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Muerte en el Vraem: el agente que perseguía a poderosos narcos - 1
Enrique Vera

La noche previa a su última misión, el suboficial PNP Edgar Wilber Quispe Rojas todavía respiró en calma. Dentro del predio que alquilaba en San Martín de Pangoa, Junín, tenía listas sus provisiones y había memorizado el itinerario a seguir en la selva del Cusco. Llamó a su hermana para asegurarle que en cuatro días volvía, y le pidió que lo espere junto a su padre. Hoy, tres meses después, la familia del agente sigue reunida, pero en torno a su ausencia. Esta semana habría cumplido 33 años.

El Grupo Especial de Inteligencia Antidrogas, al que Quispe pertenecía, partió el 17 de agosto rumbo a Pichari, una localidad del Vraem ubicada en la espesa selva cusqueña. La información que había movilizado al equipo policial daba cuenta del próximo traslado de 350 kilos de droga hacia una pista de aterrizaje clandestina, ubicada en Urubamba. Desde allí, el cargamento iba a ser enviado al extranjero. La operación estaba a cargo del clan que encabezaba, entonces, Efraín Bañico Quispe, narco cuyo ámbito de acción eran los distritos de Llochegua y Sivia, también en el Vraem.

Los detalles de la ruta que seguiría la banda de Bañico hacia las pistas de Urubamba, los tenía un contacto del suboficial. Se llamaba Walter Damiano Machacca, a quien le decían ‘Paisa’. Edgar Quispe debía recibir su llamada hacia el mediodía, y así ocurrió. Juntos fueron hasta el centro poblado Mantaro Pichari para reunirse con Paul Laura Bautista ‘Pollo’, un conocido de ‘Paisa’ que, supuestamente, conocía el lugar donde la mafia de Bañico elaboraba la droga que salía desde Urubamba. 

-Desaparición y tortura-

El agente Quispe era el mayor de dos hermanos, huérfanos de madre desde niños. Estudiaba Ingeniería Agrícola en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, pero pronto su vocación lo llevó a prepararse y postular a la Policía Nacional. Hizo escuela en la localidad de Santa Lucía y se graduó como parte de la primera promoción de ‘Los Sinchis de Mazamari’. Once años dedicó a la institución. Los últimos, por una convicción que acuñó desde chico, los pasó siguiendo el rastro de distintas mafias familiares dedicadas al tráfico de drogas.

Si algo punzaba su sosegada vida cuando no estaba de servicio, era esa incontrolable expansión de la actividad cocalera al servicio del narcotráfico entre las familias próximas al Vraem. La producción de droga concentrada en Llochegua y Palmapampa, por ejemplo, va de 300 a 500 kilos cada uno o dos meses, según la demanda. El precio por kilo de PBC varía de US$400 a US$600 y el de clorhidrato de cocaína, de US$950 a US$1.100. “Renegaba del dinero fácil y de que muchas personas cercanas, vecinas incluso, estuvieran metidas en eso”, recuerda Rocío, su hermana menor.

Con ‘Pollo’, Quispe iba a planificar también la intervención del cargamento. En un documento al que accedió este Diario, la policía consignó que el Equipo Especial de Inteligencia perdió contacto con él y ‘Paisa’ a las 5:18 p.m. del 17 de agosto. Es decir, cuando ambos retornaban de Mantaro Pichari tras reunirse con ‘Pollo’.

“A nosotros nos llamaron al día siguiente para preguntar si sabíamos algo de él. Sus compañeros lo estaban buscando, pero las horas pasaban y nada. Mi papá y mi tío viajaron de inmediato y se unieron al grupo que investigaba la desaparición”, dice Rocío.

Seis días después, cuando los primos y amigos del suboficial estaban unidos en una cadena de oración, un grupo de campesinos halló dos fosas en un sector del centro poblado Quisto Central, conocido como Huaccraqucho. Ahí estaban sepultados los cuerpos de Edgar Quispe y Walter Damiano. Ambos tenían señales de haber sido torturados e incinerados. En la morgue de San Francisco los peritos constataron que el agente antidrogas había muerto producto de una golpiza; su informante falleció tras recibir un balazo. En Pichari, la policía rindió una ceremonia con honores al suboficial caído antes de trasladarlo a Mazamari.

El mismo día en que su padre, Darciso Quispe Guayhualla, tuvo que reconocer los restos del agente, también se enteró del trabajo que este realizaba. Situación similar ocurrió con su hermana. Ella cree que nunca les especificó la labor que cumplía para mantenerlos sin preocupaciones. “Por la seguridad de la familia”, lamenta.

-Revelan emboscada-

Agentes de Criminalística del distrito Kimbiri, en Cusco, establecieron que ‘Pollo’, estaba al servicio de la banda de Bañico y fingía ser colaborador de la policía para conocer quiénes y cómo estaban investigando el tráfico de drogas en la zona. Además, los informes indican que el 17 de agosto, después de despedirse de Edgar Quispe y su informante en Mantaro Pichari, ‘Pollo’ envió a un grupo de sicarios para que los aniquilen. De hecho, él mismo habría participado de la masacre.

Dos meses después, la tarde del 18 de octubre, ‘Pollo’ fue capturado en la cuadra 20 de la avenida Túpac Amaru, en Kimbiri. En los interrogatorios a los que fue sometido, confirmó que Bañico había ordenado que las víctimas confiesen todas sus averiguaciones sobre los clanes de la droga en el Vraem, antes de eliminarlos. Así, el testimonio del detenido permitió a los detectives estructurar la conformación de la banda.

“Le decían ‘Terry’, por el personaje de una serie animada. Aparentaba ser de duro temperamento, como todo policía, pero era muy tratable y solidario. Pensaba que todos eran como él y quizá por confiado sufrió esa emboscada”, cuentan los deudos.

Poco después, la primera semana de noviembre, en la comunidad de Sipayhuasi, en Huanta, Ayacucho, la Policía detuvo Efraín Bañico. De inmediato fue puesto a disposición del Departamento de Investigación de Criminalística en Kimbiri, Cusco, donde deslindó su responsabilidad en el doble homicidio. Sin embargo, pronto quedaron comprobadas las coordinaciones que, el día del crimen, realizó con su cómplice Paul Laura.

Las pesquisas en torno a la cruenta muerte del agente antinarcóticos siguen en marcha, pero sus parientes más cercanos ya optaron por mantenerse al margen y solo aferrarse al recuerdo de “un hombre desprendido y de indeclinable vocación”. "Ha pasado poco, aún tenemos la herida intacta", dicen. Sienten que el tiempo se ha detenido en sus vidas, y a veces creen que así es mejor.

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