Lunes 6 de agosto, pasado el mediodía. Familiares, vecinos y amigos llevan el féretro con los restos de Víctor Cucho Atucsa al cementerio de San José de Ushua. Horas después, la mayoría se intoxicó. (Foto: Cortesía)
Lunes 6 de agosto, pasado el mediodía. Familiares, vecinos y amigos llevan el féretro con los restos de Víctor Cucho Atucsa al cementerio de San José de Ushua. Horas después, la mayoría se intoxicó. (Foto: Cortesía)

En lo que va del año, más personas han muerto en el país envenenadas con plaguicidas que por enfermedades infecciosas como el dengue, varicela o la tos ferina. Según el Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades –que depende del Ministerio de Salud (Minsa)–, desde enero hasta fines de julio se registraron 1.106 intoxicaciones agudas por plaguicidas (IAP) y veinte muertes por esta causa en el Perú.

Las cifras no incluyen aún lo ocurrido este lunes en San José de Ushua (Ayacucho), donde nueve personas murieron y más de cien fueron atendidas por la ingesta de algún contaminante. No obstante, el registro epidemiológico sí revela un grave problema de salud pública: en promedio, cada año 2.134 personas se intoxican con plaguicidas en el país.

El año pasado (cuando hubo 2.489 casos), las regiones que tuvieron más intoxicaciones fueron Lima (46%), Arequipa (12%) y Junín (8%). Los distritos con más atenciones fueron las zonas agrícolas del norte de Lima (como Supe, Vegueta o Chancay) y las áreas selváticas de Junín (Perené), San Martín (Moyobamba) y Ayacucho (Sivia).

En el Perú, los envenenamientos por plaguicidas son un problema rural. Se estima que el 85% de estas sustancias se usa en el sector agropecuario, mientras que el resto se emplea para la salud pública (erradicación de zancudos) o en el hogar. De ahí, por ejemplo, que el 55,7% de quienes se intoxicaron el año pasado con plaguicidas fueran agricultores y el 75% de los casos se dieran en el trabajo. Solo el 7,9% fueron accidentes no laborales, como ocurrió en Ayacucho esta semana.

Educación y prevención

Según Luis Suárez Ognio, director de Epidemiología del Minsa, en la problemática de las intoxicaciones por pesticidas confluyen factores como la mala manipulación de estos compuestos, falta de equipos de protección y, sobre todo, de asesoramiento a campesinos que usan sustancias letales como organoclorados.

“Muchos agricultores guardan plaguicidas en su casa. La mayoría coloca los químicos en botellas de gaseosas o usan baldes de pintura para disolver insecticidas y luego emplean estos recipientes para transportar agua. Algo así ocurrió en Taucamarca [en 1999, donde murieron envenenados 24 niños]”, explica el especialista.

Para Alfonso Apesteguía, director del Centro de Información, Control Toxicológico y Apoyo a la Gestión Ambiental de la Universidad de San Marcos, falta también un instituto que articule la prevención y tratamiento de las intoxicaciones. “En el Petitorio Nacional de Medicamentos Esenciales se debe establecer una cantidad adecuada de antídotos para los puestos de salud. Hoy, estos faltan”, señala.

El Comercio consultó al Servicio Nacional de Sanidad Agraria –que depende del sector Agricultura– qué acciones de capacitación sobre buen uso de pesticidas realiza con comunidades rurales. Ningún funcionario respondió.

-Dolor en Ushua-

¿Qué pasó en el funeral de Víctor Cucho Atucsa?

Según testimonios recogidos por El Comercio, Víctor Cucho Atucsa, de 61 años, falleció el sábado 4 de agosto debido a una apendicitis. Sus cinco hijos llegaron desde distintas regiones a San José de Ushua para darle el último adiós. Invitaron a sus parientes, vecinos y amigos.

El domingo, la familia Cucho mató a una vaca para dar comida durante el velorio y entierro. Aquella noche, se repartieron los primeros platos y nadie se sintió mal.

El lunes, el cuerpo de Víctor Cucho fue llevado al cementerio entre flores y huainos. Él era un vecino querido. En paralelo, tres cocineras –parientes del difunto– preparaban comida a leña en la casa. Hicieron caldo de res con fideos, adobo y ponche.

A las 6 p.m. se sirvió la comida. De pronto, la hija mayor de Víctor Cucho empezó a convulsionar. Uno a uno, los invitados empezaron a mostrar síntomas de intoxicación. Nueve murieron y decenas fueron hospitalizados.

La familia Cucho aún no se explica cómo se contaminaron. Reconocen que su padre almacenaba pesticidas, pero señalan que estaban a unos 50 metros de la cocina. Los exámenes toxicológicos aún están en proceso.

-Punto de vista-
Virginia Baffigo, ex presidenta ejecutiva de Essalud:

"Según el Minsa, las intoxicaciones agudas por plaguicidas son emergencias que pueden cobrar la vida de hasta el 40% de sus afectados.

Lamentablemente, cuanto más pobre es una comunidad agraria, más baratos y tóxicos son los plaguicidas usados. No obstante, así como los compuestos organofosforados se utilizan desde hace varias décadas [en los cultivos], también desde entonces se usa un antídoto muy importante: el sulfato de atropina.

Cualquier profesional de la salud que haya visto un solo caso grave de intoxicación por organofosforados podrá hacer un diagnóstico clínico rápido e iniciar tratamiento si cuenta con dicho antídoto. Aplicado por vía endovenosa hasta lograr el llamado estado de ‘atropinización’ del paciente, tiene efecto salvador.

A pesar de ser un antídoto económico (cada ampolla de 1 mg/ml le cuesta S/0,15 al Minsa), habitualmente los establecimientos de salud no cuentan con stocks suficientes de sulfato de atropina. En muchos casos, un solo paciente puede consumir todas las existencias de este fármaco de la farmacia.

Todos los puestos de salud de zonas rurales, por pequeños que sean, deberían poder iniciar tratamiento con atropina y sostenerlo hasta trasladar a los pacientes a un hospital. Esto significa disponer de cantidades proporcionales al riesgo de la población que deben proteger.

Alguien podría decir que no se justifica tener inmovilizado un gran stock de medicamentos por el riesgo de pérdida económica; sin embargo, ¿no es mayor el riesgo de pérdida de vidas humanas?"

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