las dos grandes familias que han gobernado el país en los últimos 60 años no han podido asegurarse un lugar en la segunda vuelta. Ni los socialistas ni los gaullistas tienen nada bueno que contar a sus electorados.

En realidad, hace tiempo que la crisis ha desbordado el terreno económico para adentrarse en el político. Es en este último donde se libra la madre de todas las batallas. Es justamente la capacidad de los populistas de politizar el descontento con la economía lo que ha puesto en jaque al sistema. En la forma de ver el mundo de Marine Le Pen –la candidata del xenófobo Frente Nacional– la culpa del deterioro económico la tienen los otros; es decir, la Unión Europea (de la que se quiere salir) y los inmigrantes que se adueñan de los puestos de trabajo de los franceses y generan una presión a la baja en los salarios. Es gracias a esa politización del desempleo que a Le Pen le va mejor en las zonas del país que están más en paro.

Pero el frente económico no es el único en el que el populismo ha podido presentar un discurso creíble. La identidad es esa segunda gran narrativa en torno a la cual políticos como Le Pen han construido la esencia de su retórica. Según esta, la clase política dominante ha permitido que los valores tradicionales se diluyan ante al fenómeno de la inmigración, tanto de otros países de la Unión Europea como, sobre todo, de países de origen musulmán. Frente a eso, Le Pen pregona el cierre de las fronteras y el retorno a una idealizada aldea francesa exclusivamente para franceses.

Frente al ascenso del populismo que ve el vaso casi vacío, se erige la figura de Emmanuel Macron, el otro gran protagonista de la elección. El ex ministro de Economía de François Hollande representa justamente la idea de la sociedad abierta. Donde Le Pen ve una amenaza en la inmigración, Macron defiende un mundo cosmopolita. Mientras Le Pen reniega de la globalización, Macron la defiende a ultranza, pero con un componente más social. Mientras Le Pen ve a la Unión Europea sometida a los designios de la canciller alemana Angela Merkel, Macron aboga por colaborar estrechamente con sus vecinos alemanes.

La victoria de Macron en segunda vuelta –bastante probable a estas alturas, pues los sondeos le dan alrededor de 20 puntos de ventaja frente a Le Pen– es razón para cauto optimismo. Sugeriría que el centro político europeo continúa su recuperación tras las elecciones holandesas. Que tras el desborde populista de los últimos 12 meses, Francia termine eligiendo al presidente con el perfil más reformista y proeuropeo que ha aparecido en décadas, no sería un hecho menor. Sin embargo las incógnitas continuarían. ¿Con quién gobernaría un presidente cuyo movimiento recién se fundó el año pasado y difícilmente obtendrá una mayoría en las legislativas de junio? Como ha recordado en estos días “The Economist”, en el pasado los franceses han votado por el cambio, pero siempre han sido reacios a ejecutarlo. 

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