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puerto esperanza

A diez minutos de viaje río arriba desde uno de los extremos de Ucayali, ahí donde comienza el Perú, una bandera solitaria y descolorida da la bienvenida a Palestina, el poblado peruano más cercano a la frontera con Brasil. El bote encalla en una suerte de puerto improvisado, enlodado y casi imperceptible. Unos peldaños abiertos en la ladera permiten subir hasta la entrada del caserío. Desde Purús, una de las provincias más olvidadas y alejadas del país, la blanquirroja parece un amuleto para aferrarse a la peruanidad.

En Palestina no hay luz eléctrica, agua potable ni saneamiento básico. Las 16 familias que permanecen aquí son el rezago de una población más numerosa, cuya historia se inició en el año 1994 con la llegada de un grupo de colonos para poblar esta porción de la Amazonía. Ellos formaron parte de un programa de fronteras vivas, vale decir, hitos humanos que bajo la promesa de viviendas y parcelas resguardarían (con su presencia) la soberanía en los territorios más alejados. No obstante, el olvido que persiste en los más de 2.000 kilómetros de la frontera más extensa del Perú ha provocado una diáspora.

“Aquí no tenemos nada. Sobrevivimos gracias a Brasil y con mucho retraso respecto a ellos. Estamos olvidados”, lamenta Octavio Duarte Pinedo, de 23 años, en alusión a sus vecinos de Santa Rosa do Purús –uno de los 22 municipios del estado fronterizo de Acre–, a quienes tienen frente, solo separados por el río. Duarte explica que en Palestina no hay comercio. Aquí se trabaja para subsistir. Se crían aves de corral, cerdos y se cultivan productos que satisfacen parte de su consumo. El resto lo deben conseguir a cinco minutos río abajo en bote ya en territorio brasileño. La soberanía se diluye cuando la vida depende del país vecino.

En el 2009, Palestina fue elegida para un proyecto de cooperación pública y privada que trabajó por cuatro años para conectar esta villa amazónica con el mundo vía Internet. Llegaron laptops para todos los niños de primaria. La experiencia quedó registrada en el documental “Web” de Michael Kleiman, estrenado en el 2013. En un artículo en “The New York Times”, él reflexionó sobre la responsabilidad del mundo con lugares como Palestina y la importancia de comprender sus necesidades.

Hoy, ya no hay computadoras para aprovechar la conexión a Internet. La antena es un adorno al lado de una estructura de madera que ayuda a recolectar agua de lluvia con un balde. El único teléfono público se malogró hace años y no hay quien lo arregle.
“El problema es la poca cantidad de alumnos y el riesgo de que, además de todas las limitaciones, se queden sin estudios”, cuenta Hamilton Gutiérrez, director del colegio agropecuario de Palestina.

–Al otro lado de la orilla–
La belleza de la selva amazónica se aprecia con otra óptica desde Santa Rosa do Purús, como desde el bus escolar que traslada a diario a los niños a la escuela. A diferencia de su vecino peruano, en este distrito creado el 28 de abril de 1992, hay luz todo el día, un sistema que extrae y transforma en potable el agua del río, conexión telefónica, televisión por cable y acceso a Internet. Hay cuatro colegios, uno infantil, dos locales para el primario y el secundario, a los cuales el Estado provee de libros y la prefectura (municipio) de uniformes y materiales escolares.

Santa Rosa do Purús es una de las localidades más alejadas de la capital de Brasil. La conexión fluvial toma un día desde Manoel Urbano, la ciudad más cercana. Desde Río Branco, capital de Acre, hay vuelos diarios a un costo de 300 reales (unos S/293). En hora y 20 minutos el puente aéreo mantiene 300 kilómetros de selva conectada.

En Santa Rosa do Purús hay un malecón estrecho donde el comercio es fluido. Las chatas, botes y deslizadores descargan semanalmente provisiones para una población estimada de 3.500 personas. Las bodegas y minimercados se mantienen abastecidos. La mayoría de la población es indígena y proviene de las comunidades a lo largo del río Purús. En Brasil, los indígenas reciben un pago mensual y gozan de derechos a la salud y educación. Estos beneficios generan la llegada de personas desde las comunidades nativas en el Perú. Saben que el vecino acoge bien a los inmigrantes y comparte sus facilidades.

Napoleón (38) y Francisco Bardales (36) son dos hermanos de la etnia kashinawá quienes nacieron en el Perú y emigraron años atrás a la Aldeia Novo Recreio, en el área rural de Santa Rosa do Purús. Son educadores de profesión y cuentan que han logrado una vida tranquila. “Las fronteras son las puertas de nuestra casa y genera mucha indignación ver el estado de la entrada al Perú”, comenta Jorge Vadillo (58), ex integrante de la Marina de Guerra y profesor desde hace 30 años en Brasil.

—Fronteras que excluyen—
A seis horas en río en dirección al Perú desde Santa Rosa, en Puerto Esperanza, capital de la provincia de Purús, la realidad peruana golpea una vez más. Mary Portocarrero Torres, de 23 años, una joven de la etnia kulina lleva cinco días internada en el centro de salud. Ella necesita una cesárea urgente debido a que se le complicó el embarazo a las 32 semanas. Su única oportunidad es salir en un vuelo hacia Pucallpa, pero ello no depende de la emergencia sino de la disponibilidad de una aeronave. Roberto Adrianzén, director del centro de salud, pasó casi una semana gestionando el ingreso de una avioneta. Mary logró salir al sexto día y sobrevivió.

Domingo Ríos Lozano, alcalde provincial de Purús, lamenta el abandono de Puerto Esperanza y dice que sin una intervención inmediata está condenado a desaparecer por la lejanía y la falta de conexión con el resto del país. La paradoja se agrava cuando muestra una invitación para una reunión ese mismo día en Lima para discutir sobre las necesidades de los pueblos de frontera en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores.

En Purús, no solo la distancia limita a los peruanos, también lo hace el desinterés.

*Piden formalizar comercio bilateral
El comercio entre Santa Rosa do Purús (Brasil) y Puerto Esperanza (Perú) aún no está formalizado debido a que en ninguno de los dos distritos existen oficinas de ambos países para declarar los productos que cruzan la frontera.
El Comercio participó en una reunión con autoridades policiales y municipales en el lado brasileño. Allí se reiteró el pedido al Perú para que aplique un control policial estricto a fin de combatir el tráfico de drogas y el contrabando, que suelen utilizar estas rutas impunemente.

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