Unicornios, lodo y héroes, por Alexander Huerta-Mercado
Unicornios, lodo y héroes, por Alexander Huerta-Mercado
Alexander Huerta-Mercado

Bello, calmo y con mucho poder, una de las criaturas más populares en la mitología es el unicornio. Era un caballo blanco premunido de un indestructible cuerno en la frente que fue descrito como existente por los griegos que, estaban seguros, vivía más allá de sus fronteras. En la edad media se lo imaginaba como un ser imposible de capturar pero que podía ser pacificado por una doncella, ante la cual el hermoso equino se acurrucaba rendido de amor. 

Hasta el día de hoy, los unicornios son parte de la heráldica e incluso circulan en imágenes animadas de Internet casi siempre acompañando al arco iris. Aun ahora en You Tube, los amantes de los avistamientos de criaturas fantásticas, postean videos de unicornios que son tan convincentes que nos hacen sospechar de caballos disfrazados por el hacedor de la imagen. 

Hace poco tuvimos el avistamiento de un unicornio que nos dio un respiro dentro de todas las malas noticias y tragedia que ha significado El Niño costero. Roberto Guzmán recorría a remo en una tabla amarilla el desbordado río Piura. Delante de la peculiar embarcación, estaba sentada serena una niña que había sido rescatada con su perrito. La valiente tripulación era acompañada por un flotador amarrado a la tabla, en forma de unicornio blanco. La imagen era tan conmovedora que pronto se volvió viral y luego reimaginada por el ilustrador Emarts bajo el rótulo: “No todos los héroes llevan capa”. 

La imagen ha sido también reproducida de manera muy bonita en plastilina en el blog de Edgard Álvarez acertadamente llamado “¿Se lo explico con plastilina?”. También, en el mismo blog, con maravillosas animaciones y pequeñas esculturas fue inmortalizada Evangelina Chamorro en su lucha por resistir y salir airosa de un huaico en Punta Hermosa. Estas imágenes al ser registradas, convertidas en arte y circuladas de manera impensablemente masiva, adquieren un capital simbólico que representa la respuesta colectiva frente al gran temor humano del desborde de la naturaleza. 

Es importante subrayar que la mayor parte de las imágenes que han circulado por los efectos de El Niño costero no han provenido de la televisión ni de los periódicos, sino que son registros de primera mano captados por los propios testigos y protagonistas. El hecho de que haya un mayor acceso a la tecnología de grabación de video a través de celulares y una mayor red de difusión a través de Internet hace que veamos lejano el 2007 cuando hubo un sismo de gran intensidad en la costa peruana y cuyos efectos inmediatos no fueron registrados.

Hoy en día una gran cantidad de personas puede difundir lo que ha registrado, lo cual ha servido para comprometernos emocionalmente con eventos que antes aparecían lejanos. Ahora los protagonistas producen, seleccionan y editan las imágenes que buscan circular. El comunicador Fernando Arróspide me hizo ver que cada registro con cámara de celular reproducía una pequeña historia. Así, quienes tenían acceso a una cámara se detenían a filmar las acciones de una persona, de un vehículo, de un animal (volvemos a descubrir que los peruanos somos muy sensibles respecto al sufrimiento animal) o de la secuencia del furioso devenir del huaico. 

No solo el video se convertía en una suerte de texto, sino que muchas veces era acompañado con la propia voz del camarógrafo que describía los hechos. En la circulación en Internet, las historias eran enriquecidas por los textos adjuntados y, por ende, formaban parte de lo que Carlos Scolari llamó una “narrativa transmedia”, que integraba varias plataformas y formas de transmitir y complementar lo informado. 

Las sociedades suelen contarse a sí mismas historias que refuerzan sus propias formas aceptadas de conducta social. El antropólogo Clifford Geertz ve en esta necesidad de narración y aprendizaje la razón de muchos rituales, la circulación de imágenes y la persistencia de tradiciones escritas u orales. Un cuadro tan popular en los hogares peruanos como el de la última cena, por ejemplo, es una viñeta que evoca toda una historia (lo que le sucedió antes y después al protagonista y que nos remite a un orden religioso aceptado en nuestra sociedad). Desde los muros en las cavernas en el paleolítico hasta los muros en el Facebook en la actualidad, hemos dejado representados nuestros eventos cotidianos como una forma de presentarnos a nosotros mismos, lo que consideramos se debe compartir y ser interpelado por los miembros de nuestra cultura.

Las imágenes registradas y narradas en video han democratizado nuestra capacidad de hacer circular nuestras historias que, como sostiene Geertz, son una forma de autopercibirnos en los valores que tenemos en sociedad. No es de extrañar, entonces, que junto con las acciones heroicas hayan circulado otros hechos entendidos como condenables como son los de violadores, asesinos, ladrones y políticos corruptos. Así, esta apasionante circulación de microvideos ha sido en el fondo, vigilante de nuestra moral, enalteciendo lo correcto y denunciando lo impuro, peligroso o desviado

¿Qué genera esta nueva situación en la que un grupo enorme de ciudadanos tiene ojos capaces de inmortalizar lo visto y circularlo por todo el planeta en segundos? Si los videos son narrativas, las consecuencias tendrían que equivaler al poder de la moraleja, es decir hay una mayor capacidad de denuncia por grupos que antes tenían muy restringida su capacidad de expresión. Sin embargo, la tecnología digital está lejos de ser universal y sus alcances están aun más lejos de ser un equivalente a la verdad definitiva.

El mayor poder de vigilancia que tenemos es, en realidad, la vergüenza, la culpa y el miedo de ser juzgados, descubiertos o acusados. Todos estamos sumergidos en un régimen de valores impuestos y los ojos vigilantes siempre han estado en todos los que nos rodean (y por ende en nuestra propia consciencia). Como esto no es siempre suficiente, ahora, a través de la filmación, las faltas pueden ser exhibidas, registradas y en cierta manera inmortalizadas (suena terrorífico, ¿no?).

Un aspecto que ha llamado la atención con esta nueva “videovigilancia social”, es descubrir, por ejemplo, cómo un acto filmado in fraganti de violación en una discoteca despertaba comentarios en la web que culpaban a la víctima (es decir, justificaban un crimen porque la chica se encontraba en estado de ebriedad). Machismo exacerbado que nos hace más urgente luchar por una educación que busque integrar la perspectiva de género no por moda o inclinación política sino por urgente necesidad.

Por último, la cámara no es el ojo de Dios, sino que reduce a un pequeño rectángulo una realidad mucho más amplia, que es recortada, focalizada, editada y manipulada por quien la usa. 

El valor de todo registro es innegable y permanente, como una invitación también para entender en qué contexto fue registrado, quién lo hizo y cuál era su intención. En pocas palabras, la imagen es solo la parte visible de una cadena de mensajes cuyo valor está en que permanece para el análisis. 

Hace 700 años Marco Polo no tuvo una cámara, pero se dio el trabajo de presentar descripciones casi gráficas sobre sus memorias de Oriente. Cuando trabajando para Kublai Kan, observó en Java un unicornio y confesó que no era la hermosa criatura que él tenía en mente. Decepcionado, lo describió detalladamente como un ser de un solo cuerno que “tiene la cabeza como jabalí salvaje y el porte siempre inclinado hacia tierra; permanece gustosamente entre el barro y el fango en lagos y bosques”. Gracias a su descripción y lo que sabemos sobre el contexto del mercader veneciano, entendemos ahora que lo que en realidad vio fue un rinoceronte. Los unicornios siguen siendo hermosos y, en nuestro caso, son piuranos y gustan de acompañar a los héroes.

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