(Foto: Lino Chipana / El Comercio)
(Foto: Lino Chipana / El Comercio)
Luis García Bendezú

*Esta crónica se publicó el 15 de agosto del 2017.

Olivia dormita sobre un colchón, tiene la mano izquierda hinchada y un catéter de suero conectado al brazo derecho. Apoya su cabeza en Dante, su pareja. Aunque no están casados, él lleva un anillo de acero. Dante está agotado. Al lado, en otro colchón, yace una persona. Hay huellas y tierra en el piso de cerámica. Es el mediodía del 16 de agosto del 2007, este es el antiguo hospital de Pisco y han pasado casi 18 horas desde el terremoto que destruyó Ica. En ese momento y lugar, Dante Anchante Safora, de 25 años, y Olivia Saavedra Flores, de 22, son fotografiados por el reportero gráfico de El Comercio Luis Choy.

(Foto: Luis Choy / Archivo El Comercio)
(Foto: Luis Choy / Archivo El Comercio)

El año pasado, El Comercio se reencontró con la familia Anchante Saavedra. Por fortuna, esta vez la reunión se dio en mejores condiciones: en la vivienda que construyó la pareja en el distrito de Túpac Amaru Inca, en Pisco. Como Dante y Olivia, casi todos en el barrio son damnificados del terremoto que se reubicaron en las zonas altas de la ciudad. En la casa estaban Dante y sus hijas: Allison y Johanny, de 12 y 2 años, respectivamente. Olivia estaba de viaje.

Esta es la historia de Dante Anchante sobre lo que ocurrió en la noche del 15 de agosto del 2007. Según contó este sobreviviente a El Comercio la semana pasada, acaba de contraer nupcias con su pareja. 

“Olivia tenía poco tiempo estudiando inglés. Su instituto estaba en el centro de Pisco. En esa época yo trabajaba como cobrador en una combi y esa tarde estaba en un taller a las afueras de la ciudad con mi hija Allison. Estaba sentado en la combi cuando empezó el remezón. Como estaba al lado de una casa de cuatro pisos, me bajé de la combi, agarré bien a mi hija y corrí hasta la esquina. Corrí con las piernas bien abiertas para mantener el equilibrio. Allison me abrazó fuerte. Me detuve en medio de la pista, para que no nos cayeran los postes de luz. En ese momento escuché los gritos que venían del centro de la ciudad.

Cuando pasó el terremoto, el chofer de la combi se fue y me dejó solo con mi hija. La combi ni siquiera prendía. Tomé a Allison y nos fuimos por la avenida principal, Fermín Tangüis, con dirección a la plaza de armas. Era un largo trecho, pero no pensaba en el cansancio, pensaba en mi esposa. Unos días antes, le había comprado un celular, pero no contestaba, no había línea, no había nada. Cuando llegué al instituto de Olivia, una secretaria me detuvo. Me dijo que no entre. El local era de adobe y Olivia estudiaba en el último salón. Encargué a mi hija a la secretaria e ingresé. Solo se podía llegar hasta la mitad del pasadizo. Todo estaba tapado por los ladrillos. En ese momento un profesor me dijo que casi todos habían salido, solo dos chicos habían quedado atrapados.

Al salir del instituto, tomé de nuevo a mi hija y fuimos al hospital. No la encontré. Luego seguí buscando en las calles hasta que encontré a mis suegros. Les dejé a Allison y seguí buscando a Olivia. En la plaza de armas empecé a silbar. Sabía que Olivia reconocería mi silbido, pero no aparecía. Ya eran las nueve de la noche y volví al hospital. Vi muchos muertos tendidos en el suelo. Algunos estaban cubiertos y los destapaba para ver si encontraba a Olivia. Recuerdo que ella se había puesto una polera color mostaza ese día. Pero no quería pensar que estaba muerta. Seguí buscando y también fui al hospital del Seguro Social, pero no la encontré ahí.

(Foto:  / Archivo El Comercio)
(Foto: / Archivo El Comercio)

Después de un buen rato, volví caminando a Túpac Amaru. Ahí vi a mi suegro quien me dijo que ya habían encontrado a Olivia. Se había salvado de milagro. Me contó que cuando estaba saliendo de su instituto, una pared le cayó encima. Ella pudo proteger su cabeza pero una pared le hirió la mano y le atrapó una pierna. Unas personas ayudaron a rescatarla. Luego, se encontró con un familiar que también buscaba a su familia en la iglesia destruida. De ahí llevaron a Olivia a una posta médica y por eso no la encontraba.

Al día siguiente, temprano, Olivia seguía mal. Su herida era profunda, se le veía sus huesos. Intentamos ir a Ica, pero era inútil. Ahí estaban atendiendo a la gente hasta en la calle. Luego quisimos ir a Lima, pero la autopista estaba destruida. En ese momento vimos que llegaban los aviones y helicópteros [con ayuda humanitaria]. Volvimos al hospital de Pisco. Ahí le limpiaron la herida a Olivia. La recosté y le levanté la cabeza porque había estado mucho tiempo echada. En ese momento vi a Luis Choy, que nos estaba fotografiando.

(Foto: Lino Chipana / El Comercio)
(Foto: Lino Chipana / El Comercio)

Cuando ocurrió el terremoto, Olivia, mi hija y yo vivíamos en casa de mi mamá. Esa casa no se cayó, pero sí se rajó. Luego un primo nos avisó que estaban dando terrenos en Túpac Amaru Inca y nos vinimos. Nos dieron un módulo prefabricado y durante un año vivimos ahí. Luego, con el bono para la reconstrucción, pudimos levantar la casa poco a poco. El bono no fue suficiente, además saqué un préstamo porque quería reforzar la casa. Los fierros que nos estaban poniendo eran muy delgados y yo no quería vivir otra desgracia. 

Lo más difícil en estos años ha sido empezar de nuevo desde abajo. Ahora manejo una mototaxi y mi señora terminó sus estudios y ahora es maestra. Los fines de semana ella regresa de la sierra y salimos a pasear a Pisco. Olivia es una buena mujer. Está conmigo en las buenas y en las malas”.

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