Debido a la presión sobre los circuitos del tráfico de insumos y droga, el precio del insumo básico de esta industria –la hoja de coca- ha sufrido un alza bastante acelerada. (Foto: archivo)
Debido a la presión sobre los circuitos del tráfico de insumos y droga, el precio del insumo básico de esta industria –la hoja de coca- ha sufrido un alza bastante acelerada. (Foto: archivo)
Ricardo León

Es 28 de julio del 2018, al amanecer; en Lima, el presidente Martín Vizcarra en unas horas pronunciará su discurso por Fiestas Patrias. Son 36 páginas; en la página 30, dice: “Las Fuerzas Armadas en
forma conjunta con la Policía Nacional han realizado diversas operaciones militares en la zona del Vraem; en lo que
va del año se ha logrado recuperar armamento y destruir 106 laboratorios clandestinos. Además se decomisaron cinco toneladas de insumos químicos y casi cuatro toneladas de clorhidrato de cocaína…”.

A esa hora, en el Vraem, un buen número de policías antidrogas
de Mazamari y un equipo de la Marina de Guerra se desplazan frenéticamente, pero con extrema cautela, por los alrededores de la comunidad indígena Coriteni, en la selva de Satipo (Junín). Saben por
informes de inteligencia que una carga de droga viaja en una embarcación por las aguas del río Tambo. El bote va camino a Atalaya (Ucayali), donde la droga será colocada en una avioneta rumbo a Bolivia.

Encuentran el bote en la orilla, pero no hay nadie; sus ocupantes olieron el peligro y han huido. Debajo del piso los policías encuentran, bien escondidos, 248 paquetes rectangulares. Luego harán el pesaje y el análisis químico: 266 kilos de cocaína de alta pureza. Los agentes de la Marina, usando tres embarcaciones Hovercraft, remolcan el
bote, ahora por el río Perené; los policías, desde otra nave, miran a las orillas, también a ellos los están mirando. La tensión crece: algún narcotraficante ha perdido mucho dinero. En Lima, el presidente
ya comenzó su discurso.

—Guerras paralelas—

Operaciones similares se repiten cada semana en diversos sectores del Vraem. La policía y los militares persiguen a los productores de droga, y estos buscan nuevos métodos; persiguen a los traficantes de insumos químicos, y estos abren nuevas rutas.

En la mayoría de localidades del Vraem, la vida económica depende casi de un solo factor: el precio de la hoja de coca. Por estos días, debido a la presión que se ejerce en las pozas de maceración de hoja
de coca, en los circuitos del traslado de insumos químicos y en los puntos de transporte de la droga, la hoja alcanzó el precio más alto de estos últimos años. La arroba de hoja de coca (11,5 kilos) se vendía
en marzo a S/80 o S/90, y hoy cuesta S/130. La pasta básica
pasó de US$800 a US$1.000, y la cocaína de US$1.000 a US$1.200.

Esta inflación tiene efectos colaterales: uno de ellos es que los traficantes necesitan proteger a toda costa sus laboratorios de droga y
trabajar en zonas inexpugnables para la policía y los militares; sus socios en esta defensa son columnas terroristas de Sendero Luminoso.

—Alerta en Huanta—

Ahora es 4 de agosto, por la mañana; otro equipo de policías realiza un operativo para inspeccionar vehículos a la altura del puente Shoto, en la carretera de acceso al centro poblado de Santa Cruz de Anapati,
en el distrito San Martín de Pangoa, que también pertenece a Satipo.

En una camioneta 4x4, de placa AFA-449, se encuentran unos pocos paquetes tipo ladrillo, que contienen pasta básica de cocaína. Los
policías están intrigados. Uno de los que participa en la operación
contará después a este Diario que sus informantes habían asegurado que había en esa camioneta una carga importante de droga.

Abren el tanque de gasolina, y ahí encuentran decenas de botellas pequeñas de plástico, donde han metido pasta lavada (es decir, semilíquida) en su ruta hasta los laboratorios de cocaína de alta pureza. Suman en total más de 50 kilos. La carga era llevada a laboratorios en la parte ayacuchana del Vraem.

Una de las zonas del Vraem donde más laboratorios de cocaína hay que proteger, y donde más territorios están en disputa, es la selva de Huanta, en especial una localidad llamada Canayre, allí donde unos
días después, el 9 de agosto, al mediodía, el suboficial Elmer Audiencio Quispe Ríos, de la Fuerza Aérea, recibirá un balazo y morirá.

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