Redacción EC

A mediados del año pasado Miriam, de 14 años, ya no quiso ir más a la escuela secundaria. No fue el largo camino –de más de cinco horas– que se abre en medio de la selva de La Merced lo que hizo que la adolescente tomara esa decisión. Miriam ya no volvió por miedo.

Y es que por lo lejos que quedaba la escuela la familia de Miriam había decido que se quedara en La Merced cinco días a la semana y que volviera a su casa en la comunidad de Alianza del Río Penedo solo los fines de semana. 

Según los tutores de la adolescente, que estuviera sola en la ciudad la ponía en manos de los tratantes de personas, que en más de una ocasión se le acercaron para ofrecerle trabajo lejos de casa. Y es por ello que Miriam empezó a sentir miedo a caminar sola y tomó la decisión de dejar la escuela.

Como Miriam hay otros 21 niños de la comunidad de Alianza y sus anexos cuyas familias decidieron que no estudiaran este año. La caída de un huaico, las fuertes lluvias y los desfiladeros hicieron muy peligrosa la ruta que estos chicos toman para llegar al colegio secundario más cercano. Pero sobre todo la plaga de la roya, que arrasó con los ingresos de estas familias que viven del cultivo del café, hizo que estos padres decidieran dejar para después la educación de sus hijos.

PROFESORES Y TUTORES

Frente a la situación de familias, como las de Alianza del Río Penedo, el Ministerio de Educación –a través de la Dirección Básica Regular– puso en marcha este año el programa piloto de Secundaria Tutorial Rural. 

En esta modalidad los adolescentes asisten dos días a tiempo completo, de 8 de la mañana a 5 de la tarde, a recibir clases. Para ello se desplazan a una comunidad denominada núcleo y se reúnen en locales acondicionados, no necesariamente en una escuela. Los otros días son los mismos profesores quienes llegan hasta sus comunidades a reforzar lo aprendido y a revisar sus tareas.

Este programa –que de manera inicial se aplica en tres regiones del país– busca evitar la alta deserción de la secundaria en las zonas rurales. Según cifras de los organismos no gubernamentales que trabajan en la zona, el 89% de los padres de los estudiantes no terminaron la secundaria. 

“Además de llegar a las zonas más alejadas con esta experiencia piloto vencemos también las brechas en infraestructura educativa. El local comunal, el patio de una casa y los campos de cultivo se convierten en aulas”, señala Lucila Barrera, la funcionaria del ministerio a cargo del proyecto.

MI PATIO, MI ESCUELA

En San José de Pomacancha, un poblado de las alturas de Junín, son 14 los niños beneficiados con este sistema. El profesor Kenny Cueva Pérez les explica a sus alumnos en un salón acondicionado en el local comunal el éxito de la gastronomía peruana. Luego de la clase teórica los escolares tienen en sus patios la oportunidad de aprender de los insumos que menciona el texto escolar. 

En esta localidad ubicada a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, unas 15 casas cuentan con invernaderos donde se cultivan verduras y frutas propias de climas cálidos. En estos espacios se dictan las mejores clases de biología, ecología y geografía que dentro de las frías paredes del salón.

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