'Ríos, quebradas...¡es mi Perú!', por José Carlos Requena
'Ríos, quebradas...¡es mi Perú!', por José Carlos Requena
José Carlos Requena

Las noticias de la última semana, en las que el agua y el lodo han sido los principales protagonistas, no debieran ser una apurada sorpresa, sino más bien una dura constatación. Fenómeno de El Niño al margen, son sucesos cíclicos de esta época del año, hoy agudizados por el impacto del cambio climático.

Ríos y quebradas son los actores principales. Ríos que ven crecer su caudal debido a notables lluvias; quebradas en que se ubican viviendas sin mayor control, con la complicidad de indiferentes autoridades e inescrupulosos vendedores de terrenos.

En el Perú existen tres grandes agrupaciones de cuencas hidrográficas, que contienen el 4% del agua dulce de todo el planeta. Dos de ellas, la del Atlántico (con el Amazonas como su principal río) y la del Titicaca, no tienen mayor relación con la costa.

La cuenca del Pacífico, en cambio, sí. Con sus 53 ríos, suele producir entre el 60% y el 70% de su descarga entre los meses de diciembre y marzo. Más allá de flujos irregulares, lo que se está viendo no es un evento aislado o inédito.

Dada su naturaleza orográfica, el Perú cuenta con numerosas quebradas por donde suelen discurrir los torrentes fluviales cuando salen de sus cauces. Poblaciones ubicadas en quebradas son, evidentemente, más vulnerables. 

Hay quebradas donde se establecen viviendas que luego devienen en poblados, cuyo nombre hoy, a la luz de los desbordes, termina siendo una triste ironía, como Río Seco. De hecho, varios lugares en la costa tienen ese nombre; uno cerca a Chancay, otro cerca a Pisco, por nombrar dos lugares cercanos a la capital. Ahí, ser un afectado por inundaciones o huaicos parece ser solo cuestión de tiempo.

En el 2015, cuando las más pesimistas estimaciones anunciaban un mega-Niño, las autoridades peruanas de todos los niveles se preparaban afanosamente. Llegó el 2016: hubo más derrames en el Oleoducto Norperuano que huaicos de grandes dimensiones que se recuerden. 

Hoy parece que no hay región que no sufra algún desborde. Ica está tan cerca de Lima y tan lejos del Estado que la asista. Arequipa, la sede del reciente gabinete binacional Perú-Colombia, recibió a los participantes con un huaico en la variante de Uchumayo, en las afueras de la ciudad. En Lircay (provincia de Angaraes, en la región Huancavelica) se vio cómo un hotel se desplomaba tras varias horas de lluvia.

La tormentosa semana que termina es una comprobación, al final de cuentas, de que las viejas canciones que retumban en el orgulloso corazón peruano (“Fértiles tierras, cumbres nevadas, ríos, quebradas, ¡es mi Perú!”) no son solo versos. Son, más bien, la descripción de un paisaje desafiante ante el que la improvisación poco puede hacer.

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