La pesadilla no acaba para víctimas de Independencia [CRÓNICA]
La pesadilla no acaba para víctimas de Independencia [CRÓNICA]
Pierina Chicoma Castro

Ana López Luján, de 30 años, abraza a sus hijos y recuerda que ellos fueron la fuerza que la ayudó a sobrevivir el ataque perpetrado por Eduardo Romero Naupay, en el centro comercial Royal Plaza en.

El 17 de febrero por la noche, cuando trabajaba en el área de Márketing de la discoteca Seven, ella vio entrar a Romero, se ocultó bajo la barra, pero una bala le alcanzó la espalda.

El proyectil ingresó cerca de su columna y salió por el lado izquierdo del estómago. El trayecto de la bala la dañó internamente, por ello tuvieron que quitarle un riñón y cortarle casi un metro de intestino grueso.

Ana es madre soltera de dos menores y ayudaba económicamente a su madre. En mayo vence su contrato con la discoteca y es probable que no se lo renueven, pues solo puede movilizarse en silla de ruedas.

A la fecha, sus medicamentos y tratamientos le han generado un gasto de S/3.300, dinero que ella misma ha costeado. “Aún me falta mi resonancia que cuesta S/650”, añade.

Ana tiene una pesadilla recurrente: sueña que la persiguen, que se esconde y que un disparo siempre la alcanza. Cuando está despierta, cree que hay alguien en la ventana o en la puerta de su casa apuntándola con un arma y pide a sus hijos que cierren todo.

—Se ensañó con ella—
Fernanda Laverde Ramírez, de 28 años, es otra de las nueve personas heridas aquella noche (otras seis murieron, incluyendo al atacante). Ana y Fernanda trabajan juntas. 
Laverde no quiere recordar más a Romero, pero dice que, cuando el asesino ingresó al local esa noche, ella intentó esconderse cerca del escenario, detrás de los grandes parlantes. Pero Romero la vio y le disparó.

El primer tiro le impactó en la espalda. Al ver que la joven seguía con vida, Romero le descargó otro balazo en el tórax, pero Fernanda aún tenía fuerzas. Por tercera vez rastrilló el arma y le disparó en la cabeza. La bala rozó los labios de la joven rompiéndole algunos dientes. Fernanda fingió estar muerta y solo así Romero la dejó en paz.

Laverde Ramírez permanece internada en la clínica Jesús del Norte (Los Olivos). Su diagnóstico es paraplejia irreversible. El médico le ha dicho que no volverá a caminar. Puede mover los brazos, pero aún le es difícil hablar con claridad.

Su madre Mirta y su hermana menor, Jossie, dejaron Huacho para poder cuidarla en Lima. Tienen la esperanza de que mejore, buscan una segunda opinión que les diga que con el tiempo ella podrá caminar. Mientras el milagro ocurre, buscan cómo pagar los gastos de la clínica, pues a la fecha deben S/45.365. La discoteca Seven se ha comprometido a pagar parte de ese monto.

Ambas víctimas piden ayuda a los ministerios de Salud y de la Mujer. Ellas han dicho que hasta la fecha no han recibido apoyo psicológico y viven con miedo permanente. Fernanda sigue postrada en una habitación del segundo piso de la clínica. Cuando oye bulla, nerviosa pide que cierren las puertas del cuarto, pues cree que Romero regresará por ella.

Tanto Ana como Fernanda responsabilizan de lo ocurrido a los municipios de Independencia y Los Olivos, así como a los representantes de la discoteca y el centro comercial. “En el lugar donde fue el tiroteo no hay policías ni serenos pese a ser un sitio concurrido. Vimos por televisión que decían que se estaban haciendo cargo de las víctimas y eso fue mentira”, agregó Jossie.

Romero Naupay fue abatido esa noche, pero la pesadilla para sus víctimas no ha terminado

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